PODER Y DIVINIDAD
Secularizar la sociedad no es igual a negar a Dios.
Es dejar
al hombre que sea hombre
para que
Dios sea Dios.
Se vincula el poder a la divinidad. Dios es la
fuente del poder. Se sacraliza la elección, la
entronización y el ejercicio del poder. Así se elabora la
teología del poder. Los que mandan han sido puestos por Dios.
Han sido elegidos por Dios. Representan a Dios. Quien los
obedece, obedece a Dios. Al pueblo le gusta que Dios mande. Es
un orgullo tener unos jefes que están puestos por Dios. Da
prestigio y seguridad.
Esto ha ocurrido en toda religión que se precie. Los Faraones
eran dioses. Los Emperadores de Roma eran divinizados al morir.
Más tarde, cuando ya la degeneración era total, consiguieron la
divinidad sin tener que morirse.
La diferencia con la Biblia es que en Israel los reyes nunca
llegaron a ser considerados dioses sino “elegidos” y “ungidos”
por Yahvé. Cualquier poder para ser tal, emanaba de Dios.
Identificar Poder y Dios fue columna vertebral de la historia
escrita por los judíos. Dios elegía, defendía y actuaba a través
de su elegido. La democracia no es del Antiguo Testamento.
Parece evidente que en esto del poder, autoridad, jefaturas,
canonjías, papados, abadías, cardenalatos y demás jerga curial
se sigue anclado en el Antiguo Testamento. En lo organizativo y
en lo teológico no se admite la democracia para el pueblo de la
nueva Jerusalén. Poder y Divinidad siguen caminando juntos, como
en el Pentateuco.
Es más cómodo seguir siendo niños delegando nuestras
responsabilidades en la madre superiora, en el obispo, en la
conferencia episcopal, en el papa: ellos nos evitan el riesgo de
ser adultos. Se está bien en el seno materno. Desviaciones
freudianas de infantilismos enquistados. En cuestiones de fe el
creyente siente pánico a ser adulto y jugársela a solas con la
responsabilidad de su conciencia.
Por contra, la sociedad civil ha alcanzado notables grados de
madurez. Incluso las viejas monarquías han de ser refrendadas,
ya, por el pueblo: única fuente del poder. Dios no tiene nada
que ver -¡alabado sea el Señor!- en la designación de sus
monarcas. Dios no los ha elegido, ni ungido.
La democracia es un gran paso en el lento caminar de los
hombres. Pero esto sólo sucede en sociedades adultas. En
ambientes más primitivos, las masas prefieren que Dios siga al
mando. Se mantienen los lideres religiosos en sociedades
sacrales teocráticas, como el Rey de Marruecos, los Jomeinis,
los Hassanes, los Ulemas de Afganistán. Todos “liberan” a sus
pueblos de la obligación de pensar, decidir y crecer.
Y mientras la Jerarquía católica insista en mantener su placenta
envolvente sobre su rebaño de ovejas, ese presunto pueblo
elegido no saldrá de la guardería.
Secularizar la sociedad no es igual a negar a Dios. Es dejar al
hombre que sea hombre para que Dios sea Dios. Al Cesar lo del
Cesar y a Dios lo de Dios.
Podrá parecer ateo o paradójico: para que la humanidad se
acerque a los designios de Dios tendrá que liberarse del
pegajoso sistema teocrático, del paternalismo de lo divino y
asumir su madurez, su mayoría de edad, la responsabilidad de su
autobiografía, y en consecuencia el progreso de la humanidad.
Con frecuencia el infantil recurso a Dios no es otra cosa que la
huida de sí mismo, bien por miedo bien por abdicación de la
libertad.
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NOMBRE DE DIOS
Nadie
puede afirmar que habla al dictado de Dios.
Quien lo
haga, o está loco o es un soberbio.
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