EL BLOG DE LUIS ALEMÁN     

                             
                               cristianos siglo veintiunoÍndice
Página Principal

 

 

   SACRAMENTOS


 

Pero ¿qué es un sacramento?

 

 

En toda realidad sacramental hay dos dimensiones: una lo que, por naturaleza, siempre es humano o material, algo que se “ve”, que se entiende, como el agua, el pan, la sal, las manos; una comida,...etc., otra es el “significado”, lo que se trasparenta, aquello que sólo se percibe o se comprende con la fe.

 

Sacramento es pues el “empalme” de lo visible y lo invisible. El punto de encuentro de Dios y el Hombre. Y para ello es preciso el agua, el abrazo, la hogaza o la barra de pan, la mesa de familia, el gesto del perdón...

 

Pero toda realidad creada es como una transparencia de Dios, como una huella del Creador.

Mil gracias derramando,

pasó por estos sotos con presura,

y yéndolos mirando

con  sola su figura

vestidos los dejó de hermosura

 

Para el que vive el mundo de la fe, cualquier realidad, todo acontecer es, o puede ser, un sacramento. Es decir: una realidad visible –cosa o acontecimiento– que acerca al Dios que no se ve. Dios que se hace presente y actúa en el hombre a través de las cosas y a través de la historia.

 

Miras el mar y con su inmensidad y su oleaje, te lleva o te trae a Dios. Fijas tu mirada en una flor y, con tu fe, se transparenta Dios. Te sientas a comer con tus amigos o familia y tu fe hace presente a Dios. Das tu mano a un enemigo y ese gesto te trae a Dios. Y un beso, y el mirar las estrellas, y un cáncer, y la muerte de tu madre o incluso tu propia muerte son aconteceres tras los que Dios actúa.

 

El cristiano, con su fe, es un místico que va de encuentro en encuentro con Dios. Y ve ángeles que cantan cuando nace un niño, y sabe que Dios, el Padre, está, en silencio, en cualquier calvario. Encontrarse con Dios en las cosas y en la historia, eso es sacramento.

 

El sacramento por antonomasia, la realidad humana que “transluce” y “produce” de forma completa la presencia de Dios entre los hombres fue y es Jesús. De manera única e irrepetible.

 

Y todo ser humano que siga sus pasos. Y toda comunidad humana que viva de manera semejante a como vivió Jesús es una realidad sacramental que transparenta a Dios y hace presente a Dios entre los hombres.

 

 

 

 

EJEMPLOS DE sacramentOS

 

 

Un sacramento es una realidad visible, histórica, constatable, humana que al llegar a determinada plenitud transluce el amor de Dios.

 

Ejemplo. Un hombre y una mujer creen que se aman. Y comienzan a caminar en el amor, forjando la unidad y la verdad. La diversidad entre ellos enriquece su desarrollo y la unidad. Todo lo hace el amor: la unidad en lo social; unidad en lo jurídico, en lo económico; en lo sexual, en la forma de mirar el mundo y la muerte. Cada vez más firme el amor y cada vez más unidad. Ante el dolor y ante el placer. En lo mucho y en lo poco. Una realidad humana así es como un milagro, un signo de que Dios está ahí presente: un sacramento.

 

Para el creyente, una realidad sacramental es una realidad humana, que como todo lo humano necesita un hacerse, y que al llegar a un mínimo de plenitud trasparenta y produce entre nosotros, la presencia de Dios.

 

Pero esa realidad no es producto de una fórmula mágica, ni de un voluntarismo contractual. Es un proceso arriesgado. Es una bella aventura entre el hombre y la mujer. ¿Cuándo empieza a transparentarse Dios en esa pareja? ¿Cuándo hay sacramento? No es difícil responder: cuando haya vencido el amor. Ellos y la comunidad de creyentes anunciarán ese momento. Entonces se reunirán todos y comerán juntos para festejar el milagro que se ha ido tejiendo.

 

- Y mientras tanto ¿esa pareja vivía en el pecado?

-¡Cuando se fraguaba el amor! ¡Vaya Vd. a paseo hombre, váyase a paseo!

 

El matrimonio no es un sacramento para que te acuestes con tu pareja sin pecar. ¡Estaría bien que para que un hombre y una mujer se acuesten juntos, tengan que pasar antes por un sacramento! El sexo es algo serio entre los humanos. Sin ninguna duda. Mucho más que entre los animales. Pero no se puede jugar con él ni por la derecha ni por la izquierda.

