SACRAMENTOS
Pero ¿qué es un sacramento?
En toda realidad sacramental hay dos dimensiones: una lo que,
por naturaleza, siempre es humano o material, algo que se “ve”,
que se entiende, como el agua, el pan, la sal, las manos; una
comida,...etc., otra es el “significado”, lo que se trasparenta,
aquello que sólo se percibe o se comprende con la fe.
Sacramento
es pues el “empalme” de lo visible y lo invisible. El punto de
encuentro de Dios y el Hombre. Y para ello es preciso el agua,
el abrazo, la hogaza o la barra de pan, la mesa de familia, el
gesto del perdón...
Pero toda realidad creada es como una transparencia de Dios,
como una huella del Creador.
Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura
Para el que vive el mundo de la fe, cualquier realidad, todo
acontecer es, o puede ser, un sacramento. Es decir: una realidad
visible –cosa o acontecimiento– que acerca al Dios que no se ve.
Dios que se hace presente y actúa en el hombre a través de las
cosas y a través de la historia.
Miras el mar y con su inmensidad y su oleaje, te lleva o te trae
a Dios. Fijas tu mirada en una flor y, con tu fe, se
transparenta Dios. Te sientas a comer con tus amigos o familia y
tu fe hace presente a Dios. Das tu mano a un enemigo y ese gesto
te trae a Dios. Y un beso, y el mirar las estrellas, y un
cáncer, y la muerte de tu madre o incluso tu propia muerte son
aconteceres tras los que Dios actúa.
El cristiano, con su fe, es un místico que va de encuentro en
encuentro con Dios. Y ve ángeles que cantan cuando nace un niño,
y sabe que Dios, el Padre, está, en silencio, en cualquier
calvario. Encontrarse con Dios en las cosas y en la historia,
eso es sacramento.
El sacramento por antonomasia, la realidad humana que
“transluce” y “produce” de forma completa la presencia de Dios
entre los hombres fue y es Jesús. De manera única e irrepetible.
Y todo ser humano que siga sus pasos. Y toda comunidad humana
que viva de manera semejante a como vivió Jesús es una realidad
sacramental que transparenta a Dios y hace presente a Dios entre
los hombres.
EJEMPLOS DE sacramentOS
Un
sacramento es una realidad visible, histórica, constatable,
humana que al llegar a determinada plenitud transluce el amor de
Dios.
Ejemplo.
Un hombre y una mujer creen que se aman. Y comienzan a caminar
en el amor, forjando la unidad y la verdad. La diversidad entre
ellos enriquece su desarrollo y la unidad. Todo lo hace el amor:
la unidad en lo social; unidad en lo jurídico, en lo económico;
en lo sexual, en la forma de mirar el mundo y la muerte. Cada
vez más firme el amor y cada vez más unidad. Ante el dolor y
ante el placer. En lo mucho y en lo poco. Una realidad humana
así es como un milagro, un signo de que Dios está ahí presente:
un sacramento.
Para el
creyente, una realidad sacramental es una realidad humana, que
como todo lo humano necesita un hacerse, y que al llegar a un
mínimo de plenitud trasparenta y produce entre nosotros, la
presencia de Dios.
Pero esa
realidad no es producto de una fórmula mágica, ni de un
voluntarismo contractual. Es un proceso arriesgado. Es una bella
aventura entre el hombre y la mujer. ¿Cuándo empieza a
transparentarse Dios en esa pareja? ¿Cuándo hay sacramento? No
es difícil responder: cuando haya vencido el amor. Ellos y la
comunidad de creyentes anunciarán ese momento. Entonces se
reunirán todos y comerán juntos para festejar el milagro que se
ha ido tejiendo.
- Y
mientras tanto ¿esa pareja vivía en el pecado?
-¡Cuando
se fraguaba el amor! ¡Vaya Vd. a paseo hombre, váyase a paseo!
