EL REINO
EL REINADO DE DIOS
¿alguna vez será
el mundo como jesús
soñaba?
Yo no se. Puede que ni Dios lo sepa. Puede que ni Dios tenga
sobre su mesa una auditoría fiable sobre cómo acabará el
negocio. Y es que existe un elemento no contabilizable: el
corazón del hombre, libre, imprevisible.
¿Va esto contra la “omnisciencia divina”? Pienso que no. Dios
sabrá todo lo que es cognoscible. Pero se complicó la vida
poniendo en marcha, por amor, un ser inteligente, libre,
contingente, un maravilloso monstruo.
La historia no está escrita. Y Dios no juega con las cartas
marcadas. Quizá sea eso lo más preocupante: que Dios juega con
el riesgo de haber creado el ser humano.
Por tanto, puede que Él, a estas horas, no sepa el final de la
película.
Parece, efectivamente, que el mundo y su historia depende de
nosotros mucho más de lo que creemos.
“Que llegue tu reinado”. Y no se pide que venga el cristianismo,
ni el reinado del papa, ni que todos vayan a misa los domingos,
ni que venga el Corazón de Jesús a sentarse en la ONU. Ni
siquiera se pide que venga el “reino” de Dios. Se pide que
llegue su reinado. Es decir, que se realice la visión que Dios
tiene del hombre y la comunidad humana. Eso es su reinado. No
pedimos que los templos se llenen de fieles sino que los hombres
se desarrollen y convivan a la manera y a la imagen de Dios
Padre.
Una comunidad de seguidores de Jesús no debe hacer otra cosa que
desear que los hombres se lleven bien, se ayuden, se aguanten,
se perdonen, que aprendan unos de los otros, que inventen
formulas de reparto, economías justas, técnicas que ayuden al
hombre para liberarlo de toda esclavitud.
Que no haya grupos que impongan sus filosofías, sus idiomas, su
poder, sus pistolas, sus dogmas, sus genes, su color o sus
banderas. Que globalización sea comunicación y no imposición y
dominio: por ahí va eso de que “llegue tu reinado”.
Lo evangélico no parece que esté diseñado para dominar, para
mascarse como tropezones de una paella. Creo que el evangelio
sólo da sabor. El evangelio es levadura que fermenta, sal que
condimenta. No está hecho para triunfar sino para que triunfe la
humanidad.
El evangelio no construye sociedades, ni estructuras de cemento,
ni leyes, ni sistemas económicos: sólo pone la levadura, la sal
para que lo humano, el hombre sea el final, el objetivo de toda
política, de toda economía, de todo templo, de todo Dios.
La cizaña no ahogará el trigo. Al final, el esfuerzo de
Jesús no resultará inútil. Al final lo humano triunfará.
LA UTOPÍA DEl reino
Utopía es
fijar la mirada en algo sin lugar. Posible o imposible,
realizable o irrealizable, pero no situable. Fuera de nuestro
mapa. El utópico vive junto a la locura.
El
evangelio es una utopía. La iglesia de Jesús es una utopía. La
tierra prometida es una utopía. El mundo en el que vivan juntos
corderos y lobos es una utopía. La eucaristía es alimento para
una utopía.
El
cristiano es un hombre que sueña, como Jesús, en la utopía.
Trabaja por la utopía, genera utopías, siembra utopías, aunque
acabe, con frecuencia, destrozado por la realidad.
Sin
utopías seríamos simples animales. Estamos condenados al hambre
de la perfección. Si un político no vive en la utopía, es un
mero comerciante. Si un cristiano no siente la herida de la
utopía es un simple pagano. Si un joven no es utópico es ya un
viejo. Si un viejo no es utópico es que ya está muerto.
La utopía:
he ahí una de las grandes raíces de la profunda insatisfacción
humana.
Con la
perspectiva de un Dios Padre, oteando desde la última colina,
esa tensión es soportable en la esperanza. Sin un Dios bueno,
allá al final, esto no hay quien lo aguante.
Estar
siempre en camino, estar haciéndose siempre. Ese
sueño de verse terminado, esa angustia de inestabilidad, esa
locura por lo absoluto es fuente de amargura, de miedo, del
ridículo humano.