 

Dios no fabrica sacramentos, sino que se hace presente, para quienes tienen ojos de fe, en el proceso y en la plenitud de una realidad humana conseguida.

 

El matrimonio no se “hace” en el altar. Se va fraguando en un previo día a día, y se llena de sentido en medio de la comunidad creyente. La realidad humana es previa, y condición, para lo sacramental.

 

La Jerarquía se ha metido en camisa de once varas y en cama ajena. No fabrica matrimonios. Sólo la comunidad de seguidores de Jesús, reconoce y recibe en su seno a aquellas parejas que consiguieron superar el miedo, los egoísmos, el desconocimiento mutuo, y han puesto ya las primeras piedras sólidas para el bello edificio de la unidad por el amor.

 

Lo sobrenatural sólo “revienta” como flor madura cuando lo natural existe. No es un acto jurídico. Es una celebración de fe. Lo jurídico pertenece a la sociedad civil.

 

El pan y el vino no se hacen en la mesa. Ya vienen hechos. Es decir, vamos como hermanos a comer, y al repartirnos y compartir el pan y el vino (símbolos de cualquier comida y de la vida), se hace presente Jesús en medio de nosotros y en nosotros. Y a partir de ese milagro de fraternidad, el mundo aprendería y sanamente nos envidiaría. "Mirad cómo se aman"

 

Primero, perdona tú. Tu perdón remueve la piedra que impide el resurgir de Dios en ti y en los demás. El sacramento del perdón no es un rito. Es un proceso del corazón que termina trasparentando a Dios en medio de la comunidad fraterna.

 

En un momento dado, un hombre decide libremente no tener más señor que al Señor Jesús. Rompe toda cadena y queda libre en el Señor. Eso es bautismo. Sin embargo, seguimos llamando bautismo a un rito que usamos sin entenderlo muy bien porque pertenece al ritual de pueblos antiguos. Y a través de esos retales de antiguos ritos judíos, que ya no significan nada ni entendemos, hacemos o nos hacen cristianos cuando aún ni somos personas, porque no maduró en nosotros la realidad humana.

 

No. No coincide esto con los sacramentos repartidos por los curas. Siento que no coincida. Quizá estemos hablando de cosas distintas.

 

¿Que para aplicar esto, hay que cambiar el catecismo? Pues que se cambie. ¿Que hay que remodelar la dogmática? Pues que la remodelen.

 

 

 

 

 

Eucaristía y nueva alianza

 

 

En su cena de despedida, Jesús nos enseñó a partir, repartir, compartir: en eso estaba la vida.

 

La Eucaristía es una mesa en la que se aprende convivencia y fraternidad, a salir de la guarida de la piedad personal, la soledad o engreimiento, para sentirse hermano ante un Padre común.

 

Eso es eucaristía. Si no se realiza en comunidad, no hay eucaristía. Por muy sacerdote que sea el oficiante, por muy bien que se realice el ritual, si no se comparte el pan real y lo que simboliza, ese rito es rito vacío con tufo de paganismo o de viejo Testamento.

 

Jesús, que era judío, tuvo la valentía de depurar el pasado. Aquella noche les dijo que lo de la antigua alianza se había acabado.

 

Una hogaza de pan repartida, una copa de vino compartido, un brindis en forma de bendición al Padre, una mesa suplían al código, a los novillos degollados y al altar: esa es la nueva era, ese el símbolo de la nueva sociedad. Se acabaron los altares de sacrificios, la sangre de los becerros. Se acabó la esclavitud generada por la Ley.

 

Si nos sentamos en la mesa sin haber compartido el pan, el hambre, el desarrollo, las ideas, las dudas y a Dios, aquello puede ser un acto religioso, pero no el “sacramento de nuestra fe”. La eucaristía es un pan y un vino que se hornea y se vendimia en la vida. Después, se celebra en la mesa.

 

“Este es el pan y el vino de la nueva alianza.” Y cada vez que os sentéis para repartiros la comida y la bebida –símbolos de la tierra y de la vida - recordad que yo estoy con vosotros.