El
matrimonio no es un sacramento para que te acuestes con tu
pareja sin pecar. ¡Estaría bien que para que un hombre y una
mujer se acuesten juntos, tengan que pasar antes por un
sacramento! El sexo es algo serio entre los humanos. Sin ninguna
duda. Mucho más que entre los animales. Pero no se puede jugar
con él ni por la derecha ni por la izquierda.
Dios no
fabrica sacramentos, sino que se hace presente, para quienes
tienen ojos de fe, en el proceso y en la plenitud de una
realidad humana conseguida.
El
matrimonio no se “hace” en el altar. Se va fraguando en un
previo día a día, y se llena de sentido en medio de la comunidad
creyente. La realidad humana es previa, y condición, para lo
sacramental.
La
Jerarquía se ha metido en camisa de once varas y en cama ajena.
No fabrica matrimonios. Sólo la comunidad de seguidores de
Jesús, reconoce y recibe en su seno a aquellas parejas que
consiguieron superar el miedo, los egoísmos, el desconocimiento
mutuo, y han puesto ya las primeras piedras sólidas para el
bello edificio de la unidad por el amor.
Lo
sobrenatural sólo “revienta” como flor madura cuando lo natural
existe. No es un acto jurídico. Es una celebración de fe. Lo
jurídico pertenece a la sociedad civil.
El pan y
el vino no se hacen en la mesa. Ya vienen hechos. Es decir,
vamos como hermanos a comer, y al repartirnos y compartir el pan
y el vino (símbolos de cualquier comida y de la vida), se hace
presente Jesús en medio de nosotros y en nosotros. Y a partir de
ese milagro de fraternidad, el mundo aprendería y sanamente nos
envidiaría. "Mirad cómo se aman"
Primero,
perdona tú. Tu perdón remueve la piedra que impide el resurgir
de Dios en ti y en los demás. El sacramento del perdón no es un
rito. Es un proceso del corazón que termina trasparentando a
Dios en medio de la comunidad fraterna.
En un
momento dado, un hombre decide libremente no tener más señor que
al Señor Jesús. Rompe toda cadena y queda libre en el Señor. Eso
es bautismo. Sin embargo, seguimos llamando bautismo a un rito
que usamos sin entenderlo muy bien porque pertenece al ritual de
pueblos antiguos. Y a través de esos retales de antiguos ritos
judíos, que ya no significan nada ni entendemos, hacemos o nos
hacen cristianos cuando aún ni somos personas, porque no maduró
en nosotros la realidad humana.
No. No
coincide esto con los sacramentos repartidos por los curas.
Siento que no coincida. Quizá estemos hablando de cosas
distintas.
¿Que para
aplicar esto, hay que cambiar el catecismo? Pues que se cambie.
¿Que hay que remodelar la dogmática? Pues que la remodelen.
Eucaristía y nueva alianza
En su cena de despedida, Jesús nos enseñó a partir, repartir,
compartir: en eso estaba la vida.
La Eucaristía es una mesa en la que se aprende convivencia y
fraternidad, a salir de la guarida de la piedad personal, la
soledad o engreimiento, para sentirse hermano ante un Padre
común.
Eso es eucaristía. Si no se realiza en comunidad, no hay
eucaristía. Por muy sacerdote que sea el oficiante, por muy bien
que se realice el ritual, si no se comparte el pan real y lo que
simboliza, ese rito es rito vacío con tufo de paganismo o de
viejo Testamento.
Jesús, que era judío, tuvo la valentía de depurar el pasado.
Aquella noche les dijo que lo de la antigua alianza se había
acabado.
Una hogaza de pan repartida, una copa de vino compartido, un
brindis en forma de bendición al Padre, una mesa suplían al
código, a los novillos degollados y al altar: esa es la nueva
era, ese el símbolo de la nueva sociedad. Se acabaron los
altares de sacrificios, la sangre de los becerros. Se acabó la
esclavitud generada por la Ley.
Si nos sentamos en la mesa sin haber compartido el pan, el
hambre, el desarrollo, las ideas, las dudas y a Dios, aquello
puede ser un acto religioso, pero no el “sacramento de nuestra
fe”. La eucaristía es un pan y un vino que se hornea y se
vendimia en la vida. Después, se celebra en la mesa.
