EL BLOG DE LUIS ALEMÁN     

                             
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     JESÚS


 

JESÚS, ENCARNACIÓN DE DIOS EN LA TIERRA

 

 

Jesús nació por lo menos cinco años antes de Cristo. Seguramente no nació en Belén, sino en Nazaret. La verdad histórica es que no sabemos ni cuándo ni dónde nació.

 

Pero no puede haber duda: Jesús de Nazaret fue un hombre sin trampa. Sin cartas en la bocamanga, sin privilegios. Con la ciencia y con la ignorancia de un hombre de su tiempo. No echemos purpurina, ni magia de circo sobre la realidad humana de aquel palestino llamado Yesuá.

 

Él es el triunfo de la humanidad. Y esta maravilla de Hombre no sale hecho de las manos de Dios. Ese hombre se ha ido haciendo.

 

Nada ha salido terminado de las manos de Dios. Dios no crea Hechos ni Personas. Dios crea evolución, crea historia. Jesús, como todo hijo de vecino, tuvo que “hacerse”. La llamada “encarnación” fue un hacerse. Como la llamada “creación” tampoco salió hecha de la palabra de Dios. 

 

El “Verbo” no llega desde fuera del mundo y se hace carne humana. Según Karl Rahner, considerado por muchos el teólogo católico más grande del siglo XX, esto supondría la creencia en un dios que se viste de hombre como el que se pone un traje. Cristo no “viene” del cielo, “desciende” a los infiernos, y “sube”, de vuelta, al cielo. Eso es un enfoque mitológico, y por tanto herético. No cristiano.

 

Dios se fue haciendo presente, se fue “encarnando”. Dios no “vino” en una noche de Navidad. Dios fue entrando, noche a noche, día a día, en aquel judío llamado Yesuá. Navidad es el comienzo de la aventura. No hay fechas mágicas, ni automáticas. Todo es proceso. Todo es crecer. Dios crecía en Jesús, a medida que Jesús crecía como hombre.

 

Personalmente, considero que es bello -y real– pensar que el hombre Jesús desarrolla tan plenamente su humanidad, realiza tan plenamente “el proyecto de hombre”, que hace posible la “invasión” de la divinidad.

 

¿Qué es más verdad: que Dios “se hace” hombre en Jesús o que Jesús, un hombre, llega a ser Dios?

 

 
 

Pero, ¿Jesús “era” Dios?

 

 

Te da vértigo la pregunta, ¿verdad? Si respondes afirmativamente, el vértigo no desaparece. Y si lo niegas, te quedas en el aire.

 

Puede que esto ayude a clarificar la afirmación “Jesús es Dios”.

 

El sujeto es “Jesús”. El predicado, “Dios”. Y el verbo, “es”. El problema está en el verboes”. El sujeto y el predicado se unen por medio del verbo. Vale.

 

Pero el sujeto “Hombre” (Jesús) ¿se une al predicado Dios por identidad? No. Hombre no puede ser igual a Dios, nunca.  Ni Dios puede ser igual a Hombre, nunca. Eso sería negar a Dios, o negar al hombre.

 

Entonces, ¿no se puede decir que Jesús es Dios?

 

Se puede decir. Pero no por la identidad de Dios y hombre, sino por la unión. Por vía de identidad, no. Por vía de unión, sí: unidad singular de realidades diferentes, sin separación ni mezclas.

 

Se realiza tal unidad entre Dios y aquel hombre (¡misteriosa unidad!) que lo que él piensa es lo que piensa Dios; lo que él dice es lo que dice el Padre; ama como y cuanto ama el Padre; y sus preferencias son las del Padre. Y, así, quien lo ve a Él, está viendo lo que se puede “ver” del Padre.

 

Jesús es el camino hacia Dios. Jesús es la verdad sobre Dios. Jesús es la vida de Dios.


Navidad en el anonimato

La verdad histórica es que no sabemos ni cuándo ni dónde nació. Yahve los despistó a todos. Aquel niño nació tan de incógnito que Lucas tuvo que poner ángeles en el cielo, y Mateo, magos  de Oriente a sus pies.

