EL BLOG DE LUIS ALEMÁN     

                             
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  EL REINO


 

EL REINADO DE DIOS

 

 

¿alguna vez será el mundo como jesús soñaba?

 

Yo no se. Puede que ni Dios lo sepa. Puede que ni Dios tenga sobre su mesa una auditoría fiable sobre cómo acabará el negocio. Y es que existe un elemento no contabilizable: el corazón del hombre, libre, imprevisible.

 

¿Va esto contra la “omnisciencia divina”? Pienso que no. Dios sabrá todo lo que es cognoscible. Pero se complicó la vida poniendo en marcha, por amor, un ser inteligente, libre, contingente, un maravilloso monstruo.

 

La historia no está escrita. Y Dios no juega con las cartas marcadas. Quizá sea eso lo más preocupante: que Dios juega con el riesgo de haber creado el ser humano.

 

Por tanto, puede que Él, a estas horas, no sepa el final de la película.

 

Parece, efectivamente, que el mundo y su historia depende de nosotros mucho más de lo que creemos.

 

“Que llegue tu reinado”. Y no se pide que venga el cristianismo, ni el reinado del papa, ni que todos vayan a misa los domingos, ni que venga el Corazón de Jesús a sentarse en la ONU. Ni siquiera se pide que venga el “reino” de Dios. Se pide que llegue su reinado. Es decir, que se realice la visión que Dios tiene del hombre y la comunidad humana. Eso es su reinado. No pedimos que los templos se llenen de fieles sino que los hombres se desarrollen y convivan a la manera y a la imagen de Dios Padre.

 

Una comunidad de seguidores de Jesús no debe hacer otra cosa que desear que los hombres se lleven bien, se ayuden, se aguanten, se perdonen, que aprendan unos de los otros, que inventen formulas de reparto, economías justas, técnicas que ayuden al hombre para liberarlo de toda esclavitud.

 

Que no haya grupos que impongan sus filosofías, sus idiomas, su poder, sus pistolas, sus dogmas, sus genes, su color o sus banderas. Que globalización sea comunicación y no imposición y dominio: por ahí va eso de que “llegue tu reinado”.

 

Lo evangélico no parece que esté diseñado para dominar, para mascarse como tropezones de una paella. Creo que el evangelio sólo da sabor. El evangelio es levadura que fermenta, sal que condimenta. No está hecho para triunfar sino para que triunfe la humanidad.

 

El evangelio no construye sociedades, ni estructuras de cemento, ni leyes, ni sistemas económicos: sólo pone la levadura, la sal para que lo humano, el hombre sea el final, el objetivo de toda política, de toda economía, de todo templo, de todo Dios.

 

La cizaña no ahogará el trigo. Al final, el esfuerzo de Jesús no resultará inútil. Al final lo humano triunfará.

 

 

 

 

LA UTOPÍA DEl reino

 

 

Utopía es fijar la mirada en algo sin lugar. Posible o imposible, realizable o irrealizable, pero no situable. Fuera de nuestro mapa. El utópico vive junto a la locura.

 

El evangelio es una utopía. La iglesia de Jesús es una utopía. La tierra prometida es una utopía. El mundo en el que vivan juntos corderos y lobos es una utopía. La eucaristía es alimento para una utopía.

 

El cristiano es un hombre que sueña, como Jesús, en la utopía. Trabaja por la utopía, genera utopías, siembra utopías, aunque acabe, con frecuencia, destrozado por la realidad.

 

Sin utopías seríamos simples animales. Estamos condenados al hambre de la perfección. Si un político no vive en la utopía, es un mero comerciante. Si un cristiano no siente la herida de la utopía es un simple pagano. Si un joven no es utópico es ya un viejo. Si un viejo no es utópico es que ya está muerto.

 

La utopía: he ahí una de las grandes raíces de la profunda insatisfacción humana.

 

Con la perspectiva de un Dios Padre, oteando desde la última colina, esa tensión es soportable en la esperanza. Sin un Dios bueno, allá al final, esto no hay quien lo aguante.

 

Estar siempre en camino, estar haciéndose siempre. Ese sueño de verse terminado, esa angustia de inestabilidad, esa locura por lo absoluto es fuente de amargura, de miedo, del ridículo humano.