Al buscar
desesperadamente dogmas, buscamos lo absoluto, anhelamos metas,
fingimos seguridades imposibles. A las que nos aferramos hoy, y
que nos convierten, al día siguiente, en payasos. Todo por
querer transformar la vulgar realidad en la utopía atrapada.
Esto
quiere decir que el conocimiento filosófico, ni el teológico,
ni siquiera el científico, han llegado, en nada, a ninguna
estación final. El hombre no lo sabe todo de algo. No ha
conquistado nada del todo. La raza humana no está en situación
de haber vencido, por completo, en ninguna de sus batallas. Los
dueños, ya sean religiosos, políticos, científicos o filósofos,
al absolutizar y dogmatizar sus conquistas, corren el riesgo de
que el tiempo se mofe de ellos.
Pero no
aprendemos. Vamos de triunfo en triunfo, de dogma en dogma hasta
la derrota final. Y es que nuestra situación, transida de
espacio y tiempo, es una mezcla explosiva de realidad y utopía,
sueño de futuro impreciso en un presente inacabado.
He ahí un
argumento definitivo para la humildad. El antídoto a cualquier
despotismo, papanatismo o vendedor ambulante de pócimas mágicas.
Caminar
con nuestra ignorancia y nuestra pobreza a cuestas nos hace más
humanos, más hermanos, más dialogantes, más abiertos al único
Absoluto.
CARISMA
Un
“regalo” de Dios. Carisma viene del griego jaris que
significa gracia, gratuito. Y la “gracia” no es algo que da
Dios. Es Dios el que se da a si mismo.
Cronológicamente, primero es el carisma. La institución viene
después. El carisma es Dios. La institución, el hombre. Primero
es la poesía, después el derecho. Primero el paisaje, luego los
caminos y carreteras. El fogonazo es la intuición, luego vendrá
la lógica.
Hoy
sabemos que las carreteras pueden destrozar el paisaje; el
derecho, matar la vida; y la lógica convertirse en falacia y
engaño. Llegan los pastores y se hacen los amos del rebaño.
Llegan los arquitectos e ingenieros y encauzan el salvaje y
libre torrente de agua.
Las
religiones suelen nacer como una inspiración poética, como una
utopía virgen, como un desgarro profético.
Luego se
debilita el fogonazo del carisma y comienza la normativa, la
burocracia, la rutina. Todo para garantizar su supervivencia. Es
verdad. No parece posible la permanencia de un carisma en una
sociedad, sin algo de institución.
Lo malo
ocurre cuando la institución se convierte en becerro de oro y se
hace venerar como si fuera un fin en sí misma. La Institución se
sacraliza. El Espíritu, el mensaje inicial, el carisma pasa a
segundo plano, o hiberna.
El
resultado no puede ser más nefasto. Las gentes descubren la
estafa. Y huyen de la institución, como se huye de un esqueleto,
en medio de la oscuridad.
Puede que
la Religión Católica sea la más institucionalizada. Al menos,
sus instituciones son las más reconocidas socialmente: El
Papado. El Episcopado. El Sacerdocio. Los sacramentos... La
Iglesia Católica es lo que es - en gran medida - por sus
instituciones. Y brilla tanto su organización, que cada vez
resulta más difícil que los que dirigen, necesiten al Espíritu.
Ni de sacristán en la Capilla Sixtina.
Y así, sin
pretenderlo, la Fe en Jesús se difumina en un bosque tan
frondoso, tan complejo, tan sometido al Derecho Canónico que
éste pasa a convertirse en el quinto evangelio.
Sin
embargo, mi convencimiento es que la Fe y el Carisma de Jesús el
de Nazaret, sobreabundan. No en contra de, pero sí al margen de
las instituciones. El Espíritu empuja y sigue fermentando la
masa humana. Él es el protagonista de la película. Las
instituciones eclesiásticas desempeñan un papel muy secundario
en el auténtico reino de Jesús. No han podido con el Espíritu.
Bella
dinámica entre la Ley y el Espíritu. Trágica historia entre el
Profeta y el Poder. La utopía es débil, pero nadie la puede
matar.
La
desbandada de las masas, el cierre de conventos, las catedrales
vacías, la falta de vocaciones sacerdotales... no son más que
pruebas de que el Espíritu va por donde quiere. Sin muletas
institucionales, presuntamente sagradas.