“Este es el pan y el vino de la nueva alianza.” Y cada vez que
os sentéis para repartiros la comida y la bebida –símbolos de la
tierra y de la vida - recordad que yo estoy con vosotros.
Eso de comer juntos y repartir lo que hay es todo un programa,
un nuevo signo, una nueva concepción de la humanidad, una “nueva
alianza”, un nuevo modo de desarrollo, un nuevo enfoque de la
sociedad, un sacramento que expresa y produce la presencia de
Jesús en medio de los hombres. “Un cielo nuevo y una tierra
nueva”.
¿Qué
ocurrió en aquella cena?
¿Qué ocurrió aquella tarde, en aquella cena? ¿El pan se
“convirtió” en Jesús o fue Jesús el que “se hizo” pan? No es lo
mismo. El pan-repartido: eso es Eucaristía.
Y ¿cuándo ocurre el “milagro”? ¿cuando se “consagra” mediante
fórmulas mágicas o cuando se reparte y comparte?
Ese “pan” y ese “vino” no han salido del horno ni del lagar para
ser adorados sino para ser repartidos. Crear fraternidad, no
cristalizar egoísmos.
El altar es algo vertical, hay que mirar hacia arriba. La mesa
es siempre horizontal, hay que mirar a los lados.
Los hombres quisieron, desde antiguo, sacrificar a los dioses
los primeros frutos, las primeras gavillas, los terneros
jóvenes, los primogénitos y se sentían pacificados mientras
subía hacia Arriba el incienso negro de sus sacrificios. Aquello
se acabó en la cena de Jesús.
Cuesta más compartir el pan, la vida y el progreso que ofrecer
sacrificios al Altísimo. Resultó más fácil convertir ese pan,
ese gesto, en el “Santísimo” y sacarlo en procesión.
La misa no
es un precepto.
Ese fue un gran error de la santa iglesia católica y romana:
hacer del domingo un sabbat, una ley. Esa asimilación del
domingo cristiano al sábado judío se introdujo a finales del
siglo VI, apoyándose –según cuentan los historiadores - en una
carta bajada del cielo y que venía firmada por el mismo Cristo.
Si no eres poeta, no “vayas a misa”
No es una broma. Si sólo vas con la física, con la química, no
entenderás nada. Para “ir a misa” lo que hace falta es la fe, no
la poesía. Pero, en este caso, la fe no se puede vivir, sentir,
respirar si no eres poeta.
Entro en un templo y veo cómo se “dice misa”: la gente
dispersa, los primeros asientos vacíos, aquí una señora le reza
a un Cristo de una capilla lateral; otra enciende una vela a no
se qué Virgen; unos de rodillas, otros sentados. Cada uno va a
lo suyo: sus pecados, sus necesidades, sus peticiones, sus
angustias, sus miedos. Y cada uno con sus muertos. Incluso
todavía se ven señoras que rezan sus rosarios, mientras allí
arriba, separado de todos, el cura también a lo suyo. Vestido
de forma rara, dice cosas raras.
La mayoría de las veces, cuando se leen en alta voz algunos
trozos de la Biblia, los micrófonos no funcionan bien, el lector
no tiene cualidades de lector, además de demostrar que no
entiende bien lo que lee. Después, el cura trata de explicar
estos textos, que salvo contadas excepciones se queda en largar
un rollo cuanto más breve mejor.
El teólogo “dogmático” dirá que como allí se han dado las
circunstancias técnicas imprescindibles, aquello ha sido una
“misa”. Había un sacerdote. Había pan y vino. Se han pronunciado
las palabras rituales, por tanto se ha celebrado “el santo
sacrificio de la misa”.
Pues miren Vds., si allí no ha habido fraternidad, ni
convivencia fraterna, ni aquel pan que se ha distribuido ha sido
el signo de una vida que se comparte, yo dudo (por no decir,
niego) que aquello haya tenido que ver algo con lo que Jesús
hizo y dijo.
