SILENCIO DE DIOS
El misterio de Dios está,
sigue estando, al otro lado del
silencio.
Tú que hablabas tanto, que acallabas a los doctores, que
deslumbrabas a fariseos y sacerdotes, cuando llegó el momento de
la verdad, pasaste la barrera del sonido y entraste en el
silencio. Lo más desconcertante, tu misterio, estuvo en el
silencio.
“Palabra de Dios, palabra de Dios”, repetimos ingenuamente en
la liturgia… ¡Pero si Yahvé no dijo nunca nada! El misterio de
Dios está, sigue estando, al otro lado del silencio.
Mientras tanto, los que dicen representarte, tus delegados, no
hacen más que hablar, hablar... Y quieren que todos callen, pero
ellos no cesan de hablar. ¿Cuándo callarán? A ver si en medio
de un gran silencio oímos tu palabra.
No entendieron bien, Señor, aquello de “id y anunciad el
evangelio”. Lo tradujeron mal. Te han convertido en un
detergente, en una pasta de dientes. Se ha entrado en la
competencia publicitaria. Renovar, actualizar tu mensaje es
encontrar un nuevo spot publicitario.
Creyeron que anunciar era hablar y hablar. Y, de tanto hablar,
se han resquebrajado las campanas.
Ya nadie escucha tu palabra de silencio.
Tú eres levadura que fermenta en silencio.
Tú eres luz que no deslumbra.
Tú eres trigo que se hunde en la tierra.
Tú eres tesoro escondido.
Tú eres piedra de valor perdida.
Tú eres oración a medianoche.
Tú eres sal que se disuelve.
Tú eres campesino anónimo de Nazaret.
Tú eres el silencio crucificado.
“Le hizo numerosas preguntas. Pero Jesús no le contestó
palabra”
[LUCAS.
23, 9]
“No
seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que
por hablar mucho les harán más caso.”
[MATEOS, 6, 7]
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