EL BLOG DE LUIS ALEMÁN     

                             
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INTRODUCCIÓN
 

 

 

No hay fe sin riesgo

 

 

Esto pensamos: que Dios Padre no te ha creado para ser cristiano, que Dios Padre no te creó para que le sirvas, que Dios Padre no te ha creado para que le rindas culto. Dios te ha creado, por encima de todo, para que consigas ser hombre.

 

El miedo que brota de tus entrañas, la esclavitud social, la esclavitud mental, la esclavitud económica, la esclavitud religiosa, la esclavitud política son degradantes y paralizantes para el desarrollo del Hombre.

 

No se consigue el Hombre sin la libertad. No os dejéis arrebatar la libertad.

 

Cualquier teología cristiana, cualquier catecismo cristiano ha de ser como una marcha desde el miedo a la confianza, desde la esclavitud a la plenitud de la libertad.

 

Hay un montón de gente sabia, creyente, pero con miedo. Un miedo que no exime, pero explica cobardías.

 

Ese miedo, a veces, es laboral: no dicen en público lo que piensan porque se quedarían sin comer o perderían su posición social.

 

Pero otras veces, las más dolorosas, por una esclavitud interna. Es decir, no solo tienen miedo a los obispos. Tienen miedo a Dios. Se tienen miedo a sí mismo. Nunca respiraron la libertad. (¡Tener miedo a Dios! ¿Dónde está la “santidad” de ese santo temor a Dios?) Hace muchos años que murieron como personas. Prefieren una fe sin riesgos. ¡Como si eso fuese posible!

 

Quien tenga miedo a lo nuevo, no cree en Dios. No cree en el Espíritu que lo renueva todo. Ni en el Cristo de ayer, de hoy y de siempre.

 

 

 

 

UN RECICLAJE URGENTE

 

 

Vd. como yo (yo hasta hace poco) tenemos una teología, un catecismo, una creencia, una visión cristiana que necesita ser urgentemente reciclada. Como si el fabricante de su coche le avisara que lo lleve al taller porque salió de fábrica con un defecto de diseño que trasciende a todo el motor. No le voy a cobrar nada por la reparación, pero si sigue leyendo, el susto no se lo va a quitar nadie.

 

Ese esquema de pensamiento; esa teología convertida en catecismo, ha producido estragos hasta infiltrarnos el paganismo. Ha sembrado de sal amarga nuestras vidas y destrozado la imagen de Dios.

 

¿Cómo es posible que digamos esto ahora? ¿Ha venido un Ángel a cambiarlo todo? ¿Hay por ahí un nuevo Mahoma que pretende reinterpretar la Biblia?

 

No, mire. Esto que decimos no es producto de una nueva revelación. Ni ha venido ningún ángel, (la existencia de los angelitos es muy discutible). Ni por supuesto se ha producido la reencarnación de ningún Mahoma (con uno ya tuvo bastante el mundo)

 

Todo esto es lisa y llanamente la consecuencia de una realidad muy antigua, muy admitida, muy bíblica. Sencillamente: a Dios lo vamos conociendo muy poco a poco. Así como la creación se va haciendo poco a poco. El ser humano va madurando poco a poco. El conocimiento de Dios lo vamos adquiriendo poco a poco. El conocimiento del universo en el que vivimos también lo vamos adquiriendo poco a poco. La Verdad y las verdades se van abriendo camino, poco a poco. De ahí que la esperanza se constituya hoy en la virtud fundamental del creyente.

 

Antesdeayer creíamos que la tierra era plana. Ayer creíamos que el sol daba vueltas alrededor de la tierra. Tuvimos que cambiar nuestros esquemas y buscarnos nuevos planos de situación. Hoy al analizar el átomo con sus protones y electrones nos dicen que el noventa ciento de lo que llamamos materia está vacío.

 

Todo progreso en el conocimiento sobre lo humano incide de forma directa en nuestro conocimiento sobre Dios. Porque Dios no es un pegote externo al Universo. Todo el enorme progreso en la ciencia y en el conocimiento de la creación tiene, necesariamente, que influir y desarrollar nuestro conocimiento de Dios.

 

Es urgente cambiar el modo de pensar. El cambio es señal de crecimiento y comprensión de lo que somos y de lo que nos rodea. Y todo colabora en el conocimiento de Dios, fuente de vida.

