CARTA A MONSEÑOR MUNILLA
Estimado hermano José Ignacio:
No
tengo muchas esperanzas de que este correo llegue a
usted, pero las pocas que guardo, me sirven, porque
la intención es muy grande.
Le
escribo con el corazón, o desde un impulso evangélico
(¿no es lo mismo?) como el que le movió a la mujer con
flujos a tocar la borla del manto de Jesús, con la fe en
que algo podía ocurrir, yo también sueño que ocurra.
Quiero hablarle de un sacerdote de su diócesis. Es un
hombre bueno, honesto, sencillo, enamorado de Dios y de
Jesús. Trabaja sin tregua por el Reino y por él está
sufriendo, con paz, pero sufriendo.
Enseña no desde la teoría aprendida, sino desde la vida.
Lleva muchos años al servicio de la verdad. A mí como a
tantos otros, desde el estudio de la cristología, me
abrió el camino de encuentro al Dios del infinito amor,
del diálogo, en el que nadie sobra y todo para él es
bueno y nada echa fuera de sí.
Un
Dios que es capaz de dejar que la cizaña crezca junto
con el trigo, sin arrancarla. Para que no se pierda
nada. El Dios que manifestó Jesús como acogida infinita
y reconciliación. Que no acusó nunca a nadie, que todo
lo excusó. Que supo ver el amor y no el pecado.
En
nombre de ese Dios, que José Arregi me enseñó a
encontrar en lo sencillo, en la vida de familia de un
matrimonio con hijos, en el trabajo comprometido con los
más necesitados de nuestra sociedad, en la celebración
del partirse como pan y como vino con Jesús, para los
otros en comunidad, en la obligación de seguir buscando
y formándome en el estudio de la teología…, en nombre de
ese Dios, que sé que también es el suyo, le pido, le
ruego, que no haga sufrir, que no prohíba, que no corte
alas a quien sirve a una iglesia, tan necesitada hoy,
de lo auténtico, de lo libre.
Eso
ha de formar parte del pasado negro de la historia de la
Iglesia, el Papa ha pedido perdón públicamente por ello.
No volvamos a ello. No repitamos errores.
Seguro que ama a la diócesis que está sirviendo y por
ello, no deje que se pierda nada, menos en este caso a
un sacerdote tan bueno. Deje espacio para la diferencia,
la libertad, trabaje en el campo de un Señor que deja
que la cizaña y el trigo crezcan juntos. Ya decidirá Él
qué es bueno y qué no lo es. Este Dios que hace salir el
sol y deja caer la lluvia no aparta a ninguno. Seamos
como Él. Queramos ser tan buenos como Él, es Jesús quien
nos pide eso.
No
prohíba hablar o enseñar a alguien que dedica su vida y
renueva sus fuerzas en la misericordia de ese Dios de
bondad. Sabe usted bien que el Padre esperaba todos los
días al hijo pródigo y nada le recriminó. Hizo fiesta
cuando volvió. Nadie estorba. Nadie hace daño sino el
que su corazón le lleva a lo contrario de Dios y
entonces prohibimos o castigamos, nos creemos poseedores
de la verdad, nos hacemos llamar señores, cuando sólo
hay uno y ese es el Señor de la acogida y el perdón. No
juzgue usted a José Arregi y menos le condene, no debe
ser así entre los que somos de los suyos.
Poco
importa quién soy, pero me siento ante usted en lo que
es: un hermano de la comunidad de seguidores del Maestro
nuestro Señor. Y lo digo con todo el respeto y también
con toda la seguridad de que esto que le cuento es
realidad. José es un buen maestro y mejor hermano, no se
dedica más que al bien, pero si así no fuera tampoco
entonces estorbaría, también tendría que tener su
espacio, decir y defender su verdad.
Ojalá continuáramos en comunicación así, diciéndonos la
verdad, abriéndonos a la verdad del otro. Se han de
terminar esos espacios de poder con los que la historia
contaminó a la comunidad de Jesús.
Así
es también en nuestra familia. No siempre estamos de
acuerdo, ni pensamos lo mismo, pero nos respetamos
hablando e intentando que nadie se cierre, que nadie
domine. Ni siquiera nosotros como padres hemos de
imponernos a nuestros hijos. Siempre el diálogo, la
libertad y el amor, por encima de las diferencias.
Me
despido como lo haría Jesús deseándole paz y bien, como
también hacen los franciscanos.