 

Al buscar desesperadamente dogmas, buscamos lo absoluto, anhelamos metas, fingimos seguridades imposibles. A las que nos aferramos hoy, y que nos convierten, al día siguiente, en payasos. Todo por querer transformar la vulgar realidad en la utopía atrapada.

 

Esto quiere decir que el conocimiento filosófico, ni el  teológico, ni siquiera el científico, han llegado, en nada, a ninguna estación final. El hombre no lo sabe todo de algo. No ha conquistado nada del todo. La raza humana no está en situación de haber vencido, por completo, en ninguna de sus batallas. Los dueños, ya sean religiosos, políticos, científicos o filósofos, al absolutizar y dogmatizar sus conquistas, corren el riesgo de que el tiempo se mofe de ellos.

 

Pero no aprendemos. Vamos de triunfo en triunfo, de dogma en dogma hasta la derrota final. Y es que nuestra situación, transida de espacio y tiempo, es una mezcla explosiva de realidad y utopía, sueño de futuro impreciso en un presente inacabado.

 

He ahí un argumento definitivo para la humildad. El antídoto a cualquier despotismo, papanatismo o vendedor ambulante de pócimas mágicas.

 

Caminar con nuestra ignorancia y nuestra pobreza a cuestas nos hace más humanos, más hermanos, más dialogantes, más abiertos al único Absoluto.

 

 

 

 

CARISMA

 

 

Un “regalo” de Dios. Carisma viene del griego jaris que significa gracia, gratuito. Y la “gracia” no es algo que da Dios. Es Dios el que se da a si mismo.

 

Cronológicamente, primero es el carisma. La institución viene después. El carisma es Dios. La institución, el hombre. Primero es la poesía, después el derecho. Primero el paisaje, luego los caminos y carreteras. El fogonazo es la intuición, luego vendrá la lógica.

 

Hoy sabemos que las carreteras pueden destrozar el paisaje; el derecho, matar la vida; y la lógica convertirse en falacia y engaño. Llegan los pastores y se hacen los amos del rebaño. Llegan los arquitectos e ingenieros y encauzan el salvaje y libre torrente de agua.

 

Las religiones suelen nacer como una inspiración poética, como una utopía virgen, como un desgarro profético.

 

Luego se debilita el fogonazo del carisma y comienza la normativa, la burocracia, la rutina. Todo para garantizar su supervivencia. Es verdad. No parece posible la permanencia de un carisma en una sociedad, sin algo de institución.

 

Lo malo ocurre cuando la institución se convierte en becerro de oro y se hace venerar como si fuera un fin en sí misma. La Institución se sacraliza. El Espíritu, el mensaje inicial, el carisma pasa a segundo plano, o hiberna.

 

El resultado no puede ser más nefasto. Las gentes descubren la estafa. Y huyen de la institución, como se huye de un esqueleto, en medio de la oscuridad.

 

Puede que la Religión Católica sea la más institucionalizada. Al menos, sus instituciones son las más reconocidas socialmente: El Papado. El Episcopado. El Sacerdocio. Los sacramentos... La Iglesia Católica es lo que es - en gran medida - por sus instituciones. Y brilla tanto su organización, que cada vez resulta más difícil que los que dirigen, necesiten al Espíritu. Ni de sacristán en la Capilla Sixtina.

 

Y así, sin pretenderlo, la Fe en Jesús se difumina en un bosque tan frondoso, tan complejo, tan sometido al Derecho Canónico que éste pasa a convertirse en el quinto evangelio.

 

Sin embargo, mi convencimiento es que la Fe y el Carisma de Jesús el de Nazaret, sobreabundan. No en contra de, pero sí al margen de las instituciones. El Espíritu empuja y sigue fermentando la masa humana. Él es el protagonista de la película. Las instituciones eclesiásticas desempeñan un papel muy secundario en el auténtico reino de Jesús. No han podido con el Espíritu.

 

Bella dinámica entre la Ley y el Espíritu. Trágica historia entre el Profeta y el Poder. La utopía es débil, pero nadie la puede matar.

 

La desbandada de las masas, el cierre de conventos, las catedrales vacías, la falta de vocaciones sacerdotales... no son más que pruebas de que el Espíritu va por donde quiere. Sin muletas institucionales, presuntamente sagradas.