 

Hubo que inventar un pueblo: Belén. Decorarlo con estrellas, ángeles,  cantos y magos de Oriente. Todo un ropaje literario para expresar una verdad preñada de teología.

 

Si fueran históricas - que no lo son - las genealogías de Mateo y Lucas, Jesús llevaría en sus venas la sangre de Betsabé la adultera y de David con sus crímenes de Estado. Pero lo que es seguro es que sus genes, los de Jesús, estaban amasados a través de una larga, dolorosa, sangrienta, criminal e ilusionada historia de animales humanos.

 

El hecho periodístico fue anónimo. Puede que naciera en Nazaret. Su llegada fue vulgar. Despistante.

 

Los hombres piadosos esperan siempre que Dios actúe como el Mago de un Circo Cósmico. Pero las grandes transformaciones en el Universo y en la Humanidad no tienen fecha ni reportajes. Como anónimas e incógnitas conviven con nosotros las más bellas realidades de los mares, de la tierra, y del cosmos. Como anónimos son los más bellos gestos de amor entre los hombres.

 

La verdad fue que nadie se enteró de su nacimiento. Y que vino a esta tierra como todo el que nace para morir. Parido por una mujer. Sometido, en todo, a las leyes humanas. Lo contrario hubiese sido una trampa, para jugar con ventaja. Y no hay nada malo en ser hombre. Porque la mujer, tanto como el hombre, son el proyecto de Dios. Porque su humanidad es plena y Jesús no es ningún mito engendrado por un rayo de Júpiter como Augusto, emperador romano.

 

Sólo sabemos que nació, habló, actuó, murió. Lo de la resurrección está al otro lado de lo histórico. Eso entra en el campo de la fe.

 

No está mal el canto de los ángeles y la estrella que anda. Pero, hoy, me ayuda más el anonimato total de la verdad histórica. La cruda realidad de los hechos es, a veces, más profunda que el ropaje pedagógico del artificio literario.

 

 


La Cruz no era necesaria

 

 

No entraba en los planes de Yahvé. No la quería – no la podía querer – siendo un Dios Padre. El hombre podía ser redimido, encauzado, reorientado hacia su plenitud sin la crucifixión.

 

Jesús, aquel palestino, se había metido en un lío. No había sido“prudente”. No pactó con los poderes fácticos y, si era hombre de verdad,  por muy hijo de Dios que fuera, tenía que morir de la forma que murió. Ser hombre, además de nacer de una mujer, significa someterse a su tiempo y a su espacio: ser historia.

 

Pero no murió así porque su Padre lo hubiese dispuesto así. La encarnación no conlleva necesariamente la cruz. Ni la redención. Jesús murió en cruz porque el poder religioso y político a un hombre así no lo podía digerir. Dios no quiere el dolor. Dios no puede querer la cruz. El dolor, en sí mismo, no tiene ninguna fuerza salvadora. La cruz no es invento de Dios. Es invento de hombres.

 

Cuando Jesús se siente abandonado, está siendo víctima del enorme respeto de Dios Padre por las leyes humanas, por el modo con el que los hombres llevan el mundo.

 

Jesús fue elegido para enseñarnos a amar, a convivir, a descubrir la verdad, a desmontar la hipocresía, a mirar a Dios, a mirar a los hombres. Quiso ayudarnos a superar la finitud, a sobrellevar la angustia de ser creaturas y por tanto imperfectas. Nos trajo la palabra “padre”, la palabra “hermano”, la palabra “libertad”. Rompió las amarras de la ley. No se sometió a los poderes del templo, ni a los políticos. Murió como blasfemo y como terrorista.

 

La cruz no era necesaria. Pero, fue inevitable. La maldad humana la hizo inevitable. Los poderes de este mundo, por muy sagrados que sean, no admiten ni a un Cristo ni a un cristiano.

