INTRODUCCIÓN
No hay fe sin riesgo
Esto
pensamos: que Dios Padre no te ha creado para ser cristiano, que
Dios Padre no te creó para que le sirvas, que Dios Padre no te
ha creado para que le rindas culto. Dios te ha creado, por
encima de todo, para que consigas ser hombre.
El miedo
que brota de tus entrañas, la esclavitud social, la esclavitud
mental, la esclavitud económica, la esclavitud religiosa, la
esclavitud política son degradantes y paralizantes para el
desarrollo del Hombre.
No se
consigue el Hombre sin la libertad. No os dejéis arrebatar la
libertad.
Cualquier
teología cristiana, cualquier catecismo cristiano ha de ser como
una marcha desde el miedo a la confianza, desde la esclavitud a
la plenitud de la libertad.
Hay un
montón de gente sabia, creyente, pero con miedo. Un miedo que no
exime, pero explica cobardías.
Ese miedo,
a veces, es laboral: no dicen en público lo que piensan porque
se quedarían sin comer o perderían su posición social.
Pero otras
veces, las más dolorosas, por una esclavitud interna. Es decir,
no solo tienen miedo a los obispos. Tienen miedo a Dios. Se
tienen miedo a sí mismo. Nunca respiraron la libertad. (¡Tener
miedo a Dios! ¿Dónde está la “santidad” de ese santo
temor a Dios?) Hace muchos años que murieron como personas.
Prefieren una fe sin riesgos. ¡Como si eso fuese posible!
Quien
tenga miedo a lo nuevo, no cree en Dios. No cree en el Espíritu
que lo renueva todo. Ni en el Cristo de ayer, de hoy y de
siempre.
UN
RECICLAJE URGENTE
Vd. como
yo (yo hasta hace poco) tenemos una teología, un catecismo, una
creencia, una visión cristiana que necesita ser urgentemente
reciclada. Como si el fabricante de su coche le avisara que lo
lleve al taller porque salió de fábrica con un defecto de diseño
que trasciende a todo el motor. No le voy a cobrar nada por la
reparación, pero si sigue leyendo, el susto no se lo va a quitar
nadie.
Ese
esquema de pensamiento; esa teología convertida en catecismo, ha
producido estragos hasta infiltrarnos el paganismo. Ha sembrado
de sal amarga nuestras vidas y destrozado la imagen de Dios.
¿Cómo es
posible que digamos esto ahora? ¿Ha venido un Ángel a cambiarlo
todo? ¿Hay por ahí un nuevo Mahoma que pretende reinterpretar la
Biblia?
No, mire.
Esto que decimos no es producto de una nueva revelación. Ni ha
venido ningún ángel, (la existencia de los angelitos es muy
discutible). Ni por supuesto se ha producido la reencarnación de
ningún Mahoma (con uno ya tuvo bastante el mundo)
Todo esto
es lisa y llanamente la consecuencia de una realidad muy
antigua, muy admitida, muy bíblica. Sencillamente: a Dios lo
vamos conociendo muy poco a poco. Así como la creación se va
haciendo poco a poco. El ser humano va madurando poco a poco. El
conocimiento de Dios lo vamos adquiriendo poco a poco. El
conocimiento del universo en el que vivimos también lo vamos
adquiriendo poco a poco. La Verdad y las verdades se van
abriendo camino, poco a poco. De ahí que la esperanza se
constituya hoy en la virtud fundamental del creyente.
Antesdeayer creíamos que la tierra era plana. Ayer creíamos que
el sol daba vueltas alrededor de la tierra. Tuvimos que cambiar
nuestros esquemas y buscarnos nuevos planos de situación. Hoy al
analizar el átomo con sus protones y electrones nos dicen que el
noventa ciento de lo que llamamos materia está vacío.
Todo
progreso en el conocimiento sobre lo humano incide de forma
directa en nuestro conocimiento sobre Dios. Porque Dios no es un
pegote externo al Universo. Todo el enorme progreso en la
ciencia y en el conocimiento de la creación tiene,
necesariamente, que influir y desarrollar nuestro conocimiento
de Dios.
Es urgente
cambiar el modo de pensar. El cambio es señal de crecimiento y
comprensión de lo que somos y de lo que nos rodea. Y todo
colabora en el conocimiento de Dios, fuente de vida.