La física, perfecta. La química, perfecta. El rito, perfecto.
¿Qué ha faltado? La poesía. La poesía de una familia alrededor
de una mesa.
Cuando los primeros hermanos nuestros salían de “una misa”, los
paganos comentaban: “mirad cómo se quieren”
Es una utopía. Ciertamente. Pero toda utopía es poesía.
¡Dios mío, qué montaje!
El
catecismo no se contenta con el guantazo que le dio al nacer,
comunicándole que era un pecador. Cuando esa criatura cumpla sus
primeros siete añitos, le darán su primer cursillo intensivo: un
engrudo indigesto de verdades que ha de aceptar sin comprender:
que Dios es tres y uno, y que uno de los tres bajó a salvarnos y
que lo matamos todos porque somos malos, y que se convirtió en
pan, y en vino y que el día de su primera comunión va a comer a
Dios. Y que no olvide nunca que será juzgado cuando vuelva el
Señor. Los malos irán al Infierno. Los buenos al Cielo. Y los
medio malos o medio buenos al purgatorio
Y llega su
primera comunión. Irá vestido de almirante, o de novia, le
regalarán muchas cosas bonitas, y habrá una gran comida. “El día
más feliz de su vida.” Lo cual será una solemne mentira. “De
ahora en adelante tienes que ser muy bueno”.
En el
cursillo lo han preparado para no pecar. Si alguna vez es débil,
que se confiese. Se le entrega la lista y variedades de pecados:
pecados contra la ley de Dios; pecados contra la ley de la Santa
Madre Iglesia; pecados de pensamiento; pecados por acción;
pecados por omisión; pecados mortales, pecados veniales, pecados
capitales...
El niño no
entiende nada de esto, pero se lleva un resquemor y una falsa
seriedad ante la vida. La primera comunión la recordará como un
teatrillo en el que fue protagonista.
Desde ese
día, la vida de ese niño, joven, hombre, cristiano girará sobre
el pecado. Algo que le perseguirá, paralizará y le aguará la
gran fiesta y la gran aventura de vivir. Salvo que, a la primera
de cambio, abandone la eucaristía, el templo, los curas, el
confesionario, el alma. Y a esperar qué pasa.
Puede que
ese niño elija en el Instituto la clase de religión. Allí le
enseñarán la Doctrina y Moral Católica. Es decir quién es el
Papa, qué es la Santa Iglesia, cuáles sus mandamientos, qué son
los siete sacramentos, y aquello de la infalibilidad, y cómo se
convierte la substancia del pan en Cristo quedando los mismos
accidentes...etc. Catecismo y más catecismo.
Mientras
que los reportajes de National Geographic le mostrarán con
frecuencia las maravillas de la naturaleza, el Catecismo y la
Moral Cristiana irán oscureciendo el hoy con un valle de
lágrimas. Y un horizonte tenebroso para cuando acabe de llorar
en esta tierra.
En la
Iglesia saben mucho más del pecado que de la “buena nueva”. Si a
la vieja cristiandad le quitas el pecado, el confesionario y el
infierno se queda en menos de la mitad.
Seguramente nadie le va a explicar con una mínima seriedad y
rigor qué es el Evangelio, qué es una comunidad Cristiana, qué
es ser cristiano, qué es eucaristía, quién es Jesús y quién es
su Padre. Y cuánta belleza lleva en sus manos el ser humano, qué
bello puede ser el amar y el convivir.
El perdón, ¿en nombre de Dios?
Nunca se
llama a sí mismo “Mesías”. Pero sí se llama “Hijo del Hombre”,
en una ocasión, explícitamente “con poder para perdonar”.
Perdonar,
como “hijo del hombre”. ¿Será que Dios no tiene que “perdonar”?
¿No será
que Dios Padre no perdona porque es Amor y el Amor no
puede estar ofendido? Un padre no tiene que perdonar. (En cuanto
el hijo se arrodilla para pedir perdon, él lo abraza y manda
matar el mejor ternero, porque estaba perdido y ha sido
encontrado…).
