Homenaje
de Cortés a Pagola
CARTA ABIERTA A JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Querido José Antonio:
Quiero expresarte, ante todo, mi solidaridad en la
dolorosa situación que estás viviendo. Sé muy bien, por
propia experiencia y por lo que cuentan otros teólogos
bien conocidos, que, en circunstancias como la que tú
estás pasando, uno se puede ver enfrentado a hechos y
decisiones que son más duras y difíciles de lo que quizá
se pueden imaginar quienes las provocan.
Recuerdo aquí la patética confesión pública que hizo el
insigne moralista B. Häring, cuando poco
antes de morir escribió aquel pequeño libro en el que
contaba cómo había sufrido dos procesos en su vida, el
que le hizo la Gestapo en la segunda guerra mundial, y
el que le hizo el Santo Oficio en Roma. Y el anciano
profesor aseguraba que le había resultado más soportable
el proceso de la Gestapo que el del Santo Oficio.
Como también tengo delante de mí el "Diario de un
teólgo", que dejó escrito el más grande
estudioso de la eclesiología, el profesor Yves Congar.
En una carta a su anciana madre le decía:
"Me han destruido prácticamente. En la medida de su
capacidad, me han destruido...
No han tocado mi cuerpo; en principio, no han tocado mi
alma. Pero la persona de un hombre no se limita a su
piel y a su alma. Sobre todo, cuando ese hombre es un
apóstol doctrinal, él es su actividad, es sus amigos,
sus relaciones, es su irradiación normal. Todo esto se
me ha retirado; se ha pisoteado todo ello, y se me ha
herido profundamente. Se me ha reducido a la nada y,
consiguientemente, se me ha destruido. En ciertos
momentos... soy presa de un inmenso desconsuelo" (p.
473-474).
Al final de sus días, Congar fue nombrado cardenal por
Juan Pablo II.
Lo más duro, en estas situaciones, es no saber
exactamente lo que está pasando y por qué está
ocurriendo. Son muchos y excelentes los teólogos que han
leído y releído tu libro sobre Jesús. Y no han
encontrado en él nada que sea contrario o que ataque el
dogma cristológico. Además, tú has corregido el libro
siguiendo las indicaciones que te había dado la
Conferencia Episcopal.
Tu libro ha encontrado más acogida que ningún otro libro
de teología escrito en lengua castellana en los últimos
tiempos. Y con todo eso, no contentos quienes te atacan
desde la sede central del episcopado español, han
mandado retirar el libro de las librerías, se dice
además que también han mandado destruir los ejemplares
que quedaban por ahí. ¿Qué quieren realmente? ¿Qué
pretenden? Que lo digan claro, por favor. Que sean
sinceros.
Es demasiado fuerte verse perseguido en circunstancias
así. En abril de 1988, a mí se me comunicó oralmente
(jamás se me ha dado un papel escrito o firmado por
alguien) que la Santa Sede me retiraba el permiso para
seguir enseñando en la Facultad de Teología de Granada,
donde yo era catedrático de Teología dogmática. Nunca he
sabido, ni he podido saber, por qué se tomó aquella
decisión.
Sólo sé que el entonces Prefecto de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, cardenal J. Ratzinger, junto con
el cardenal Suquía y con el obispo don Fernando
Sebastián, visitaron al entonces superior general de los
jesuitas F. J. Kolvenbach. Aquella entrevista es la
explicación de la dura medida que se tomó contra mí.
Ni sé los temas que allí se trataron, ni tuve, por
tanto, posibilidad de defenderme. Después de aquello se
me ha calumniado y se han dicho de mí cosas muy duras,
por hombres que hoy ocupan cargos muy altos en la
administración de la Iglesia.
Y ahora, además, habrá quien me acuse de que me
defiendo. Si a mis 81 años no puedo ni debo defenderme,
¿qué es entonces lo que se puede hacer en la Iglesia? Me
defiendo porque son demasiados los que callan.
Porque en esta Iglesia hay demasiado miedo a decir en
público lo que cada uno piensa, por más que lo que uno
piensa esté dentro de la ortodoxia de la fe católica.
El citado Y. Congar, ese eminente teólogo y excelente
religioso dominico, decía en su "Diario":
"Tengo miedo de que lo absoluto y la simplicidad de la
obediencia me pueda llevar a una complicidad con el
abominable régimen de denuncias secretas que es la
condición esencial del Santo Oficio, centro y clave de
bóveda de todo lo demás" (p. 305).
Amigo José Antonio, sólo
la fe en Jesús el Señor y el amor a la Iglesia nos van a
sacar adelante. Pero esa fe y ese amor son un pan cuya
levadura es la libertad del Evangelio.
José M. Castillo