EL BLOG DE LUIS ALEMÁN     

                             
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PODER Y DIVINIDAD      

            

Secularizar la sociedad no es igual a negar a Dios.

Es dejar al hombre que sea hombre

para que Dios sea Dios.

 

Se vincula el poder a la divinidad. Dios es la fuente del poder. Se sacraliza la elección, la entronización y el ejercicio del poder. Así se elabora la teología del poder. Los que mandan han sido puestos por Dios. Han sido elegidos por Dios. Representan a Dios. Quien los obedece, obedece a Dios. Al pueblo le gusta que Dios mande. Es un orgullo tener unos jefes que están puestos por Dios. Da prestigio y seguridad.

 

Esto ha ocurrido en toda religión que se precie. Los Faraones eran dioses. Los Emperadores de Roma eran divinizados al morir. Más tarde, cuando ya la degeneración era total, consiguieron la divinidad sin tener que morirse.

 

La diferencia con la Biblia es que en Israel los reyes nunca llegaron a ser considerados dioses sino “elegidos” y “ungidos” por Yahvé. Cualquier poder para ser tal, emanaba de Dios. Identificar Poder y Dios fue columna vertebral de la historia escrita por los judíos. Dios elegía, defendía y actuaba a través de su elegido. La democracia no es del Antiguo Testamento.

 

Parece evidente que en esto del poder, autoridad, jefaturas, canonjías, papados, abadías, cardenalatos y demás jerga curial se sigue anclado en el Antiguo Testamento. En lo organizativo y en lo teológico no se admite la democracia para el pueblo de la nueva Jerusalén. Poder y Divinidad siguen caminando juntos, como en el Pentateuco.

 

Es más cómodo seguir siendo niños delegando nuestras responsabilidades en la madre superiora, en el obispo, en la conferencia episcopal, en el papa: ellos nos evitan el riesgo de ser adultos. Se está bien en el seno materno. Desviaciones freudianas de infantilismos enquistados. En cuestiones de fe el creyente siente pánico a ser adulto y jugársela a solas con la responsabilidad de su conciencia.

 

Por contra, la sociedad civil ha alcanzado notables grados de madurez. Incluso las viejas monarquías han de ser refrendadas, ya, por el pueblo: única fuente del poder. Dios no tiene nada que ver -¡alabado sea el Señor!- en la designación de sus monarcas. Dios no los ha elegido, ni ungido.

 

La democracia es un gran paso en el lento caminar de los hombres. Pero esto sólo sucede en sociedades adultas. En ambientes más primitivos, las masas prefieren que Dios siga al mando. Se mantienen los lideres religiosos en sociedades sacrales teocráticas, como el Rey de Marruecos, los Jomeinis, los Hassanes, los Ulemas de Afganistán. Todos “liberan” a sus pueblos de la obligación de pensar, decidir y crecer.

 

Y mientras la Jerarquía católica insista en mantener su placenta envolvente sobre su rebaño de ovejas, ese presunto pueblo elegido no saldrá de la guardería.

 

Secularizar la sociedad no es igual a negar a Dios. Es dejar al hombre que sea hombre para que Dios sea Dios. Al Cesar lo del Cesar y a Dios lo de Dios.

 

Podrá parecer ateo o paradójico: para que la humanidad se acerque a los designios de Dios tendrá que liberarse del pegajoso sistema teocrático, del paternalismo de lo divino y asumir su madurez, su mayoría de edad, la responsabilidad de su autobiografía, y en consecuencia el progreso de la humanidad.

 

Con frecuencia el infantil recurso a Dios no es otra cosa que la huida de sí mismo, bien por miedo bien por abdicación de la libertad.


 

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EN NOMBRE DE DIOS

Nadie puede afirmar que habla al dictado de Dios.

Quien lo haga, o está loco o es un soberbio.