Existen
ideas, corrientes subterráneas que pueden más que la mano
controladora del hombre: como el viento del Espíritu al que no
domestica ni encauza ningún poder, ninguna muralla. ¿Preguntáis
qué es el Espíritu? ¿Preguntáis qué es el carisma? Eso que une a
tantos cristianos, a tantos creyentes que no caben en el Derecho
Canónico. Los que mantienen la débil llama de la utopía.
Ahora,
quizá más que nunca, la iglesia de Jesús necesita hombres y
mujeres que, sin encargo del clero oficial o incluso con la
resistencia de ellos, llenen de un nuevo vigor, con comunidades
de creyentes, la sociedad desconcertada y dolorida de los
hombres.
Todo esto te daré si, postrado, me adoras
En la teología de “cristiandad”, en el sueño del triunfo
definitivo del “cristianismo”, se agazapa la gran tentación del
poder.
Hoy, ulemas y cleros de todas las confesiones sienten dolor y
nostalgia al comprobar que el desarrollo trae consigo una
secularización de la sociedad. Y si Dios desaparece, ellos
pierden su poder.
No piensan que la madurez de lo
humano quizá no sea posible en un hábitat atosigado de incienso
y clero, por muy estético que resulte. Paradójicamente, provoca
desbandadas de creyentes hartos de Dios o conflictos dolorosos
de buenas gentes honestas y desconcertadas.
Pero con el poder hemos topado. Nadie quiere dejar poder. Nadie
quiere servir.
En la Edad Media el problema que mas discordias provocó en
Europa fue la cuestión de quién era, en último término, el que
mandaba. ¿La Iglesia o el Estado, el Emperador o el Papa?
El Pentateuco había unido poder y divinidad. Todo poder viene de
Dios. El que represente a Dios ostenta el poder. Y el poder
representa a Dios. Eso es la Teo-cracia. Lo que se dice o se
manda, lo dice y lo manda el mismo Dios.
Al principio, la Jerarquía aduló a los Emperadores. Y creció a
su sombra. Ellos, los emperadores, convocaban y presidían
concilios; nombraban obispos; elegían y quitaban papas. Pero
pronto los papas quisieron quitarse el yugo civil de encima. Y
vinieron los problemas. Los papas excomulgan a los emperadores y
reyes y los emperadores invaden Roma para quitar y poner papas.
La cumbre del poder papal llegó con Inocencio III (1198-1216),
que escribe al Patriarca de Constantinopla: “Cuando Jesús
dijo a Pedro: Apacienta mis corderos, no le pidió sólo que
guiara su Iglesia, sino que gobernara todo el
universo”.
En esta lucha por ostentar el poder civil y religioso, unas
veces ganaba el emperador y se convertía en David. Cuando ganaba
el papa, resucitaba Melquisedec, personaje misterioso que
aparece sólo una vez en el Antiguo Testamento (Gn 14.) como
sacerdote-rey. Y eso era lo que los papas querían ser. “Según el
orden de Melquisedec”, no porque ofreciera pan y vino a Abraham
sino porque era rey.
Desde un punto de vista evangélico, la llamada cristiandad
producto de la Edad Media es motivo de sonrojo y pena.
El cristianismo, cuando tocó poder político, imitó a Israel
sacralizando la vida social y levantando murallas frente a los
pueblos paganos. No hay modo de dialogar si no es para aceptar
su verdad, bautizarse, y someterse a la estructura y legislación
sagrada.
Nada que ver con lo de “id por todo el mundo y anunciad la
buena nueva”. Se traduce por “id y dominad el mundo”.
Jesús no quiso dominar a nadie ni sustituir ni complementar a
ninguna autoridad. Sólo quiso que llegáramos a la plenitud como
individuos y como sociedad.
Jesús rompe con el nacionalismo y el racismo. Sabe que han
llevado al pueblo a la ruina. El RH étnico separa, pero
cualquier circuncisión, bautismo o sucedáneo, además de
segregar, ensoberbece.
Jesús rompió toda atadura o cadena que encontró por el camino.
Incluso se saltó las barreras de fe que separaban a los de
Samaría frente a los de Judea y asentamientos judíos de Galilea.