 

 

 

 

Quitando telarañas

 

 

Las palabras y expresiones con las que definieron, allá por los siglos cuarto y quinto, los obispos y teólogos de los concilios de Nicea (año 325), Constantinopla (año 381), Efeso (año 431), Calcedonia (año 451) ¿siguen expresando la realidad en la que se cree, hoy en el siglo veintiuno?

 

La realidad de Dios hay que expresarla al fin y al cabo en lenguaje humano. Pero me pregunto si se ha conseguido expresar con las palabras y gramática adecuadas la realidad en la que se cree.

 

No se puede olvidar que, con el transcurso del tiempo, las palabras cambian su significado, o pierden su significado, o simplemente se difumina el  brillo del significado. Y, entonces, no sirven para nada. El mensaje que llevaban dentro se evapora. Se quedan huecas, sin contenido. Y eso es lo ocurrido con todo el andamiaje del credo y catecismos de los cristianos. Llevamos en nuestras alforjas una pasta incomestible.

 

La culpa no es sólo de los curas. También la tienen todos aquellos que siguen delegando en la Iglesia el contenido de su fe. Nos preocupamos de nuestra economía, sin delegar en nadie. Pero nuestra relación con Dios se la entregamos a la Institución eclesiástica para que, a modo de gestoría, nos lleve los asuntos divinos. Firmamos los papeles en blanco sin leerlos siquiera. Creemos lo que nos digan, vamos por donde nos digan, aunque nos lleven al aburrimiento ¡qué mal entendieron, y entendimos, aquello del rebaño y las ovejas!

 

Hay que quitar telarañas a la fe. Aunque la fe se proyecte, siempre, sobre un telón oscuro.

 

Tenemos que pensar y repensar los llamados artículos de la fe. Cualquier cosa menos tragarse los dogmas como si fueran píldoras elaboradas en la rebotica de nuestros vaticanos. Entre otras cosas porque si no se digieren, explotan con el tiempo y vienen los vómitos y las nauseas.

 

 

 

 

sabemos casi nada de casi todo

 

 

Hoy es menos ridícula esta postura que la de aquel que cree saber casi todo de casi todo.

 

La realidad es evidente: la humanidad ha ido superando errores gigantescos: creerse habitantes de una tierra plana; situarse como el centro del Universo, con todas la estrellas girando alrededor; mirar a los que mandan como elegidos por los dioses o por Dios; sentirse perseguida por la ira o la venganza de Dios; la pasión por los altares en los que sacrificar la vida de inocentes para conseguir el perdón; quemar herejes y pervertidos; auscultar por todos los medios el pensamiento de Dios, etc.

 

Siglo XXI. Hemos aprendido mucho. Salimos más allá del control del planeta Tierra. Se nos han volatizado los absolutos. Pero da la impresión de que en cuanto a Dios, no adelantamos mucho. Seguimos errantes y soberbios. En esta orilla no podremos llegar nunca a una verdad completa y terminada, pero sí cabe crecer con humildad. Superar el miedo, dejar atrás grandes verdades de ayer convertidas hoy en errores, mudar de mente como la serpiente cambia su piel de tiempo en tiempo. Nos va la vida.

 

Se nos viene encima una crisis de maduración, tanto más dolorosa cuanto más negada. Ya estamos inmersos en la crisis. Algunos sufren sin esperanza. Piensan en el final, cuando lo que viene es una etapa nueva, una era nueva. Quizá podamos llamarla la Era del Espíritu, de la que habló Jesús.

 

Fue Jesús quien descubrió que los judíos, su pueblo, vivían en el error. Y les dijo que tenían que cambiar de mente; cambiar los esquemas. Y sólo podrían hacerlo los limpios de corazón. Se lo decía a los doctores, a los teólogos, al pueblo. Vivimos tiempos en los que, de nuevo, hace falta aquella limpieza de corazón. Es tiempo de profetas. Es tiempo del Espíritu. Es tiempo para la valentía.

 

 

 

 

Razón no es igual a verdad

 

 

No me interesa sólo la razón. Razón no es equiparable a verdad.

 

La verdad es razonable, sí, pero es mucho más. También es corazón, sentimientos y poesía. No basta la razón ni lo razonable, para acercarse a la verdad.

 

Por otra parte, la verdad no es abarcable por la mente humana. Se puede participar de la verdad. Pero “participar” es tener parte. Nadie más equivocado que aquel que crea poseer la verdad en su integridad. Nadie más ridículo. Lo humano comienza cuando comienza la razón, la pedantería cuando se confunde razón con verdad.

 

Se puede “intuir la verdad” a base de utilizar toda la capacidad humana: razón, sentimiento, intuición, poesía… Pero, incluso entonces, no es posible presumir su posesión integral.