Quitando
telarañas
Las
palabras y expresiones con las que definieron, allá por los
siglos cuarto y quinto, los obispos y teólogos de los concilios
de Nicea (año 325), Constantinopla (año 381), Efeso (año 431),
Calcedonia (año 451) ¿siguen expresando la realidad en la que se
cree, hoy en el siglo veintiuno?
La
realidad de Dios hay que expresarla al fin y al cabo en lenguaje
humano. Pero me pregunto si se ha conseguido expresar con las
palabras y gramática adecuadas la realidad en la que se cree.
No se puede olvidar que, con el transcurso del tiempo, las
palabras cambian su significado, o pierden su significado, o
simplemente se difumina el brillo del significado. Y, entonces,
no sirven para nada. El mensaje que llevaban dentro se evapora.
Se quedan huecas, sin contenido. Y eso es lo ocurrido con todo
el andamiaje del credo y catecismos de los cristianos. Llevamos
en nuestras alforjas una pasta incomestible.
La culpa
no es sólo de los curas. También la tienen todos aquellos que
siguen delegando en la Iglesia el contenido de su fe. Nos
preocupamos de nuestra economía, sin delegar en nadie. Pero
nuestra relación con Dios se la entregamos a la Institución
eclesiástica para que, a modo de gestoría, nos lleve los asuntos
divinos. Firmamos los papeles en blanco sin leerlos siquiera.
Creemos lo que nos digan, vamos por donde nos digan, aunque nos
lleven al aburrimiento ¡qué mal entendieron, y entendimos,
aquello del rebaño y las ovejas!
Hay que quitar telarañas a la fe. Aunque la fe se proyecte,
siempre, sobre un telón oscuro.
Tenemos
que pensar y repensar los llamados artículos de la fe. Cualquier
cosa menos tragarse los dogmas como si fueran píldoras
elaboradas en la rebotica de nuestros vaticanos. Entre otras
cosas porque si no se digieren, explotan con el tiempo y vienen
los vómitos y las nauseas.
sabemos casi nada de casi todo
Hoy es
menos ridícula esta postura que la de aquel que cree saber casi
todo de casi todo.
La
realidad es evidente: la humanidad ha ido superando errores
gigantescos: creerse habitantes de una tierra plana; situarse
como el centro del Universo, con todas la estrellas girando
alrededor; mirar a los que mandan como elegidos por los dioses o
por Dios; sentirse perseguida por la ira o la venganza de Dios;
la pasión por los altares en los que sacrificar la vida de
inocentes para conseguir el perdón; quemar herejes y
pervertidos; auscultar por todos los medios el pensamiento de
Dios, etc.
Siglo XXI.
Hemos aprendido mucho. Salimos más allá del control del planeta
Tierra. Se nos han volatizado los absolutos. Pero da la
impresión de que en cuanto a Dios, no adelantamos mucho.
Seguimos errantes y soberbios. En esta orilla no podremos llegar
nunca a una verdad completa y terminada, pero sí cabe crecer con
humildad. Superar el miedo, dejar atrás grandes verdades de ayer
convertidas hoy en errores, mudar de mente como la serpiente
cambia su piel de tiempo en tiempo. Nos va la vida.
Se nos
viene encima una crisis de maduración, tanto más dolorosa cuanto
más negada. Ya estamos inmersos en la crisis. Algunos sufren sin
esperanza. Piensan en el final, cuando lo que viene es una etapa
nueva, una era nueva. Quizá podamos llamarla la Era del
Espíritu, de la que habló Jesús.
Fue Jesús
quien descubrió que los judíos, su pueblo, vivían en el error. Y
les dijo que tenían que cambiar de mente; cambiar los esquemas.
Y sólo podrían hacerlo los limpios de corazón. Se lo decía a los
doctores, a los teólogos, al pueblo. Vivimos tiempos en los que,
de nuevo, hace falta aquella limpieza de corazón. Es tiempo de
profetas. Es tiempo del Espíritu. Es tiempo para la valentía.
Razón no es igual a verdad
No me
interesa sólo la razón. Razón no es equiparable a verdad.
La verdad
es razonable, sí, pero es mucho más. También es corazón,
sentimientos y poesía. No basta la razón ni lo razonable, para
acercarse a la verdad.
Por otra
parte, la verdad no es abarcable por la mente humana. Se puede
participar de la verdad. Pero “participar” es tener parte. Nadie
más equivocado que aquel que crea poseer la verdad en su
integridad. Nadie más ridículo. Lo humano comienza cuando
comienza la razón, la pedantería cuando se confunde razón con
verdad.