 

Dios Padre tuvo que tragarse la cruz por amor a los hombres. Pero Cristo no vino a sufrir. Vino a ser Camino, la Vida, la Verdad. Y lo consiguió, pero a un alto precio

 

 

La cruz no hay que buscarla. La cruz no es fuente de vida. La cruz habrá que aceptarla cuando llegue. Y la cruz será fuente de vida si en ella se crucifica el amor. El amor es la vida, no la cruz.

 

Jesús murió “por” nuestros pecados. Es decir, la maldad de la sociedad, la de aquella época y la de esta; la maldad de aquellos hombres y nuestra maldad, el Caín que llevamos dentro lo crucificó y sigue crucificando al indefenso, al pobre, al débil y mucho más si, por añadidura, pretende ser libre. Ese “por” no indica sólo una finalidad, es sobre todo, causa.

 

Se corre peligro adorando la Cruz. No te arrodilles ante la cruz. Arrodíllate ante el amor crucificado. Quizás deberían prohibirse las cruces sin Jesús.

 

Monseñor Romero, aquel obispo salvadoreño, no murió asesinado en el altar por voluntad de Dios. Fue el egoísmo de unos poderosos quienes no aguantaron su vida y sus palabras.

 

Dios no quiere – no puede querer – que nos crucifiquemos unos a otros.

 

Pero si alguien quiere amar como Jesús, ser libre como Jesús en medio de una sociedad egoísta, hipócrita, legalista, ambiciosa, caerá muerto a balazos, agotado o crucificado.

 

Pienso que, también en esto de la Cruz, los sacrificios, el dolor etc., nos hemos hecho un lío. O nos han hecho un lío.

 

Pero, en fin, Jesús triunfó. El que lo siga lleva su frente marcada con el triunfo.  Debe quedar claro: no fue el dolor, sino el amor, lo que le llevó al triunfo.

 

 

 

“Si te lo has llevado tú, dime dónde lo has  puesto”

 

 

Esta es la queja de la Humanidad marginada que busca, desesperada, una esperanza: “Vosotros, los de la Cristiandad, ¿dónde lo habéis puesto? ¿Qué habéis hecho con Jesús, el de Nazaret, al que destrozaron y quitaron de en medio los poderes políticos y religiosos?

 

“Dime, dónde lo has puesto”. Esa fue la súplica de una prostituta que se enamoró de Jesús. Y es el grito de unas masas oprimidas por el Templo, el Dinero y la Política.

 

¿Por qué los que sirven al pueblo vivieron y viven siempre en Templos y Palacios? ¿Qué juego de manos ha sido esto del “cristianismo occidental”? Nada por aquí, nada por allí. ¿Dónde está Jesús?” Y me quedo desconcertado, preguntando lo mismo que hace 2.000 años: “Rabbi, ¿Dónde vives?”

 

Ven, Señor Jesús. Así acaba el Apocalipsis. Así acaba el Nuevo Testamento.

 

Ya había venido, y se había ido. Pero dijo que volvería. Esto se escribía a finales del siglo primero o principios del segundo. Y volverá. No cabe duda. Esta es mi fe y la de muchos.

 

Algunos creen que vendrá desde lo alto del Templo, sobre una alfombra (en los Templos hay muchas alfombras). Otros piensan que utilizará un 747 de Alitalia, blanco y amarillo y que besará la tierra en la que nació y murió. Otros, más pesimistas, que aparecerá tras una catástrofe espacial o atómica.

 

Otros, más piadosos optimistas, que caerá el muro del ateísmo, como el de Berlín, y se restablecerá la “Cristiandad”. Pero esta vez a lo universal. No sólo en Occidente. El mundo se hará Europeo, Romano y Católico. Y los budistas se convertirán, y los hermanos separados volverán a la Casa común (Roma), y los negros leerán en latín el derecho canónico, y tendremos muchas iglesias y catedrales, y los curas volverán a ser curas con sus sotanas, como Dios manda. Y las misas muy solemnes, con muchos acólitos, y grandes masas, ingentes, entre las que se distribuirá la eucaristía con Hostia-moviles de la casa Mercedes. Y habrá muchos, muchos confesionarios, también móviles, también de la casa Mercedes, para recoger la cosecha del arrepentimiento. Y todos cantaremos el gran himno del “totus tuus”.