 

Eso de comer juntos y repartir lo que hay es todo un programa, un nuevo signo, una nueva concepción de la humanidad, una “nueva alianza”, un nuevo modo de desarrollo, un nuevo enfoque de la sociedad, un sacramento que expresa y produce la presencia de Jesús en medio de los hombres. “Un cielo nuevo y una tierra nueva”.

 

 

 

 

¿Qué ocurrió en aquella cena?

 

 

¿Qué ocurrió aquella tarde, en aquella cena? ¿El pan se “convirtió” en Jesús o fue Jesús el que “se hizo” pan? No es lo mismo. El pan-repartido: eso es Eucaristía.

 

Y ¿cuándo ocurre el “milagro”? ¿cuando se “consagra” mediante fórmulas mágicas o cuando se reparte y comparte?

 

Ese “pan” y ese “vino” no han salido del horno ni del lagar para ser adorados sino para ser repartidos. Crear fraternidad, no cristalizar egoísmos.

 

El altar es algo vertical, hay que mirar hacia arriba. La mesa es siempre horizontal, hay que mirar a los lados.

 

Los hombres quisieron, desde antiguo, sacrificar a los dioses los primeros frutos, las primeras gavillas, los terneros jóvenes, los primogénitos y se sentían pacificados mientras subía hacia Arriba el incienso negro de sus sacrificios. Aquello se acabó en la cena de Jesús.

 

Cuesta más compartir el pan, la vida y el progreso que ofrecer sacrificios al Altísimo. Resultó más fácil convertir ese pan, ese gesto, en el “Santísimo” y sacarlo en procesión.

 

La misa no es un precepto. Ese fue un gran error de la santa iglesia católica y romana: hacer del domingo un sabbat, una ley. Esa asimilación del domingo cristiano al sábado judío se introdujo a finales del siglo VI, apoyándose –según cuentan los historiadores - en una carta bajada del cielo y que venía firmada por el mismo Cristo.

 

 

 

 

Si no eres poeta, no “vayas a misa”

 

No es una broma. Si sólo vas con la física, con la química, no entenderás nada. Para “ir a misa” lo que hace falta es la fe, no la poesía. Pero, en este caso, la fe no se puede vivir, sentir, respirar si no eres poeta.

 

Entro en un templo y veo cómo se “dice misa”: la  gente dispersa, los primeros asientos vacíos, aquí una señora le reza a un Cristo de una capilla lateral; otra enciende una vela a no se qué Virgen; unos de rodillas, otros sentados. Cada uno va a lo suyo: sus pecados, sus necesidades, sus peticiones, sus angustias, sus miedos. Y cada uno con sus muertos. Incluso todavía se ven señoras que rezan sus rosarios, mientras allí arriba, separado de todos, el cura también a  lo suyo. Vestido de forma rara, dice cosas raras.

 

La mayoría de las veces, cuando se leen en alta voz algunos trozos de la Biblia, los micrófonos no funcionan bien, el lector no tiene cualidades de lector, además de demostrar que no entiende bien lo que lee. Después, el cura trata de explicar estos textos, que salvo contadas excepciones se queda en largar un rollo cuanto más breve mejor.

 

El teólogo “dogmático” dirá que como allí se han dado las circunstancias técnicas imprescindibles, aquello ha sido una “misa”. Había un sacerdote. Había pan y vino. Se han pronunciado las palabras rituales, por tanto se ha celebrado “el santo sacrificio de la misa”.

 

Pues miren Vds., si allí no ha habido fraternidad, ni convivencia fraterna, ni aquel pan que se ha distribuido ha sido el signo de una vida que se comparte, yo dudo (por no decir, niego) que aquello haya tenido que ver algo con lo que Jesús hizo y dijo.

 

La física, perfecta. La química, perfecta. El rito, perfecto. ¿Qué ha faltado? La poesía. La poesía de una familia alrededor de una mesa.

 

Cuando los primeros hermanos nuestros salían de “una misa”, los paganos comentaban: “mirad cómo se quieren”

 

Es una utopía. Ciertamente. Pero toda utopía es poesía.

 

 

 

 

¡Dios mío, qué montaje!