 

Existen ideas, corrientes subterráneas que pueden más que la mano controladora del hombre: como el viento del Espíritu al que no domestica ni encauza ningún poder, ninguna muralla. ¿Preguntáis qué es el Espíritu? ¿Preguntáis qué es el carisma? Eso que une a tantos cristianos, a tantos creyentes que no caben en el Derecho Canónico. Los que mantienen la débil llama de la utopía.

 

Ahora, quizá más que nunca, la iglesia de Jesús necesita hombres y mujeres que, sin encargo del clero oficial o incluso con la resistencia de ellos, llenen de un nuevo vigor, con comunidades de creyentes, la sociedad desconcertada y dolorida de los hombres.

 

 

 

 

Todo esto te daré si, postrado, me adoras

 

 

En la teología de “cristiandad”, en el sueño del triunfo definitivo del “cristianismo”, se agazapa la gran tentación del poder.

 

Hoy, ulemas y cleros de todas las confesiones sienten dolor y nostalgia al comprobar que el desarrollo trae consigo una secularización de la sociedad. Y si Dios desaparece, ellos pierden su poder.

 

No piensan que la madurez de lo humano quizá no sea posible en un hábitat atosigado de incienso y clero, por muy estético que resulte. Paradójicamente, provoca desbandadas de creyentes hartos de Dios o conflictos dolorosos de buenas gentes honestas y desconcertadas.

 

Pero con el poder hemos topado. Nadie quiere dejar poder. Nadie quiere servir.

 

En la Edad Media el problema que mas discordias provocó en Europa fue la cuestión de quién era, en último término, el que mandaba. ¿La Iglesia o el Estado, el Emperador o el Papa?

 

El Pentateuco había unido poder y divinidad. Todo poder viene de Dios. El que represente a Dios ostenta el poder. Y el poder representa a Dios. Eso es la Teo-cracia. Lo que se dice o se manda, lo dice y lo manda el mismo Dios.

 

Al principio, la Jerarquía aduló a los Emperadores. Y creció a su sombra. Ellos, los emperadores, convocaban y presidían concilios; nombraban obispos; elegían y quitaban papas. Pero pronto los papas quisieron quitarse el yugo civil de encima. Y vinieron los problemas. Los papas excomulgan a los emperadores y reyes y los emperadores invaden Roma para quitar y poner papas.

 

La cumbre del poder papal llegó con Inocencio III (1198-1216), que escribe al Patriarca de Constantinopla: “Cuando Jesús dijo a Pedro: Apacienta mis corderos, no le pidió sólo que guiara su Iglesia, sino que gobernara todo el universo”.

 

En esta lucha por ostentar el poder civil y religioso, unas veces ganaba el emperador y se convertía en David. Cuando ganaba el papa, resucitaba Melquisedec,  personaje misterioso que aparece sólo una vez en el Antiguo Testamento (Gn 14.) como sacerdote-rey. Y eso era lo que los papas querían ser. “Según el orden de Melquisedec”, no porque ofreciera pan y vino a Abraham sino porque era rey.

 

Desde un punto de vista evangélico, la llamada cristiandad producto de la Edad Media es motivo de sonrojo y pena.

 

El cristianismo, cuando tocó poder político, imitó a Israel sacralizando la vida social y levantando murallas frente a los pueblos paganos. No hay modo de dialogar si no es para aceptar su verdad, bautizarse, y someterse a la estructura y legislación sagrada. 

 

Nada que ver con lo de “id por todo el mundo y anunciad la buena nueva”. Se traduce por “id y dominad el mundo”.

 

Jesús no quiso dominar a nadie ni sustituir ni complementar a ninguna autoridad.  Sólo quiso que llegáramos a la plenitud como individuos y como sociedad.

 

Jesús rompe con el nacionalismo y el racismo. Sabe que han llevado al pueblo a la ruina. El RH étnico separa, pero cualquier circuncisión, bautismo o sucedáneo, además de segregar, ensoberbece.