Gozaba enderezando al encorvado, soltando la lengua trabada,
haciendo correr al cojo, abriendo los ojos del ciego, o
extendiendo el brazo encogido, defendiendo a la mujer cazada en
fragante adulterio. Y lo más dificil, rompiendo las redes
invisibles de las ideologías paralizantes: no cumplió con el
Sabbat, ridiculizó las purificaciones y se atrevió contra el
Templo. A los santones los llamó hijos de perra.
Fue colocando explosivos en vigas maestras de todo el edificio.
Necesariamente tenía que ser crucificado. Pretendió desmontar la
mascarada de la religiosidad judía. Nadie le había enseñado la
fuerza y la importancia de los poderes fácticos. Y en esta
sociedad creada por los hombres, los poderes fácticos pueden más
que Dios.
DIOS EN LA HISTORIA
Hay que revisar, urgentemente, todo ese tinglado teológico del
“pueblo elegido”, el “rey elegido”, el “sacerdote elegido”, el
“sumo pontífice elegido” por Dios. La historia demuestra que no
se puede atribuir al Espíritu Santo la presunta elección tanto
de reyes del Antiguo Testamento, como de Emperadores,
Generalísimos y Papas del último Testamento.
El único elegido es Jesús, el único ungido es Jesús, el único
hijo amado es Jesús, el único Rey es Jesús, el único Sacerdote
es Jesús. Los demás, todos los demás nos incorporamos por Jesús
y en Jesús. Ya no hay más trono que la cruz. No hay más reinado
que el suyo a los pies de los suyos.
¿Interviene Dios en el devenir humano? ¿Los aviones que cortan
como un queso las Torres Gemelas forman parten de un plan
divino? ¿El trozo de metralla etarra que rebota como una bola de
billar en contenedores de basura y rompe el cráneo de un niño
está previsto, querido, permitido por Dios? ¿Está Dios detrás de
las desgracias y de las loterías humanas?
¿Están los malos en un bando y los buenos en otro? ¿Cuál es el
papel de Dios en la historia? ¿La historia es sagrada o humana?
¿Cómo es posible que Bush, Ben Laden, Aznar, Arzalluz, Ariel
Sharon, Arafat recen al mismo Dios?
Le he cogido rabia y miedo a las banderas, a los cañones, a los
estandartes con dioses, a los pozos de petróleo y a los credos
oficiales. Quizá sea preferible un terremoto a un fanático con
un libro en una mano y en la otra un mandato de Dios.
Es increíble la facilidad en el recurso a Dios para explicar,
frenar y justificar la barbarie humana: pueblos humillados por
fanáticos y salvapatrias analfabetos, por redentores engreídos,
por generales con cerebro de cerdo.
Los poderes públicos habían recurrido, siempre, a Dios para
justificar sus actuaciones. Ahora es el clero quien se parapeta
tras Dios, para sacralizar su gestión y su teología,
monopolizando el pensamiento divino para interpretar la
historia.
Israel se aferró tenazmente al monoteísmo.
Es comprensible que Israel quisiera apropiarse de Dios y
rentabilizar su fe. Ha ocurrido en todas las religiones, en
todas las teologías. Siempre se buscó la manera de
“rentabilizar” las creencias. Los israelitas lo hicieron.
Constantino lo hizo. Los Papas lo hicieron. Franco lo hizo. Y
hoy el Vaticano – la nueva Jerusalén –sigue ordeñando su fe.
Jesús esparció semilla. No arrancó la cizaña. Todavía pululan
muchos elegidos, muchos reyes que viven del pueblo e
innumerables templos que pasan por ser “signos” de cristianismo.
El camino será largo hasta llegar al Padre nuestro de Jesús que
busca, por los caminos, marginados leprosos, hambrientos, cojos,
paralíticos, ciegos y adúlteras. Y que escoge para sí al
deshecho del mundo. Jesús pulveriza, en nombre de su Padre, el
principio de elegidos, porque desde ahora hasta de las piedras
pueden salir hijos de Abraham.
Se pierde, ya muy lejos, aquel Dios de Abraham. Aquel Señor
amigo que viajaba con el patriarca. Abraham no era monoteísta.
Incluso respetaba y saludaba a los dioses que se encontraba por
el camino. Respetaba a los vecinos y a sus dioses. Él tenía el
suyo. Caminaba con él y se fiaba de él. Aunque su Dios era muy
difícil de entender. Abraham no se peleó con nadie por los
dioses. Abraham no tenía ciencia de Dios. Simplemente se fiaba
de él.