Perdona
quien es capaz de ofenderse. El Amor no tiene receptividad de
ofensas, no puede, no tiene que emitir un perdón.
Este otro
esquema puede ser falso: “Dios está ofendido; no me habla, ha
suspendido sus relaciones conmigo…Yo, entonces, le pido perdón.
Le ofrezco una satisfacción, un sacrificio, y entonces él
“cambia” y me perdona…” Todo esto puede ser falso. Sería
implicar a Dios en nuestros mecanismos, en nuestras
liliputienses historias.
¿No será
que los únicos que nos tenemos que perdonar somos los hombres,
que los únicos que nos ofendemos somos nosotros y entre
nosotros?
¿No será
que “el hijo del hombre”, Jesús, “vino” a decirnos que una
actividad del hombre era perdonar; que la ofensa y el perdón es
cosa de humanos; que no hay ser humano si no hay perdón; que el
rencor paraliza lo humano; que el odio es un fracaso y que el
perdón plenifica lo humano?
Y que, por
tanto, no podemos perdonar “en nombre de Dios”, sino en nombre
propio. Que, mientras no perdonemos, Dios -el Amor- no puede
entrar en lo humano y que, en la medida en la que perdonamos, el
Amor entra en nosotros.
“Perdonad,
perdonad. Si os perdonáis, Dios, mi Padre, entrará en vosotros.
Si no perdonáis, Dios no puede entrar”.
“El Reino
de Dios” que anunciaba Jesús era como un Jubileo Universal en el
que deberían caer todas las barreras, quedar zanjadas todas las
deudas, rotas todas las cadenas, abiertas todas las puertas,
entrelazadas todas las manos, curadas todas las heridas comiendo
todos un mismo pan, recostados en una misma mesa.
¡Qué lástima que hayamos convertido tan bella utopía en el
quiosco de un confesionario!
LO QUE ES Y NO ES pecado
El pecado.
Es decir: no la imperfección, no el mal en abstracto, no la
fragilidad, no el descuido. Sino la maldad consciente e
individualizada. El egoísmo que mata al hermano, lo utiliza,
aplasta, viola, olvida, manipula, margina, la locura
autodestructiva.
¿Tenemos
que demostrar su existencia? Es curioso cómo se duda de la
existencia de Dios y, en paralelo, de la existencia del pecado.
Con demasiada facilidad se acude a la locura para no enfrentarse
ante una mente canalla. Y sin embargo, vivimos inmersos en Dios
y en el pecado.
“Creer” en
el pecado es admitir que el ser humano es capaz de las mayores
heroicidades pero también de las más refinadas atrocidades.
Pecado es
caer en el pozo de la egolatría. “Y seréis como Dios”. El hombre
no acepta sus dimensiones de ser humano. No admite la
fraternidad. En consecuencia, se convierte en producto altamente
contaminante de la sociedad. Quiere utilizar a los demás y a
Dios, en beneficio suyo.
Para ser
hijo necesitas ser hermano. No hay modo de entablar relación con
Dios que es Padre, si no es desde la fraternidad humana. Si
ofendes u olvidas a tu hermano no te hagas la ilusión de creerte
cristiano, hijo del Padre. No hay filiación si no hay
fraternidad.
El pecado
no es infringir una ley.
Desde muy antiguo imperó el concepto legalista del
pecado. Es decir: Dios o delegados suyos emiten leyes que
prohíben o permiten. Y quien no cumpla esas leyes comete pecado
contra Dios.
Eso es
sacralizar una ley. Pero a partir de Jesús, si Vd. cree que por
cumplir leyes, Vd. es amigo de Dios y se “salva”, Vd. no
entendió nada de la buena nueva.
Jesús
derogó la ley. Nos dejó sólo la conciencia.
Aviso para
abogados. No estamos hablando del derecho penal o civil,
imprescindibles para la convivencia social. En Teología hablamos
de esas otras leyes que, desde antiguo, y en todas las culturas
y religiones, se imponen a los hombres con promesas y amenazas
de vida y de muerte eternas.