 

Ejemplo. Explíquense como se expliquen, los dogmas habrán hecho bien o mal a los creyentes. Pero de lo que no cabe duda es que sí hicieron el ridículo por su contundencia e ingenuidad.

 

Pero no quisiera quedarme en la dogmática del Vaticano. Hablaba de mí. Le he cogido miedo a tener razón. Me educaron para la racionalidad, a huir de los sentimientos. Aquellos silogismos en “bárbara”: mayor, menor, y conclusión (Todo hombre es mortal. Pedro es hombre. Luego Pedro es mortal.). Fue buena herramienta. Pero la intuición no es lógica; la poesía no es lógica, el sentimiento no es lógica.

 

La razón, “lo lógico”, produce seguridad, soberbia, desprecio al sentimiento, desconoce las “razones” del corazón, no se fía de la intuición, se mueve en un mundo diferente de la poesía.

 

Yo no quiero a un Dios que quepa dentro de un silogismo. Intuyo a un Dios poeta.

 

La razón me ha separado, no pocas veces, de los hombres. E incluso “por tener razón” he perdido el cariño, la cercanía.

 

Quien en la humanidad levante la sola  bandera de la razón se convierte en déspota, genera guerras y desunión. Hermanos separados cada uno con su razón.

 

Para que los hombres lleguen a su relativa plenitud, y se acerquen a la verdad hay que dejarles ser poetas.

 

No se puede hablar de “bautismo, eucaristía, comunidad de fe” sin ser poeta. En vez de Derecho Canónico, haría falta un libro de poesía creyente sobre el hombre, el universo, Dios.

 

 

 

 

PROFETAS

 

 

La palabra “profeta” aunque es bella, ha quedado tocada con el tiempo. El profeta no es un adivino que “ve” el futuro. En el Antiguo Testamento, el profeta es un hombre de fe, libre, de oración, que ve el presente, lo que está ocurriendo a su alrededor, e increpa con libertad, a veces con terrible indignación y temeridad, a la sociedad, a reyes y a sacerdotes, a los palacios y al mismísimo Templo. La voz del profeta es, con frecuencia, un trueno, una espada que no deja títere con cabeza.

 

De ahí que acabaran la mayoría apedreados, desterrados o asesinados: Oseas es tenido como un necio y loco. Jeremías acusado de traidor, llevado a la cárcel. Y tiene que huir. Miqueas metido en la cárcel. Zacarías apedreado. Urías acuchillado.

 

Los profetas no fundan sectas ni abandonan la fe israelita. Se quejan desde dentro. Dicen su verdad desde dentro. A ninguno se le pasa por la cabeza fundar otra religión ni otra Ley ni otro Templo. Si son apedreados son apedreados dentro.

 

Los profetas son hombres obsesionados por Yahvé y lanzan un grito de protesta por el uso que hacen los poderosos de las tradiciones y de las creencias religiosas en nombre de Yahvé.

 

Es verdad que no sólo increpan a los poderosos. Pero la mayoría de sus duras críticas se dirigen a ellos porque aplastan a los débiles y se sienten invulnerables.

 

El profeta se empapa del presente, lo ve con ojos de fe y a veces grita y protesta, y a veces consuela y anima.

 

Los profetas de Israel son perturbadores del presente y no adivinos. A los profetas no los mataban o encarcelaban por anunciar el futuro, sino por denunciar el presente.

 

Jesús sabía lo que era un profeta. Conoció al último del Antiguo Testamento, y se bautizó ante su presencia. Y comprobó que el poder no los aguanta.

 

Sin duda,  aguantar a un profeta es molestisimo. Y el poder, que es muy sabio, o los mata o los incorpora a la nómina para que se callen.

 

 

 

 

Adiós a la Edad Media

 

 

En 1.789, después de una larga agonía, murió definitivamente la Edad Media. Un paso tan trascendente como el del Paleolítico al Neolítico. Se acabó la infancia. Se acabaron los cuentos, las leyendas, los Reyes Magos.

 

Fue un momento crucial. Con la Ilustración, el Poder Eclesiástico tembló. Uno a uno le fueron desmontando los pilares de su imperio. Se venía abajo su catedral ideológica, un montón de conclusiones dogmáticas extraídas, sin más requisitos, simplemente por iluminación directa de Dios. Había que revisar su suma teológica, sus catecismos.