 

Jesús rompió toda atadura o cadena que encontró por el camino. Incluso se saltó las barreras de fe que separaban a los de Samaría frente a los de Judea y asentamientos judíos de Galilea. Gozaba enderezando al encorvado, soltando la lengua trabada, haciendo correr al cojo, abriendo los ojos del ciego, o extendiendo el brazo encogido, defendiendo a la mujer cazada en fragante adulterio. Y lo más dificil, rompiendo las redes invisibles de las ideologías paralizantes: no cumplió con el Sabbat, ridiculizó las purificaciones y se atrevió contra el Templo. A los santones los llamó hijos de perra.

 

Fue colocando explosivos en vigas maestras de todo el edificio. Necesariamente tenía que ser crucificado. Pretendió desmontar la mascarada de la religiosidad judía. Nadie le había enseñado la fuerza y la importancia de los poderes fácticos. Y en esta sociedad creada por los hombres, los poderes fácticos pueden más que Dios.

 

 

 

 

 

DIOS EN LA HISTORIA

 

 

Hay que revisar, urgentemente, todo ese tinglado teológico del “pueblo elegido”, el “rey elegido”, el “sacerdote elegido”, el “sumo pontífice elegido” por Dios. La historia demuestra que no se puede atribuir al Espíritu Santo la presunta elección tanto de reyes del Antiguo Testamento, como de Emperadores, Generalísimos y Papas del último Testamento.

 

El único elegido es Jesús, el único ungido es Jesús, el único hijo amado es Jesús, el único Rey es Jesús, el único Sacerdote es Jesús. Los demás, todos los demás nos incorporamos por Jesús y en Jesús. Ya no hay más trono que la cruz. No hay más reinado que el suyo a los pies de los suyos.

 

¿Interviene Dios en el devenir humano? ¿Los aviones que cortan como un queso las Torres Gemelas forman parten de un plan divino? ¿El trozo de metralla etarra que rebota como una bola de billar en contenedores de basura y rompe el cráneo de un niño está previsto, querido, permitido por Dios? ¿Está Dios detrás de las desgracias y de las loterías humanas?

 

¿Están los malos en un bando y los buenos en otro? ¿Cuál es el papel de Dios en la historia? ¿La historia es sagrada o humana? ¿Cómo es posible que Bush, Ben Laden, Aznar, Arzalluz, Ariel Sharon, Arafat recen al mismo Dios?

 

Le he cogido rabia y miedo a las banderas, a los cañones, a los estandartes con dioses, a los pozos de petróleo y a los credos oficiales. Quizá sea preferible un terremoto a un fanático con un libro en una mano y en la otra un mandato de Dios.

 

Es increíble la facilidad en el recurso a Dios para explicar, frenar y justificar la barbarie humana: pueblos humillados por fanáticos y salvapatrias analfabetos, por redentores engreídos, por generales con cerebro de cerdo.

 

Los poderes públicos habían recurrido, siempre, a Dios para justificar sus actuaciones. Ahora es el clero quien se parapeta tras Dios, para sacralizar su gestión y su teología, monopolizando el pensamiento divino para interpretar la historia.

 

Israel se aferró tenazmente al monoteísmo. Es comprensible que Israel quisiera apropiarse de Dios y rentabilizar su fe. Ha ocurrido en todas las religiones, en todas las teologías. Siempre se buscó la manera de “rentabilizar” las creencias. Los israelitas lo hicieron. Constantino lo hizo. Los Papas lo hicieron. Franco lo hizo. Y hoy el Vaticano – la nueva Jerusalén –sigue ordeñando su fe.

 

Jesús esparció semilla. No arrancó la cizaña. Todavía pululan muchos elegidos, muchos reyes que viven del pueblo e innumerables templos que pasan por ser “signos” de cristianismo.

 

El camino será largo hasta llegar al Padre nuestro de Jesús que busca, por los caminos, marginados leprosos, hambrientos, cojos, paralíticos, ciegos y adúlteras. Y que escoge para sí al deshecho del mundo. Jesús pulveriza, en nombre de su Padre, el principio de elegidos, porque desde ahora hasta de las piedras pueden salir hijos de Abraham.

 

Se pierde, ya muy lejos, aquel Dios de Abraham. Aquel Señor amigo que viajaba con el patriarca. Abraham no era monoteísta. Incluso respetaba y saludaba a los dioses que se encontraba por el camino. Respetaba a los vecinos y a sus dioses. Él tenía el suyo. Caminaba con él y se fiaba de él. Aunque su Dios era muy difícil de entender. Abraham no se peleó con nadie por los dioses. Abraham no tenía ciencia de Dios. Simplemente se fiaba de él.