La ingenuidad de Jesús
Pues
resulta que Jesús, aquel del que dijeron que “todo lo
que hacía, lo hacía bien,” lo
dejó todo en el aire. No dejó nada atado. Se olvidó de la
organización. Ni siquiera fue suya esa celebre frase, a la que
tanto jugo se le ha sacado: “y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia”.
Primero,
Jesús no vino a fundar ninguna iglesia. Una cosa es fundar y
otra poner los fundamentos.
Segundo,
nunca hubiera dicho “mi” iglesia. Para Jesús el único
“propietario” de todo era el Padre. De haber dicho esa frase,
habría dicho “la Iglesia de mi Padre”.
Tercero,
“esta piedra” sobre la que se edifica la nueva convocatoria, no
es Pedro, sino la fe manifestada por Pedro.
Está claro
que esa frase de Mateo tan estudiada, tan investigada, que
aparece en algunos códices – no en todos –ha sido forzada a
decir lo que literalmente no dice.
Ese pasaje
aparece sólo en el evangelio de Mateo. La comunidad en la que se
escribe ese evangelio se sitúa en Antioquía de Siria. Es un
grupo de primeros cristianos que han huido de Jerusalén.
Conviven con grupos de fariseos que también han tenido que huir
de las persecuciones de los romanos. Los seguidores de Jesús no
acaban de separarse de la sinagoga ni de las costumbres judías.
Cuando se
escribe el evangelio de Mateo, Pedro se ha hecho ya cristiano,
poco a poco. Le costó mucho dejar la Torá. Su conversión no fue
el resultado de un fogonazo sobrenatural como teatraliza Lucas
en los Hechos. Fue el poco a poco de una transformación
dolorosa. Y es bello recordar que sobre aquella fe de Pedro, tan
desprestigiada y tambaleante se va a ir levantando la nueva
ecclesia, es decir la nueva convocatoria.
Sacar de
su contexto histórico los versículos del evangelio de Mateo;
forzar incluso el diccionario y la gramática, para levantar todo
el tinglado romano es un chiste.
Bueno, a
lo que íbamos. Que Jesús lo dejó todo en el aire. No fue como
Franco con lo de atado y bien atado. Jesús solo sembró la
semilla. La regó con sangre. Nos enseñó a partir el pan, a beber
de una misma copa de vino y dijo que volvería, sin avisar.
“Somos de ayer, y ya llenamos el mundo”, dijo, poco después, un
tal Tertuliano, y añadió que “la semilla de la fe se había
regado con la sangre de los mártires.”
Seguro que Jesús, el de Nazaret, pueblerino él, no previó que el
mundo era tan grande y que su palabra florecería tan rápida y
tan abundante. No pudo preverlo porque ni sabía que la tierra
era redonda. Y además pensaba que aquello se iba acabar pronto.
Y nadie le proporcionó un curso de organización y dirección de
empresas.
Él nos
dejó su Espíritu, semilla y sangre. Pero la cosa se complicó.
Llegaron los gestores. “Episcopoi” significa en griego
inspectores, administradores, es decir, los que se encargaban
del aparato organizativo, de mantener el orden. Porque aquello
de las diferentes lenguas, los diferentes carismas, las
diferentes personalidades, los diferentes nacionalismos
amenazaba en reproducir la antigua Babel.
Poco a
poco los gestores actuaron como los dueños de la idea. Ya solo
faltaba justificar la operación con algunas citas bíblicas.
Completar la simetría de los doce hijos de Jacob, las doce
tribus, los doce apóstoles, testigos de su vida, de sus
palabras, de su muerte y de su resurrección.
Para lo
cual, entre otras cosas, hubo que eliminar a las mujeres que
habían sido mucho más testigos que los doce. Pero las mujeres
rompían la simetría con el Antiguo Testamento, y en aquella
sociedad no contaban. Aunque, según parece, fueron las únicas
que de verdad siempre estuvieron junto a él.
Jesús no
buscó filósofos, ni economistas, ni teólogos. Y sólo habló del
Padre y de los hermanos. Más que ensalzar la pobreza lo que hizo
fue ponerse del lado de los pobres. No predicó la enfermedad,
ayudó a los enfermos. No animó a la revolución, liberó a los
esclavos y fue durísimo contra todo el que humillaba y se
aprovechaba del hombre.