 

Pero Jesús volverá. Lo dijo Él. Yo lo creo. Es la esperanza que nos queda a los pobres. Yo no sé cómo lo va a hacer esta vez, la definitiva. No creo que baje entre nubes y rodeado de ángeles. ¿No estará viniendo ya? Me temo que los últimos en enterarse serán los del Templo, los Letrados, los del Sanedrín, los de la nueva Jerusalén.

 

 

 

 

“Resucitó. No está aquí”

 

 

Ni está “aquí”, ni está “allí”, ni está en ningún “sitio”.

 

La Resurrección no fue un hecho histórico  No pudo ser vista por nadie Si dentro de la sepultura hubiera habido una cámara oculta, no hubiese grabado nada. La Resurrección no se puede “mostrar”, ni “demostrar”.

 

No es un hecho histórico porque está fuera de la historia. Historia es espacio y tiempo. Dios resucitó a Jesús cuando ya había acabado su vida en la tierra, es decir, cuando los poderes de este mundo decidieron eliminarlo, echarlo fuera matándolo. Habían vencido sobre Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos no lo quisieron”.

 

La Resurrección no fue historia. Pero, sin embargo, es verdad: resucitó.

 

¿Acaso es verdad sólo lo histórico? ¿Acaso sólo es verdad lo que se puede tocar, ver, fotografiar, medir, situar en un sitio? Si sólo lo histórico fuera verdad, estaríamos negando a Dios.

 

Jesús resucitó. Estoy seguro por mi fe. Vivo sus consecuencias. Y si Jesús no ha resucitado, confieso que mi vida no tiene sentido.

 

Y ya sé que Jesús no está “aquí”, ni “allí”, ni “fuera”, ni “dentro”. Todas esas palabras pertenecen al espacio, y Jesús vive en otra dimensión, en otra orilla. Pero creo en su presencia en mí y en todos los demás.

 

Creer en el Resucitado es creer que existe otra dimensión, otra situación, otra vida junto a Dios “que ni ojo vio ni mente humana puede concebir...”

 

 

 

 

SE APARECIÓ...”

 

 

Las apariciones de Jesús resucitado ¿son reportajes históricos? Es decir: ¿el resucitado comió pan y pescado en el lago de Galilea? ¿se elevó a los cielos, poco a poco, hasta que una nube lo ocultó? etc.

 

Ningún teólogo serio, que sepa algo de sagradas escrituras entiende esos pasajes como históricos.

 

¿O también es histórico que “el diablo se lo llevó (desde el desierto) a la ciudad santa, lo puso en el alero del Templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, tírate abajo” Mt. 4, 5?

 

Es evidente que todo esto habrá que saberlo entender, y saberlo explicar. Lo cual supone que, de una vez por todas, nos tomemos en serio el estudio del evangelio. Es nuestra ignorancia la que convierte al Jesús de Nazaret en un cómic de superman divino que ya no se tragan ni los niños. Porque, cómic por cómic, prefieren los japoneses.

 

Pero si algo nos ha traído el enorme progreso de estos últimos años en el conocimiento científico-histórico de Jesús, es precisamente su absoluta normalidad, la ausencia total de magia y efectos especiales.

 

Entonces ¿por qué lo escribieron los evangelistas de esta forma?

 

Pues sencillamente, porque toda la Biblia, y no sólo la Biblia sino toda la literatura de aquellas culturas, no sólo la Hebrea, expresaban lo que querían decir, sobre todo en asuntos en los que de alguna manera creían que intervenía la divinidad, con claves, esquemas y enfoques literarios propios de cada pueblo.

 

No se puede leer ni el evangelio, ni cualquier otro escrito de hace 2.000 años con la mentalidad occidental de ahora.