 

 

 

 

La ingenuidad de Jesús

 

 

Pues resulta que Jesús, aquel del que dijeron que “todo lo que hacía, lo hacía bien,” lo dejó todo en el aire. No dejó nada atado. Se olvidó de la organización. Ni siquiera fue suya esa celebre frase, a la que tanto jugo se le ha sacado: “y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

 

Primero, Jesús no vino a fundar ninguna iglesia. Una cosa es fundar y otra poner los fundamentos.

 

Segundo, nunca hubiera dicho “mi” iglesia. Para Jesús el único “propietario” de todo era el Padre. De haber dicho esa frase, habría dicho “la Iglesia de mi Padre”.

 

Tercero, “esta piedra” sobre la que se edifica la nueva convocatoria, no es Pedro, sino la fe manifestada por Pedro.

 

Está claro que esa frase de Mateo tan estudiada, tan investigada, que aparece en algunos códices – no en todos –ha sido forzada a decir lo que literalmente no dice.

 

Ese pasaje aparece sólo en el evangelio de Mateo. La comunidad en la que se escribe ese evangelio se sitúa en Antioquía de Siria. Es un grupo de primeros cristianos que han huido de Jerusalén. Conviven con grupos de fariseos que también han tenido que huir de las persecuciones de los romanos. Los seguidores de Jesús no acaban de separarse de la sinagoga ni de las costumbres judías.

 

Cuando se escribe el evangelio de Mateo, Pedro se ha hecho ya cristiano, poco a poco. Le costó mucho dejar la Torá. Su conversión no fue el resultado de un fogonazo sobrenatural como teatraliza Lucas en los Hechos. Fue el poco a poco de una transformación dolorosa. Y es bello recordar que sobre aquella fe de Pedro, tan desprestigiada y tambaleante se va a ir levantando la nueva ecclesia, es decir la nueva convocatoria.

 

Sacar de su contexto histórico los versículos del evangelio de Mateo; forzar incluso el diccionario y la gramática, para levantar todo el tinglado romano es un chiste.

 

Bueno, a lo que íbamos. Que Jesús lo dejó todo en el aire. No fue como Franco con lo de atado y bien atado. Jesús solo sembró la semilla. La regó con sangre. Nos enseñó a partir el pan, a beber de una misma copa de vino y dijo que volvería, sin avisar.

 

“Somos de ayer, y ya llenamos el mundo”, dijo, poco después, un tal Tertuliano, y añadió que “la semilla de la fe se había regado con la sangre de los mártires.”

 

Seguro que Jesús, el de Nazaret, pueblerino él, no previó que el mundo era tan grande y que su palabra florecería tan rápida y tan abundante. No pudo preverlo porque ni sabía que la tierra era redonda. Y además pensaba que aquello se iba acabar pronto. Y nadie le proporcionó un curso de organización y dirección de empresas.

 

Él nos dejó su Espíritu, semilla y sangre. Pero la cosa se complicó. Llegaron los gestores. “Episcopoi” significa en griego inspectores, administradores, es decir, los que se encargaban del aparato organizativo, de mantener el orden. Porque aquello de las diferentes lenguas, los diferentes carismas, las diferentes personalidades, los diferentes nacionalismos amenazaba en reproducir la antigua Babel.

 

Poco a poco los gestores actuaron como los dueños de la idea. Ya solo faltaba justificar la operación con algunas citas bíblicas. Completar la simetría de los doce hijos de Jacob, las doce tribus, los doce apóstoles, testigos de su vida, de sus palabras, de su muerte y de su resurrección.

 

Para lo cual, entre otras cosas, hubo que eliminar a las mujeres que habían sido mucho más testigos que los doce. Pero las mujeres rompían la simetría con el Antiguo Testamento, y en aquella sociedad no contaban. Aunque, según parece, fueron las únicas que de verdad siempre estuvieron junto a él.