No sabía
economía ni filosofía ni política. Y su teología era tan
sencilla como su fe.
Lo importante es la Humanidad
Las
Iglesias actuales (católica, protestantes, ortodoxas…) no son
más que hermanos separados por pequeños e inconfesables egoísmos
de herencia y de mando. Y todas ellas no son más que una entre
las múltiples formas en las que pudo cuajar aquella brisa fresca
que empezó en Nazaret.
Si la obra
de Jesús, el de Palestina, fue organizar el clero, la jerarquía,
el Vaticano y poner en el mercado una Suma teológica, no mereció
la pena.
Pienso que
a Dios le importa un rábano la Iglesia-Institución, el Papa, las
Conferencias episcopales, los Templos y el Arzobispo de
Westmister.
Pienso que
si el Párroco de mi pueblo es honrado, amable, justo y generoso,
Dios estará contento.
Pienso que
si la Señora Antonia, esa mujer que está en la caja del
supermercado, es feliz, buena, comprensiva… Dios estará feliz.
Pienso yo
que Dios sufrirá ante tanto fracaso humano, ante tanta hambre,
ante tanto desastre…y que eso sí le preocupa.
Pienso yo
y también lo piensa Juan el evangelista y Pablo de Tarso, que lo
que le preocupa a Dios es la humanidad. La gloria de Dios es que
el hombre viva. Y que amó tanto al Hombre que escogió a uno, y
se unió tanto a él para que la humanidad aprendiera cómo se ama,
cómo se vive, cómo se muere.
La prueba
del algodón para cualquier religión es comprobar si el núcleo de
su actividad se centra en cuidar y defender al hombre, o se
dispersa en otras sublimes zarandajas.
Al menos
para mí, el error más grosero de cualquier institución religiosa
es la de sentirse defensora de Dios en la tierra. Como si Dios
necesitara un despacho de abogados para defender su honor y
culto debido.
Con el
evangelio en las manos, el "interés" de Dios en la tierra no es
la defensa de su honor, ni conseguir las alabanzas y el culto de
los hombres. Es el hombre mismo. Y entre estos, los más débiles.
Dios no necesita del hombre para nada. Es el hombre el que se
pierde al perder la referencia de Dios.
Dios no
necesita ni santos ni mártires que den su vida por Él. Aquí los
únicos santos y mártires son los que crean paz, progreso, y
ayudan a la evolución de la raza humana, y a veces caen en la
batalla por su trabajo, aunque no tengan un crucifijo en las
manos.
Dios a través del hombre
Pienso que
Dios prefiere que lo dejemos a El tranquilo, que El no tiene
hambre ni soledad, que el lamento viene de la humanidad
doliente, esquilmada y apaleada por los caminos de Jericó.
Para Jesús
está claro que primero tiene que ser el hombre: “ve primero y
arréglate con tu hermano y después ve a rendir culto a Dios”
No es
posible creer en el Dios de Jesús si no se acepta al hombre. “El
segundo es igual al primero”.
Este es
punto clave en el evangelio de Jesús. Fustiga a las autoridades
porque oprimen al hombre. El hombre está por encima de la Ley.
Jesús duró
poco. Demasiado poco. Duraría poco esa ola de libertad y
alegría. Pronto volverían el miedo, los complejos de culpa, los
moralistas y una plaga de clérigos, a la antigua usanza,
queriendo encauzar el desmadre causado por el ignorante Jesús.
Pronto volvería la Ley.
¿No
recuerdan Uds. esa otra historia de aquel otro hombre bueno
llamado Juan XXIII que abrió ventanas, rompió cadenas, dejó
hablar a los mudos, acercó a los enemigos, que dijo que él no
era infalible porque no iba a proclamar ningún dogma, que
alarmaba a los doctores de la Gregoriana porque decía herejías
en sus homilías, que hizo sonreír y soñar al mundo...?
Duró poco
esa otra ola de alegría y libertad. Pronto volvería el miedo.
Pronto volvería la Ley.
Por encima del Hombre, ni la Religión
Parece
evidente que Dios ha proyectado al hombre para que llegue a su
plenitud.