 

 

El catecismo no se contenta con el guantazo que le dio al nacer, comunicándole que era un pecador. Cuando esa criatura cumpla sus primeros siete añitos, le darán su primer cursillo intensivo: un engrudo indigesto de verdades que ha de aceptar sin comprender: que Dios es tres y uno, y que uno de los tres bajó a salvarnos y que lo matamos todos porque somos malos, y que se convirtió en pan, y en vino y que el día de su primera comunión va a comer a Dios. Y que no olvide nunca que será juzgado cuando vuelva el Señor. Los malos irán al Infierno. Los buenos al Cielo. Y los medio malos o medio buenos al purgatorio

 

Y llega su primera comunión. Irá vestido de almirante, o de novia, le regalarán muchas cosas bonitas, y habrá una gran comida. “El día más feliz de su vida.” Lo cual será una solemne mentira. “De ahora en adelante tienes que ser muy bueno”.

 

En el cursillo lo han preparado para no pecar. Si alguna vez es débil, que se confiese. Se le entrega la lista y variedades de pecados: pecados contra la ley de Dios; pecados contra la ley de la Santa Madre Iglesia; pecados de pensamiento; pecados por acción; pecados por omisión; pecados mortales, pecados veniales, pecados capitales...

 

El niño no entiende nada de esto, pero se lleva un resquemor y una falsa seriedad ante la vida. La primera comunión la recordará como un teatrillo en el que fue protagonista.

 

Desde ese día, la vida de ese niño, joven, hombre, cristiano girará sobre el pecado. Algo que le perseguirá, paralizará y le aguará la gran fiesta y la gran aventura de vivir. Salvo que, a la primera de cambio, abandone la eucaristía, el templo, los curas, el confesionario, el alma. Y a esperar qué pasa.

 

Puede que ese niño elija en el Instituto la clase de religión. Allí le enseñarán la Doctrina y Moral Católica. Es decir quién es el Papa, qué es la Santa Iglesia, cuáles sus mandamientos, qué son los siete sacramentos, y aquello de la infalibilidad, y cómo se convierte la substancia del pan en Cristo quedando los mismos accidentes...etc. Catecismo y más catecismo.

 

Mientras que los reportajes de National Geographic le mostrarán con frecuencia las maravillas de la naturaleza, el Catecismo y la Moral Cristiana irán oscureciendo el hoy con un valle de lágrimas. Y un horizonte tenebroso para cuando acabe de llorar en esta tierra.

 

En la Iglesia saben mucho más del pecado que de la “buena nueva”. Si a la vieja cristiandad le quitas el pecado, el confesionario y el infierno se queda en menos de la mitad.

 

Seguramente nadie le va a explicar con una mínima seriedad y rigor qué es el Evangelio, qué es una comunidad Cristiana, qué es ser cristiano, qué es eucaristía, quién es Jesús y quién es su Padre. Y cuánta belleza lleva en sus manos el ser humano, qué bello puede ser el amar y el convivir.

 

 

 

 

El perdón,  ¿en nombre de Dios?

 

 

Nunca se llama a sí mismo “Mesías”. Pero sí se llama “Hijo del Hombre”, en una ocasión, explícitamente “con poder para perdonar”.

 

Perdonar, como “hijo del hombre”. ¿Será que Dios no tiene que “perdonar”?

 

¿No será que Dios Padre no perdona porque es Amor y el Amor no puede estar ofendido? Un padre no tiene que perdonar. (En cuanto el hijo se arrodilla para pedir perdon, él lo abraza y manda matar el mejor ternero, porque estaba perdido y ha sido encontrado…).

 

Perdona quien es capaz de ofenderse. El Amor no tiene receptividad de ofensas, no puede, no tiene que emitir un perdón.

 

Este otro esquema puede ser falso: “Dios está ofendido; no me habla, ha suspendido sus relaciones conmigo…Yo, entonces, le pido perdón. Le ofrezco una satisfacción, un sacrificio, y entonces él “cambia” y me perdona…” Todo esto puede ser falso. Sería implicar a Dios en nuestros mecanismos, en nuestras liliputienses historias.

 

¿No será que los únicos que nos tenemos que perdonar somos los hombres, que los únicos que nos ofendemos somos nosotros y entre nosotros?

 

¿No será que “el hijo del hombre”, Jesús, “vino” a decirnos que una actividad del hombre era perdonar; que la ofensa y el perdón es cosa de humanos; que no hay ser humano si no hay perdón; que el rencor paraliza lo humano; que el odio es un fracaso y que el perdón  plenifica lo humano?