 

Jesús no buscó filósofos, ni economistas, ni teólogos. Y sólo habló del Padre y de los hermanos. Más que ensalzar la pobreza lo que hizo fue ponerse del lado de los pobres. No predicó la enfermedad, ayudó a los enfermos. No animó a la revolución, liberó a los esclavos y fue durísimo contra todo el que humillaba y se aprovechaba del hombre.

 

No sabía economía ni filosofía ni política. Y su teología era tan sencilla como su fe.

 

 

 

 

Lo importante es la Humanidad

 

 

Las Iglesias actuales (católica, protestantes, ortodoxas…) no son más que hermanos separados por pequeños e inconfesables egoísmos de herencia y de mando. Y todas ellas no son más que una entre las múltiples formas en las que pudo cuajar aquella brisa fresca que empezó en Nazaret.

 

Si la obra de Jesús, el de Palestina, fue organizar el clero, la jerarquía, el Vaticano y poner en el mercado una Suma teológica, no mereció la pena.

 

Pienso que a Dios le importa un rábano la Iglesia-Institución, el Papa, las Conferencias episcopales, los Templos y el Arzobispo de Westmister.

 

Pienso que si el Párroco de mi pueblo es honrado, amable, justo y generoso, Dios estará contento.

 

Pienso que si la Señora Antonia, esa mujer que está en la caja del supermercado, es feliz, buena, comprensiva… Dios estará feliz.

 

Pienso yo que Dios sufrirá ante tanto fracaso humano, ante tanta hambre, ante tanto desastre…y que eso sí le preocupa.

 

Pienso yo y también lo piensa Juan el evangelista y Pablo de Tarso, que lo que le preocupa a Dios es la humanidad. La gloria de Dios es que el hombre viva. Y que amó tanto al Hombre que escogió a uno, y se unió tanto a él para que la humanidad aprendiera cómo se ama, cómo se vive, cómo se muere.

 

La prueba del algodón para cualquier religión es comprobar si el núcleo de su actividad se centra en cuidar y defender al hombre, o se dispersa en otras sublimes zarandajas.

 

Al menos para mí, el error más grosero de cualquier institución religiosa es la de sentirse defensora de Dios en la tierra. Como si Dios necesitara un despacho de abogados para defender su honor y culto debido.

 

Con el evangelio en las manos, el "interés" de Dios en la tierra no es la defensa de su honor, ni conseguir las alabanzas y el culto de los hombres. Es el hombre mismo. Y entre estos, los más débiles. Dios no necesita del hombre para nada. Es el hombre el que se pierde al perder la referencia de Dios.

 

Dios no necesita ni santos ni mártires que den su vida por Él. Aquí los únicos santos y mártires son los que crean paz, progreso, y ayudan a la evolución de la raza humana, y a veces caen en la batalla por su trabajo, aunque no tengan un crucifijo en las manos.

 

 

 

 

Dios a través del hombre

 

 

Pienso que Dios prefiere que lo dejemos a El tranquilo, que El no tiene hambre ni soledad, que el lamento viene de la humanidad doliente, esquilmada y apaleada por los caminos de Jericó.

 

Para Jesús está claro que primero tiene que ser el hombre: “ve primero y arréglate con tu hermano y después ve a rendir culto a Dios”

 

No es posible creer en el Dios de Jesús si no se acepta al hombre. “El segundo es igual al primero”.

 

Este es punto clave en el evangelio de Jesús. Fustiga a las autoridades porque oprimen al hombre. El hombre está por encima de la Ley.

 

Jesús duró poco. Demasiado poco. Duraría poco esa ola de libertad y alegría. Pronto volverían el miedo, los complejos de culpa, los moralistas y una plaga de clérigos, a la antigua usanza, queriendo encauzar el desmadre causado por el ignorante Jesús. Pronto volvería la Ley.

 

¿No recuerdan Uds. esa otra historia de aquel otro hombre bueno llamado Juan XXIII que abrió ventanas, rompió cadenas, dejó hablar a los mudos, acercó a los enemigos, que dijo que él no era infalible porque no iba a proclamar ningún dogma, que alarmaba a los doctores de la Gregoriana porque decía herejías en sus homilías, que hizo sonreír y soñar al mundo...?

 

Duró poco esa otra ola de alegría y libertad. Pronto volvería el miedo. Pronto volvería la Ley.