Atentamente
Matilde
CARTA AL PROVINCIAL FRANCISCANO
Estimado Juan Telesforo Zuriarrain:
No
tengo el gusto de conocerle, pero tampoco me hace mucha
falta para decirle lo que quiero decirle en este momento
y sin embargo me siento atrevida al hacerlo, como
metiéndome en un terreno que aparentemente debería de
respetar.
He
sabido de los problemas de Mons. Munilla con José Arregi
y las consecuencias que de ahí pueden llegar.
Yo
conocí a José como alumna, me enseñó a conocer a Jesús,
me ayudó a dar pasos a una fe adulta que estaba en
crisis porque mi razón entraba constantemente en
contradicción con lo que había aprendido, lo que se
enseña con frecuencia en las parroquias. Sin embargo
tenía una sed infinita de Dios.
Descubrí a un Jesús que ya no era alguien “mágico” sino
el rostro fiel del Dios que le invadía. Puedo decir que
desde entonces mi vida ha cambiado, intenta cambiar
diariamente para ser seguidora de ese Jesús y eso
gracias a José.
He
entablado amistad con José, he hecho ejercicios
espirituales con él, ha dado formación de cristología y
de experiencia mística de Dios a nuestros grupos.
Sé
que es un hombre bueno, honesto, libre, fiel. Es
franciscano hasta la médula y ama lo que hace y sé que
quiere seguir en lo que hace.
¿Se
ha de callar? ¿Quién puede hacer callar a alguien en
nombre de Dios que nos ha creado libres, que respeta
nuestra libertad hasta incluso para dejar que nos
apartarnos de él?
No
le vayan ustedes a dejar solo. No cedan a las presiones
de la jerarquía, no lo hagan por favor. No puede nadie
ocultar la verdad. Se han de terminar los tiempos de la
tiranía de cualquier tipo y estar todos en espacios de
verdad y libertad hasta para contradecirnos, hasta para
equivocarnos, si es preciso.
He
tenido la suerte de conocer a muchos otros silenciados,
apartados de sus opciones y eso en nombre de Dios: José
Mª Castillo, Jabier Pikaza, Ariel Alvarez, André
Queiruga…
Leí
a San Francisco que pedía a los superiores que cuidaran
de los de su comunidad como la madre cuida a sus hijos.
Yo lo entendí bien, porque lo soy. Cuiden ustedes así de
José. No cedan ante las presiones. Siempre se cede en
función de lo práctico, del beneficio de la mayoría.
Siempre se justifica que muera el justo por el bien de
la orden. Que no sea así ahora.
Yo
hace dos años que conozco a José, ustedes muchos más que
yo. Lo que yo he comprobado en dos años, ustedes deben
saberlo mejor y tener de ello más pruebas que yo. ¿Se va
a imponer a la justicia y la verdad la opinión de un
obispo?
Sé
que, pase lo que pase, José seguirá sintiéndose asido
por el Dios que le ama, pero sufrirá. Muchos otros en la
misma situación han vivido dolorosas depresiones, han
tenido que dejar opciones de vida y han tardado mucho y
a un precio muy elevado hasta lograr resituarse. ¿Es
justo eso? ¿En nombre de quién se puede justificar? En
el nombre de Jesús, nunca.
Apelo a la verdad, a la libertad y al amor por encima de
todo. Pido disculpas por llegar a ustedes, en momentos
muy críticos, nada fáciles. Es difícil ser honesto y por
ello entrar en conflicto con las autoridades de
cualquier tipo. Si la comunidad franciscana perdiera
poder, si incluso desapareciera por defender la verdad…,
estaría más cerca que nunca de los pasos de su Maestro y
ciertamente al servicio del Reino. Francisco se sentiría
satisfecho de que se perdiera todo, porque lo realmente
importante seguiría intacto.
Hoy
la Iglesia jerárquica, la que se ve, la que
identificamos los cristianos de a pie, sólo está al
servicio del poder, se ha erigido al margen de su Señor.
Domina, prohíbe, excomulga, se enfrenta, divide…, esa no
puede ser nunca la comunidad de los seguidores de Jesús.
Por eso no convence y cada día tiene más detractores,
mientras seguimos como ovejas sin pastores en busca de
la verdad.
No
sean cómplices de otra cosa que no sea el Evangelio de
la acogida, del don de la misericordia, de no hacer
sufrir, de estar con la verdad, de apoyar al débil; hoy
lo es José.
Paz
y bien.
Matilde.