 

La Palabra de Dios había sido mal leída, mal utilizada. Se había construido el Imperio Eclesiástico sobre una lectura e interpretación infantil, interesada y a veces perversa de las Sagradas Escrituras.

 

Cuando el poder eclesiástico advirtió que el estudio de la Biblia desmontaba los argumentos básicos de su Imperio Sagrado, no tuvieron otra solución que condenar  el “modernismo”. Se abrió la época de las condenas, excomuniones, códigos de libros prohibidos. Vano intento por frenar la dinámica de la Historia.

 

Y, junto a las condenas, la proclamación apresurada de dogmas: dogmas ridículos como el de la infalibilidad, la concepción inmaculada, que, hoy día, no son más que obstáculos para el desarrollo y la madurez cristianas.

 

No cabe duda. El siglo XIX y el XX hasta el Concilio Vaticano II supusieron para los poderes eclesiásticos una lucha titánica de supervivencia. No daban abasto a condenar. Se identificó la defensa de Dios con la defensa de un sistema y de unos intereses. Resulta triste la tozudez cavernícola del Vaticano en parar la marcha de la Historia.

 

Pero, a partir de 1.789, nada volverá a ser igual.

 

No es lícito bendecir sumas teológicas y catecismos, dogmas con citas bíblicas interpretadas a nuestro capricho, sin un análisis serio y riguroso sobre el sentido auténtico de esas citas. Desde ahora en adelante, habrá que tener mucho más pudor en atribuir a Dios nuestras conclusiones, nuestras simplezas, nuestros silogismos.

 

Hay que volver al Evangelio y al Antiguo Testamento con ojos limpios, adultos, libres y, también, con fe.

 

 

 

 

Soy un mal educado

 

 

Lo acepto: soy un mal educado. Incluso cuando hablo de Dios. La culpa no es de mis padres. Mi mala educación se manifiesta en el lenguaje. Digo tacos. Y esto provoca asombro. Es que no es corriente, ni quizá digno, mezclar tacos con teología.

 

No lo hago a propósito. Pero tampoco lo evito. Incluso me atrevo a decir que esta mala educación mía lleva una carga teológica. Quizás sea una reacción instintiva. Me explico.

 

Me produce mucha náusea la entonación, el estilo, el diccionario utilizado por los profesionales eclesiásticos cuando hablan de Dios. Escogen cuidadosa-mente las palabras, las embadurnan de nata montada, introducen el registro del temblor místico, mueven sus ojos, sus manos con una cadencia litúrgica y empolvada.

 

Por descontado, que se ofrece una variadísima graduación en lo ridículo desde un manifiesto tono amanerado a quien entra en trance de baba cada vez que habla. Casi todos los señores Obispos llevan inherente al presunto orden episcopal ese melifluo acento, hueco, sospechoso, repelente.

 

¿Por qué, coño, cuando se habla de Dios, de Jesús, de María se tiene uno que amariconar? ¿Fingen estar en trance místico sometidos a una revelación? ¿Actúan como médium entre el más allá y el más acá?

 

Me temo que con tanto místico parlante han sembrado la convicción en el pueblo de que tras ese trémulo decorado no hay más que o mentira o interés de supervivencia gremial.

 

No alabo mis tacos. Pero los prefiero al estilo eclesiástico.

 

 

 

PADRENUESTRO

 

 

Padre nuestro del cielo,

 

He ahí la palabra válida. He aquí la buena nueva:

“Dios es Padre, Padre de la humanidad”.

 

Proclámese ese nombre tuyo.

 

Que se repita de monte en monte, de raza en raza,

de pueblo a pueblo, de viejos a niños:

“El nombre de Dios es Padre, bendito sea”.

 

Llegue tu reinado.

 

En el que no hay siervos. Sólo hermanos y amigos.

Y el que quiera ser maestro

que lave los pies de los que vienen cansados.

 

Realícese en la tierra tu designio.

 

El puente entre el cielo y la tierra es la palabra Padre.

Hijos del Padre, ese es el designio.

 

Danos hoy el pan de cada dia.

 

Una mesa, una hogaza, una jarra de vino.

Sólo queda el amor del Padre y del hermano.

 

Perdona nuestras ofensas,

 

Rompe la cadena del miedo que arrastramos.

 

Perdonamos a nuestros hermanos.

 

No queremos que nadie nos tema.

 

No nos dejes caer en la tentación

 

No queremos volver a los becerros de oro.

No queremos volver a la Ley que nos salve.

 

Y líbranos del mal.

 

Porque somos libres y caminantes.

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