 

 

 

 

Por encima del Hombre, ni la Religión

 

 

Parece evidente que Dios ha proyectado al hombre para que llegue a su plenitud.

 

Parece que el Universo es como una factoría cuyo producto final es lo humano. Conseguir el Hombre: ese individuo inteligente, reflexivo, libre, social, comunitario, dueño de su propio desarrollo, creador de historia, sometido y, a la vez, dueño del espacio y el tiempo.

 

Para el creyente, la gloria de Dios es el Hombre.

 

Jesús, el de Nazaret, fue el prototipo, la culminación del diseño.

 

Jesús no fue un cristiano. Ni vino a fundar el cristianismo, y mucho menos una Iglesia. Los llamados milagros -paralíticos, cojos, ciegos, leprosos, encorvados, endemoniados…- son signos evidentes de su acción liberadora con el expreso deseo de ayudar a conseguir la calidad del “producto” hombre.

 

Un hombre fracasado es un fracaso de la factoría de su Padre. Un hombre sometido al sábado, esclavo de una religión, servidor de un templo es un ser humano sometido, sirviente de poderes inferiores a él.

 

Lo que llamamos “cristianismo”, “catolicismo” o “religión” de cualquier tipo habrá contribuido en mayor o en menor grado al desarrollo del “Hombre”, pero no es lícito omitir que también fue un engranaje más de esos grandes sistemas, que, desde siempre, han pretendido someter al Hombre. Cárceles mentales, con rejas de cánones y leyes, condenas y premios, ritos, hábitos y tradiciones cuyo producto final ha sido, no pocas veces, casi siempre, un sucedáneo de lo humano. El proyecto de Dios, descafeinado.

 

El cristianismo ni ha sido fiel a Dios, ni se ha fiado nunca del hombre. Curiosamente utilizó, manoseó el nombre de Dios para corregir su obra: el hombre.

 

Los poderes cristianos han pretendido “mejorar” la obra de Dios, castrando al hombre. Y, como hicieron desde antiguo todas las religiones, construyeron un altar sobre el que moldear, domesticar, uniformar, controlar el atrevido proyecto de Dios: un animal, inteligente, libre, señor de sí mismo. Un riesgo demasiado audaz para ser asumido por los poderes de la tierra.

 

 

Creo en el hombre

 

Es grande el Universo. Pero mucho más el hombre.

 

Me asombra el misterio de los agujeros negros en el Espacio. Pero más enigmático es el interior del hombre.

 

Las profundidades del mar, la riqueza inagotable de la selva, las soledades blancas de Siberia, el ardor de fiebre en el trópico, el viento, la lluvia, la tormenta, la sed agrietada del Sahara, la magia de las noches negras, la sinfonía multicolor de la vida.

 

Pero más bella la sonrisa de un niño, la arruga de una abuela, la soledad de una muchacha, la lágrima de una madre, el sudor de un hombre para alimentar a su familia, el orgullo mordido por salvar su dignidad.

 

Bello es el Universo. Pero el hombre es la obra.

 

Las ideas, para el hombre. El arte, para el hombre. La ley, para el hombre. Dios para el hombre (Ese es el Dios cristiano).

 

Malditas Pirámides, amasadas con sangre de esclavos.

 

Malditas Catedrales, levantadas con el sudor de los hambrientos o la compra venta de conciencias humanas.

 

Maldito Stalin, constructor del canal más largo del mundo con la vida de 50.000 muertos.

 

Maldita toda religión que honre a su Dios con sangre de becerro, de hombre, o con el clítoris ensangrentado de una niña.

 

 

 

 

UNA Iglesia SOÑADA

 

 

Ciencia ficción: 27 de marzo de 2010. Domingo de resurrección El Vaticano da a conocer una encíclica firmada por el papa reinante.

 

"La iglesia de Jesús, iluminada por el Espíritu, está convencida de que la humanidad entra en una nueva era y, por tanto, ha de responder a los signos de los tiempos nuevos.

 

La organización administrativa, el derecho canónico, el funcionariado clerical dio ya sus frutos, en tiempos pasados, a la manera como la ley hizo de niñera, en el Antiguo Testamento para el amadísimo pueblo de Israel.