Parece que
el Universo es como una factoría cuyo producto final es lo
humano. Conseguir el Hombre: ese individuo inteligente,
reflexivo, libre, social, comunitario, dueño de su propio
desarrollo, creador de historia, sometido y, a la vez, dueño del
espacio y el tiempo.
Para el
creyente, la gloria de Dios es el Hombre.
Jesús, el
de Nazaret, fue el prototipo, la culminación del diseño.
Jesús no
fue un cristiano. Ni vino a fundar el cristianismo, y mucho
menos una Iglesia. Los llamados milagros -paralíticos, cojos,
ciegos, leprosos, encorvados, endemoniados…- son signos
evidentes de su acción liberadora con el expreso deseo de ayudar
a conseguir la calidad del “producto” hombre.
Un hombre
fracasado es un fracaso de la factoría de su Padre. Un hombre
sometido al sábado, esclavo de una religión, servidor de un
templo es un ser humano sometido, sirviente de poderes
inferiores a él.
Lo que
llamamos “cristianismo”, “catolicismo” o “religión” de cualquier
tipo habrá contribuido en mayor o en menor grado al desarrollo
del “Hombre”, pero no es lícito omitir que también fue un
engranaje más de esos grandes sistemas, que, desde siempre, han
pretendido someter al Hombre. Cárceles mentales, con rejas de
cánones y leyes, condenas y premios, ritos, hábitos y
tradiciones cuyo producto final ha sido, no pocas veces, casi
siempre, un sucedáneo de lo humano. El proyecto de Dios,
descafeinado.
El
cristianismo ni ha sido fiel a Dios, ni se ha fiado nunca del
hombre. Curiosamente utilizó, manoseó el nombre de Dios para
corregir su obra: el hombre.
Los
poderes cristianos han pretendido “mejorar” la obra de Dios,
castrando al hombre. Y, como hicieron desde antiguo todas las
religiones, construyeron un altar sobre el que moldear,
domesticar, uniformar, controlar el atrevido proyecto de Dios:
un animal, inteligente, libre, señor de sí mismo. Un riesgo
demasiado audaz para ser asumido por los poderes de la tierra.
Creo
en el hombre
Es
grande el Universo. Pero mucho más el hombre.
Me
asombra el misterio de los agujeros negros en el Espacio. Pero
más enigmático es el interior del hombre.
Las
profundidades del mar, la riqueza inagotable de la selva, las
soledades blancas de Siberia, el ardor de fiebre en el trópico,
el viento, la lluvia, la tormenta, la sed agrietada del Sahara,
la magia de las noches negras, la sinfonía multicolor de la
vida.
Pero
más bella la sonrisa de un niño, la arruga de una abuela, la
soledad de una muchacha, la lágrima de una madre, el sudor de un
hombre para alimentar a su familia, el orgullo mordido por
salvar su dignidad.
Bello
es el Universo. Pero el hombre es la obra.
Las
ideas, para el hombre. El arte, para el hombre. La ley, para el
hombre. Dios para el hombre (Ese es el Dios cristiano).
Malditas Pirámides, amasadas con sangre de esclavos.
Malditas Catedrales, levantadas con el sudor de los hambrientos
o la compra venta de conciencias humanas.
Maldito
Stalin, constructor del canal más largo del mundo con la vida de
50.000 muertos.
Maldita
toda religión que honre a su Dios con sangre de becerro, de
hombre, o con el clítoris ensangrentado de una niña.
UNA Iglesia SOÑADA
Ciencia
ficción: 27 de marzo de 2010. Domingo de resurrección El
Vaticano da a conocer una encíclica firmada por el papa
reinante.
"La
iglesia de Jesús, iluminada por el Espíritu, está convencida de
que la humanidad entra en una nueva era y, por tanto, ha de
responder a los signos de los tiempos nuevos.
La
organización administrativa, el derecho canónico, el
funcionariado clerical dio ya sus frutos, en tiempos pasados, a
la manera como la ley hizo de niñera, en el Antiguo Testamento
para el amadísimo pueblo de Israel.
Estamos
convencidos de que en esta nueva era, tanto la organización
eclesial como el derecho canónico que lo sustenta son un
obstáculo para el evangelio. Ha llegado pues, la hora de
devolver al Espíritu lo que es del Espíritu.