 

Incluso, en nuestro mismo tiempo, si te vas a África y algún nativo te cuenta lo que está pasando en su tierra o en su tribu tendrás que entender sus claves de pensamiento y expresión si es que quieres enterarte de algo. Y no basta con saber su idioma. La traducción mecánica de palabra por palabra te puede dejar en ayunas.

 

Lo importante es estudiar y llegar a comprender qué es lo que aquel grupo o grupos de primeros cristianos, vieron, entendieron y consideraron importante transmitirnos. El ropaje y las formas literarias no deben confundir.

 

En resumen. Si te quedas en la estrella que camina, con los magos que vienen de Oriente, con los ángeles mensajeros, con el cielo que se abre, el velo del templo que se rasga, los muertos saliendo de sus sepulturas, la piara de cerdos que se precipita por el barranco o el pez que lleva una moneda en su boca... es posible que llegues a la conclusión de que todo es una fábula.

 

Si no te han enseñado a leer y entender el evangelio, como a mí tampoco me lo enseñaron, y sólo has leído u oído una traducción literal, y de ordinario mala, comprendo que a tu fe le están pidiendo demasiado. Y siempre recurriendo a la excusa de que se trata de un misterio de fe. Cuando, en el fondo, lo único que hay es ignorancia y pereza.

 

Volviendo a las apariciones del Resucitado. Una vez leídos los bellísimos relatos (por ejemplo la huida de dos discípulos a Emaús), habría que decir: la comunidad de seguidores de Jesús (más de quinientos según Pablo), los apóstoles y discípulos,- y antes que todos ellos un grupo de mujeres,- vivieron la experiencia, con absoluta evidencia, de estar ante el mismo Jesús que había muerto y que ahora estaba resucitado, ya glorioso.

 

Puedes no creerlo, como puedes no creer en la existencia de Dios Padre.

 

Yo lo creo. El Padre resucitó a Jesús. Sin esa fe, no merece la pena creer.

 

 

 

 

Creo en Jesús

 

 

Creo en Jesús de Nazaret, el que ilumina a todo hombre, el que nos hace capaces de llegar a ser hijos de Dios; el que está de cara al Padre; el que es la explicación de Dios.

 

Creo en Jesús, el Señor que vive en medio de nosotros, sin espacio ni tiempo.

 

Creo en Jesús que está en las cárceles, y es emigrante, y tiene el sida.

 

Creo en Jesús que es negro, minusválido y marginado.

 

Creo en Jesús, el Cristo, el que es más amigo de las prostitutas y los sin techo que de los sacerdotes del Templo.

 

Creo en el Reino anunciado por Jesús, la nueva sociedad.

 

Creo en el Reino de Jesús, en el que su Espíritu ha suplantado a la ley, y en el que el hombre está por encima de la ley.

 

Creo en el Padre de nuestro Señor Jesús, que me dará el pan de cada día, como a los pájaros del aire y a los lirios del campo.

 

Creo en Jesús, el Cristo, el único que posee la verdad de la historia, el que sabe lo que hay en el corazón de cada mujer y cada hombre.

 

Creo en Jesús, el Cristo de la humanidad, el que va a volver, el que está viniendo

 

Creo en el Jesús que está naciendo, nuevamente entre chabolas, en el tercer y en el cuarto mundo.

 

Creo en Jesús, el que al final hará justicia, y que lo Humano llegará a su plenitud, y el proyecto del Padre triunfará.

 

Ven, Señor Jesús.

 

 

 

 

Rabbi, ¿Dónde vives?”

 

 

Cuando los cristianos triunfaron sobre el antiguo Imperio Romano, y el emperador Constantino le regaló al Papa Melquíades (año 313) su propio Palacio imperial de Letrán, Jesús de Nazaret quedó oculto tras una nube.

 

Estorbaba en el nuevo tinglado. En compensación, había que mitificarlo (convertido en mito hacía menos daño). Allí, a la diestra del Padre. Ya bien lavado, bien peinado, con muchos ángeles, muchas flores. Cuanto más divino, mejor. Era urgente camuflar su humanidad. En Roma, hasta los emperadores entraban pronto en la esfera de lo divino.