Estas
leyes generan esclavitud, estafan al hombre, convierten a Dios
en capataz. Esa fue la obsesión de Jesús. Liberar a su pueblo de
un sistema religioso basado en el cumplimiento de ritos, leyes y
purificaciones, un sistema opresor. Y es que las dictaduras
religiosas esclavizan al hombre, con sus leyes, mucho más que
las dictaduras y leyes civiles.
La
relación de Dios Padre con el hombre no entra dentro de un marco
legal. La paternidad y la filiación se mueven en otra atmósfera.
¿El pecado
es verdaderamente una ofensa a Dios? ¿Dios se ofende? ¿Tiene el
hombre la capacidad de ofender a Dios?
Si Vd.
tiene hijos me comprenderá mejor. Si un hijo suyo le levanta la
mano o le mira con desprecio, a Vd. se le parte el corazón, no
por la ofensa sino por el fracaso de su hijo.
¿El pecado
no es una mancha? La mancha es algo externo. Demasiado infantil.
Si el pecado fuera una mancha bastaría con un rito
purificatorio, con un confesionario: la lavandería clerical, que
además es gratis. Por el confesionario no se cobra ningún
“estipendio”.
Dios
también está donde hay pecado. Incluso diría que el pecado puede
ser una puerta trasera para encontrar a Dios. Esa “ausencia de
Dios” es como una grieta por la que se cuela Dios. El que
“cumplió todos los mandamientos” puede que no sienta la
necesidad de Dios. El satisfecho no tiene hambre.
Dios no hace al hombre
El ser
humano no nace terminado de las manos de Dios, ni sale terminado
del vientre de su madre. No nace hecho. Tiene que hacerse. Nace
im-perfecto. Un bebé es una incógnita, un proyecto. O mejor, una
aventura peligrosa, pero bellísima. Sólo al Dios Amor se le ha
podido ocurrir semejante disparate: poner en circulación una
criatura inteligente y libre, cuyo final dependerá también de
ella misma.
De ahí
que, enseguida, cuando caiga en la cuenta de que no está
terminado, sentirá pánico. Nadie sabe cuál será el final de su
historia. Ni él mismo. Ese niño crecerá al elegir. Llegará a ser
individuo cuando ejercite la inquietante riqueza de su
libertad. Ese niño trae consigo una maravillosa posibilidad: ser
humano en plenitud. Y hasta podrá parecerse a Dios Padre.
También
podrá romperse, o quedarse a medio camino. Perder las
coordenadas de su grandeza y de su pequeñez. Creerse lo que no
es. No aceptar lo que es. Sumarse a la masa de ególatras que
nunca encontraron su razonable plenitud humana, por el único
camino posible: la fraternidad.
Ese niño,
recién nacido, al que besa su madre, guarda la posibilidad de
acabar como un hermano de los hombres o como un animal carroñero
y solitario. Podrá llegar a ser una persona: pobre, rico, listo,
simple, pero humano. O quedarse en el camino como espiga
tronchada.
Bien
merece que la comunidad le respete, lo cuide y le ayude. Ese
pequeño necesitará toda la ayuda de la sociedad, todo el
aliento. Lo que nunca necesitará será el sermón moralizante y
amenazador, la cantinela barata que acreciente su miedo y su
grieta de insatisfacción. Sentimientos de miedo y “culpa” que
podrían convertirse en el mejor sistema para hundirlo.
Cuando ese
niño comience a ser adulto, tendrá que decidir si aceptar a Dios
o rechazar a Dios. Tendrá que incorporarse a los demás, o
idolatrarse a sí mismo.
Ese es el
bautismo. Y su decisión tendrá que ser pública, en sociedad,
como hombre integrante de la comunidad humana. Una comunidad en
la que intervendrá para aumentar la amargura, o sembrar
estrellas y sueños.
El niño,
como todo lo que es vida, viene de la Fuente de la Vida. Pero
Dios no lo hace humano. Ha de hacerse humano entre los humanos.
No queráis hacerlo cristiano antes de que sea humano.
subir
|