Cada
comunidad de seguidores de Nuestro Señor Jesús esté donde esté,
es ella en sí misma, la iglesia del Señor. Así debéis actuar.
Siempre en comunión con el resto de comunidades del Señor. Sin
perder de vista el consejo de nuestros padres: unidad en lo
necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo.
Cada
uno en comunidad; vuestra comunidad en sintonía con las
comunidades limítrofes sois poseedores del Espíritu para que
seáis uno en el Señor.
Os
comunico, con toda alegría que con esta fecha renuncio a todo
honor o título de poder mundano. De ahora en adelante, sólo
retendré sobre mis hombros la pesada y alegre carga de ser
vuestro hermano mayor en el amor. A mí podréis acudir cuando
vosotros no hayáis podido sintonizar vuestros diferentes puntos
de vista. Desde mi posición de hermano mayor, consultaré al
resto de comunidades de otras lugares para así encontrar, entre
todos, el camino más recto y que todas las iglesias se sientan
corresponsables en la búsqueda de la verdad.
También
os comunico el gozo que me ha producido la renuncia, por parte
de toda la antigua curia romana, a sus títulos, honores y
prebendas humanas. Todos, empezando por los cardenales,
arzobispos, nuncios, monseñores de todo tipo y color han
depuesto sus ropajes, y renunciado a sus salarios. Gran parte de
ellos, los que están en edad de trabajar, se ofrece a vuestras
comunidades, en cualquier parte del mundo, sobre todo las más
pobres, para servir cada uno en lo que vuestras comunidades les
asignéis.
En
adelante vosotros elegiréis a vuestros presbíteros entre los que
consideréis más idóneos para presidir la Eucaristía y promover
la paz. Para cada función escoged a los más preparados: los más
conocedores de las Sagradas Escritura, los que mejor y mas claro
lean en público, los que posean el don de cuidar con más amor a
los más pobres y así en todo lo demás. Aprovechad los carismas
de todos para el Señor.
Sed la
sal y la luz para el corazón del hombre. Llevad la alegría y la
esperanza al hombre apaleado. La sociedad está mal porque el
hombre está mal. Cuidad más del hombre que de la leyes de los
hombres. Sanad al hombre y la sociedad se sanará. El Reino del
Padre no vendrá por el camino de la política sino a través del
corazón del hombre. La cristiandad ha pasado, ha llegado la hora
de los creyentes. El mundo no se hace cristiano con leyes sino
con fe. Sed levadura, sal y luz, y esperar un nuevo amanecer.
Que
existe la maldad por todas partes, no hay que demostrarlo. Pero
si tenéis los ojos limpios y os ilumina el Espíritu, quizá veáis
que la tierra está también llena de hombres y mujeres, jóvenes y
ancianos de corazón sano y fraterno. ¿Y no era eso lo que quería
Nuestro Señor Jesús?
Id por
todas partes llevando el mensaje de Jesús. Entrad en los
barrios, en las aldeas, en los palacios. Si os acogen anunciad
al Señor sin recibir nada cambio, si os expulsan, sacudíos las
sandalias para no llevaros ni el polvo. No exijáis ningún
derecho. Pero decirles que Dios está cerca.
No
temáis si la Iglesia Católica pierde brillo y esplendor social.
No temáis si los templos de piedra se transforman en monumentos
turísticos. No olvidéis que el verdadero templo de Jesús sois
vosotros. No está bien cuidarnos del esplendor de nuestros
templos de cemento mientras se arrastran por las calles, las
colas del Inem, las alcantarillas, las chabolas... nuestros
hermanos apaleados como el de Jericó.
Jesús
nuestro Señor tuvo como misión sanar al hombre, no levantar
altares, construir confesionarios y basílicas o poner cruces en
lo alto de los montes.
Cumplió
su cometido la Cristiandad. Como cumplió su cometido la Torá,
antes de Jesús. Tengamos el valor de dar una oportunidad al
Espíritu porque ha llegado su hora.
Muchas
preguntas quedan en el aire. Quizá ahora no sepamos responder.
Pero la Historia y el Espíritu nos las aclararan.
No
quiero firmar como siervo de los siervos del Señor, porque nunca
fui siervo. Os envío un abrazo como hermano mayor en el Señor.
subir
|