 

Estamos convencidos de que en esta nueva era, tanto la organización eclesial como el derecho canónico que lo sustenta son un obstáculo para el evangelio. Ha llegado pues, la hora de devolver al Espíritu lo que es del Espíritu.

 

Cada comunidad de seguidores de Nuestro Señor Jesús esté donde esté, es ella en sí misma, la iglesia del Señor. Así debéis actuar. Siempre en comunión con el resto de comunidades del Señor. Sin perder de vista el consejo de nuestros padres: unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo.

 

Cada uno en comunidad; vuestra comunidad en sintonía con las comunidades limítrofes sois poseedores del Espíritu para que seáis uno en el Señor.

 

Os comunico, con toda alegría que con esta fecha renuncio a todo honor o título de poder mundano. De ahora en adelante, sólo retendré sobre mis hombros la pesada y alegre carga de ser vuestro hermano mayor en el amor. A mí podréis acudir cuando vosotros no hayáis podido sintonizar vuestros diferentes puntos de vista. Desde mi posición de hermano mayor, consultaré al resto de comunidades de otras lugares para así encontrar, entre todos, el camino más recto y que todas las iglesias se sientan corresponsables en la búsqueda de la verdad.

 

También os comunico el gozo que me ha producido la renuncia, por parte de toda la antigua curia romana, a sus títulos, honores y prebendas humanas. Todos, empezando por los cardenales, arzobispos, nuncios, monseñores de todo tipo y color han depuesto sus ropajes, y renunciado a sus salarios. Gran parte de ellos, los que están en edad de trabajar, se ofrece a vuestras comunidades, en cualquier parte del mundo, sobre todo las más pobres, para servir cada uno en lo que vuestras comunidades les asignéis.

 

En adelante vosotros elegiréis a vuestros presbíteros entre los que consideréis más idóneos para presidir la Eucaristía y promover la paz. Para cada función escoged a los más preparados: los más conocedores de las Sagradas Escritura, los que mejor y mas claro lean en público, los que posean el don de cuidar con más amor a los más pobres y así en todo lo demás. Aprovechad los carismas de todos para el Señor.

 

Sed la sal y la luz para el corazón del hombre. Llevad la alegría y la esperanza al hombre apaleado. La sociedad está mal porque el hombre está mal. Cuidad más del hombre que de la leyes de los hombres. Sanad al hombre y la sociedad se sanará. El Reino del Padre no vendrá por el camino de la política sino a través del corazón del hombre. La cristiandad ha pasado, ha llegado la hora de los creyentes. El mundo no se hace cristiano con leyes sino con fe. Sed levadura, sal y luz, y esperar un nuevo amanecer.

 

Que existe la maldad por todas partes, no hay que demostrarlo. Pero si tenéis los ojos limpios y os ilumina el Espíritu, quizá veáis que la tierra está también llena de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos de corazón sano y fraterno. ¿Y no era eso lo que quería Nuestro Señor Jesús?

 

Id por todas partes llevando el mensaje de Jesús. Entrad en los barrios, en las aldeas, en los palacios. Si os acogen anunciad al Señor sin recibir nada cambio, si os expulsan, sacudíos las sandalias para no llevaros ni el polvo. No exijáis ningún derecho. Pero decirles que Dios está cerca.

 

No temáis si la Iglesia Católica pierde brillo y esplendor social. No temáis si los templos de piedra se transforman en monumentos turísticos. No olvidéis que el verdadero templo de Jesús sois vosotros. No está bien cuidarnos del esplendor de nuestros templos de cemento mientras se arrastran por las calles, las colas del Inem, las alcantarillas, las chabolas... nuestros hermanos apaleados como el de Jericó.

 

Jesús nuestro Señor tuvo como misión sanar al hombre, no levantar altares, construir confesionarios y basílicas o poner cruces en lo alto de los montes.

 

Cumplió su cometido la Cristiandad. Como cumplió su cometido la Torá, antes de Jesús. Tengamos el valor de dar una oportunidad al Espíritu porque ha llegado su hora.

 

Muchas preguntas quedan en el aire. Quizá ahora no sepamos responder. Pero la Historia y el Espíritu nos las aclararan.

 

No quiero firmar como siervo de los siervos del Señor, porque nunca fui siervo. Os envío un abrazo como hermano mayor en el Señor.


 

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