 

Aquel Jesús, judío, primitivo, agreste, brusco, metido siempre en el pueblo, entre analfabetos, pescadores, prostitutas y gentes desesperadas, diciendo cosas desagradables… ¡aquello fue un accidente histórico! Lo importante es que ya es el Alfa y Omega; que resucitó; y que está sentado a la derecha del Padre.

 

Y, empezó la era de las Basílicas, las Catedrales, los ornamentos, el incienso, y el arte. Empezó la Cristiandad.

 

Jesús se volvió y, al ver que le seguían les preguntó:

¿Qué buscáis?

Le contestaron:

Rabbi, ¿dónde vives?

Les dijo:

Venid y lo veréis.

Llegaron, vieron dónde vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él; era alrededor de la hora décima”

 

La hora décima. Las cuatro de la tarde. Cerca del final del día para los judíos. Final de época para el evangelista, y comienzo de otra. Todo comienza con una pregunta: ¿Dónde vives? Y con una respuesta: venid y lo veréis.

 

Al comienzo de este milenio hay que repetir la pregunta: Jesús de Nazaret, ¿dónde vives?

 

 

 

 

Enterrado Yesuá, nos hicimos un Cristo a medida

 

 

Pidió no beber el cáliz y se ahogó en él. Le fallaron los suyos, y en el momento supremo, le falló su Padre: le dejó ser hombre, sólo hombre... hasta el final

 

Pero eso no gustó ni a sus primeros seguidores. Desde el principio costó mucho tragarse la vulgaridad de su humanidad: Uno igual a todos en todo, aunque sin maldad.

 

Pienso que el verdadero entierro no se lo hizo José de Arimatea. El entierro comenzó después. Fue lento, poco a poco. Tardó siglos. La última paletada y la lápida de mármol la colocaron antes de la Edad Media. El epitafio decía:

 

Aquí yace, Yesuá de Nazaret, bueno y poeta.  Amó al pueblo y creyó en Dios. Descanse en Paz.

 

Después vinieron muchos filósofos y muchos teólogos y muchos concilios y le hicieron muchas autopsias, radiografías, ADN. Yo dudo que el resultado de su informe se parezca a la realidad.

 

Aquí queda la pregunta en términos de asignatura de Cristología: ¿Se parece mucho el Cristo de la Fe al Jesús de la Historia?

 

El problema de la cruz y de la vulgaridad humana de Jesús se enfocó pronto. A ese Yesuá tan agreste y humano, había que estudiarlo desde arriba, desde la divinidad, desde la Trinidad. Y empieza una Cristología escolástica que va de arriba hacia abajo.

 

Había que estudiar a Jesús primero como Dios, pasándolo al ámbito del misterio. Así todo se traga y apaña más fácilmente. Con ese enfoque se perdió el hombre Yesuá, el hijo de José ese otro gran desconocido.

 

Pero olvidamos que fue precisamente Yesuá, el de Nazaret con su humanidad, y a través de su humanidad sin decorados, quien nos convenció de que Yahvé era su Padre y nuestro Padre, y de que Dios y hombre eran inseparables. Él, el de Nazaret, era la palabra de Dios.

 

No ir a Jesús viniendo de Dios, sino ir a Dios partiendo del Jesús histórico, es lo que se llama Cristología desde abajo. Quizá nunca creímos en Jesús. Hemos creído en Dios. A lo sumo en Cristo. Pero aceptar al hombre es más difícil que aceptar a Dios.

 

Este problema es muy antiguo: para aceptar a Jesús había que lavarlo, adornarlo con nubes, ángeles, magia, demonios. Ni nos gusta ni nos basta el Jesús histórico. A través de él no acabamos de ver a Dios.

 

Por eso las virginidades, por eso los cantos y las voces celestiales que quizá nunca se oyeron. Como tampoco vemos a Dios en el vecino, en el peatón, en el pobre, en el marroquí...

 

Quien ama al prójimo y lo acepta por amor a Dios, no ama ni acepta al prójimo, dice amar a Dios.


 

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