Se puede
“intuir la verdad” a base de utilizar toda la capacidad humana:
razón, sentimiento, intuición, poesía… Pero, incluso entonces,
no es posible presumir su posesión integral.
Ejemplo.
Explíquense como se expliquen, los dogmas habrán hecho bien o
mal a los creyentes. Pero de lo que no cabe duda es que sí
hicieron el ridículo por su contundencia e ingenuidad.
Pero no
quisiera quedarme en la dogmática del Vaticano. Hablaba de mí.
Le he cogido miedo a tener razón. Me educaron para la
racionalidad, a huir de los sentimientos. Aquellos silogismos en
“bárbara”: mayor, menor, y conclusión (Todo hombre es mortal.
Pedro es hombre. Luego Pedro es mortal.). Fue buena herramienta.
Pero la intuición no es lógica; la poesía no es lógica, el
sentimiento no es lógica.
La razón,
“lo lógico”, produce seguridad, soberbia, desprecio al
sentimiento, desconoce las “razones” del corazón, no se fía de
la intuición, se mueve en un mundo diferente de la poesía.
Yo no
quiero a un Dios que quepa dentro de un silogismo. Intuyo a un
Dios poeta.
La razón
me ha separado, no pocas veces, de los hombres. E incluso “por
tener razón” he perdido el cariño, la cercanía.
Quien en
la humanidad levante la sola bandera de la razón se convierte
en déspota, genera guerras y desunión. Hermanos separados cada
uno con su razón.
Para que
los hombres lleguen a su relativa plenitud, y se acerquen a la
verdad hay que dejarles ser poetas.
No se
puede hablar de “bautismo, eucaristía, comunidad de fe” sin ser
poeta. En vez de Derecho Canónico, haría falta un libro de
poesía creyente sobre el hombre, el universo, Dios.
PROFETAS
La palabra “profeta” aunque es bella, ha quedado tocada
con el tiempo. El profeta no es un adivino que “ve” el
futuro. En el Antiguo Testamento, el profeta es un hombre de fe,
libre, de oración, que ve el presente, lo que está ocurriendo a
su alrededor, e increpa con libertad, a veces con terrible
indignación y temeridad, a la sociedad, a reyes y a sacerdotes,
a los palacios y al mismísimo Templo. La voz del profeta es, con
frecuencia, un trueno, una espada que no deja títere con cabeza.
De ahí que acabaran la mayoría apedreados, desterrados o
asesinados: Oseas es tenido como un necio y loco. Jeremías
acusado de traidor, llevado a la cárcel. Y tiene que huir.
Miqueas metido en la cárcel. Zacarías apedreado. Urías
acuchillado.
Los profetas no fundan sectas ni abandonan la fe israelita. Se
quejan desde dentro. Dicen su verdad desde dentro. A ninguno se
le pasa por la cabeza fundar otra religión ni otra Ley ni otro
Templo. Si son apedreados son apedreados dentro.
Los profetas son hombres obsesionados por Yahvé y lanzan un
grito de protesta por el uso que hacen los poderosos de las
tradiciones y de las creencias religiosas en nombre de Yahvé.
Es verdad que no sólo increpan a los poderosos. Pero la mayoría
de sus duras críticas se dirigen a ellos porque aplastan a los
débiles y se sienten invulnerables.
El profeta se empapa del presente, lo ve con ojos de fe y a
veces grita y protesta, y a veces consuela y anima.
Los profetas de Israel son perturbadores del presente y no
adivinos. A los profetas no los mataban o encarcelaban por
anunciar el futuro, sino por denunciar el presente.
Jesús sabía lo que era un
profeta. Conoció al último del Antiguo Testamento, y se
bautizó ante su presencia. Y comprobó que el poder no los
aguanta.
Sin duda, aguantar a un profeta es molestisimo. Y el poder, que
es muy sabio, o los mata o los incorpora a la nómina para que se
callen.
Adiós a la Edad Media
En 1.789,
después de una larga agonía, murió definitivamente la Edad
Media. Un paso tan trascendente como el del Paleolítico al
Neolítico. Se acabó la infancia. Se acabaron los cuentos, las
leyendas, los Reyes Magos.
Fue un
momento crucial.
Con la Ilustración, el Poder Eclesiástico tembló. Uno a uno le
fueron desmontando los pilares de su imperio. Se venía abajo su
catedral ideológica, un montón de conclusiones dogmáticas
extraídas,
sin más
requisitos, simplemente por iluminación directa de Dios.
Había que revisar su suma teológica, sus catecismos.
La Palabra de Dios había sido mal leída, mal utilizada. Se había
construido el Imperio Eclesiástico sobre una lectura e
interpretación infantil, interesada y a veces perversa de las
Sagradas Escrituras.
Cuando el
poder eclesiástico advirtió que el estudio de la Biblia
desmontaba los argumentos básicos de su Imperio Sagrado, no
tuvieron otra solución que condenar el “modernismo”. Se abrió
la época de las condenas, excomuniones, códigos de libros
prohibidos. Vano intento por frenar la dinámica de la Historia.
Y, junto a
las condenas, la proclamación apresurada de dogmas: dogmas
ridículos como el de la infalibilidad, la concepción inmaculada,
que, hoy día, no son más que obstáculos para el desarrollo y la
madurez cristianas.
No cabe
duda. El siglo XIX y el XX hasta el Concilio Vaticano II
supusieron para los poderes eclesiásticos una lucha titánica de
supervivencia. No daban abasto a condenar. Se identificó la
defensa de Dios con la defensa de un sistema y de unos
intereses. Resulta triste la tozudez cavernícola del Vaticano en
parar la marcha de la Historia.
Pero, a
partir de 1.789, nada volverá a ser igual.
No es
lícito bendecir sumas teológicas y catecismos, dogmas con citas
bíblicas interpretadas a nuestro capricho, sin un análisis serio
y riguroso sobre el sentido auténtico de esas citas. Desde ahora
en adelante, habrá que tener mucho más pudor en atribuir a Dios
nuestras conclusiones, nuestras simplezas, nuestros silogismos.
Hay que
volver al Evangelio y al Antiguo Testamento con ojos limpios,
adultos, libres y, también, con fe.
Soy un mal educado
Lo acepto: soy un mal educado. Incluso cuando hablo de Dios. La
culpa no es de mis padres. Mi mala educación se manifiesta en el
lenguaje. Digo tacos. Y esto provoca asombro. Es que no es
corriente, ni quizá digno, mezclar tacos con teología.
No lo hago a propósito. Pero tampoco lo evito. Incluso me atrevo
a decir que esta mala educación mía lleva una carga teológica.
Quizás sea una reacción instintiva. Me explico.
Me produce mucha náusea la entonación, el estilo, el diccionario
utilizado por los profesionales eclesiásticos cuando hablan de
Dios. Escogen cuidadosa-mente las palabras, las embadurnan de
nata montada, introducen el registro del temblor místico, mueven
sus ojos, sus manos con una cadencia litúrgica y empolvada.
Por descontado, que se ofrece una variadísima graduación en lo
ridículo desde un manifiesto tono amanerado a quien entra en
trance de baba cada vez que habla.
Casi todos
los señores Obispos llevan inherente al presunto orden episcopal
ese melifluo acento, hueco, sospechoso, repelente.
¿Por qué, coño, cuando se habla de Dios, de Jesús, de María se
tiene uno que amariconar? ¿Fingen estar en trance místico
sometidos a una revelación? ¿Actúan como médium entre el más
allá y el más acá?
Me temo que con tanto místico parlante han sembrado la
convicción en el pueblo de que tras ese trémulo decorado no hay
más que o mentira o interés de supervivencia gremial.
No alabo mis tacos. Pero los prefiero al estilo eclesiástico.
PADRENUESTRO
Padre nuestro del cielo,
He ahí la palabra válida. He aquí la buena nueva:
“Dios es Padre, Padre de la humanidad”.
Proclámese ese nombre tuyo.
Que se repita de monte en monte, de raza en raza,
de pueblo a pueblo, de viejos a niños:
“El nombre de Dios es Padre, bendito sea”.
Llegue tu reinado.
En el que no hay siervos. Sólo hermanos y amigos.
Y el que quiera ser maestro
que lave los pies de los que vienen cansados.
Realícese en la tierra tu designio.
El puente entre el cielo y la tierra es la palabra Padre.
Hijos del Padre, ese es el designio.
Danos hoy el pan de cada dia.
Una mesa, una hogaza, una jarra de vino.
Sólo queda el amor del Padre y del hermano.
Perdona nuestras ofensas,
Rompe la cadena del miedo que arrastramos.
Perdonamos a nuestros hermanos.
No queremos que nadie nos tema.
No nos dejes caer en la tentación
No queremos volver a los becerros de oro.
No queremos volver a la Ley que nos salve.
Y líbranos del mal.
Porque somos libres y caminantes.
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