 

Y que, por tanto, no podemos perdonar “en nombre de Dios”, sino en nombre propio. Que, mientras no perdonemos,  Dios -el Amor- no puede entrar en lo humano y que, en la medida en la que perdonamos, el Amor entra en nosotros.

 

“Perdonad, perdonad. Si os perdonáis, Dios, mi Padre, entrará en vosotros. Si no perdonáis, Dios no puede entrar”.

 

“El Reino de Dios” que anunciaba Jesús era como un Jubileo Universal en el que deberían caer todas las barreras, quedar zanjadas todas las deudas, rotas todas las cadenas, abiertas todas las puertas, entrelazadas todas las manos, curadas todas las heridas comiendo todos un mismo pan, recostados en una misma mesa.

 

¡Qué lástima que hayamos convertido tan bella utopía en el quiosco de un confesionario!

 

 

 

 

LO QUE ES Y NO ES pecado

 

 

El pecado. Es decir: no la imperfección, no el mal en abstracto, no la fragilidad, no el descuido. Sino la maldad consciente e individualizada. El egoísmo que mata al hermano, lo utiliza, aplasta, viola, olvida, manipula, margina, la locura autodestructiva.

 

¿Tenemos que demostrar su existencia? Es curioso cómo se duda de la existencia de Dios y, en paralelo, de la existencia del pecado. Con demasiada facilidad se acude a la locura para no enfrentarse ante una mente canalla. Y sin embargo, vivimos inmersos en Dios y en el pecado.

 

“Creer” en el pecado es admitir que el ser humano es capaz de las mayores heroicidades pero también de las más refinadas atrocidades.

 

Pecado es caer en el pozo de la egolatría. “Y seréis como Dios”. El hombre no acepta sus dimensiones de ser humano. No admite la fraternidad. En consecuencia, se convierte en producto altamente contaminante de la sociedad. Quiere utilizar a los demás y a Dios, en beneficio suyo.

 

Para ser hijo necesitas ser hermano. No hay modo de entablar relación con Dios que es Padre, si no es desde la fraternidad humana. Si ofendes u olvidas a tu hermano no te hagas la ilusión de creerte cristiano, hijo del Padre. No hay filiación si no hay fraternidad.

 

El pecado no es infringir una ley. Desde muy antiguo imperó el concepto legalista del pecado. Es decir: Dios o delegados suyos emiten leyes que prohíben o permiten. Y quien no cumpla esas leyes comete pecado contra Dios.

 

Eso es sacralizar una ley. Pero a partir de Jesús, si Vd. cree que por cumplir leyes, Vd. es amigo de Dios y se “salva”, Vd. no entendió nada de la buena nueva.

 

Jesús derogó la ley. Nos dejó sólo la conciencia.

 

Aviso para abogados. No estamos hablando del derecho penal o civil, imprescindibles para la convivencia social. En Teología hablamos de esas otras leyes que, desde antiguo, y en todas las culturas y religiones, se imponen a los hombres con promesas y amenazas de vida y de muerte eternas.

 

Estas leyes generan esclavitud, estafan al hombre, convierten a Dios en capataz. Esa fue la obsesión de Jesús. Liberar a su pueblo de un sistema religioso basado en el cumplimiento de ritos, leyes y purificaciones, un sistema opresor. Y es que las dictaduras religiosas esclavizan al hombre, con sus leyes, mucho más que las dictaduras y leyes civiles.

 

La relación de Dios Padre con el hombre no entra dentro de un marco legal. La paternidad y la filiación se mueven en otra atmósfera.

 

¿El pecado es verdaderamente una ofensa a Dios? ¿Dios se ofende? ¿Tiene el hombre la capacidad de ofender a Dios?

 

Si Vd. tiene hijos me comprenderá mejor. Si un hijo suyo le levanta la mano o le mira con desprecio, a Vd. se le parte el corazón, no por la ofensa sino por el fracaso de su hijo.

 

¿El pecado no es una mancha? La mancha es algo externo. Demasiado infantil. Si el pecado fuera una mancha bastaría con un rito purificatorio, con un confesionario: la lavandería clerical, que además es gratis. Por el confesionario no se cobra ningún “estipendio”.

 

Dios también está donde hay pecado. Incluso diría que el pecado puede ser una puerta trasera para encontrar a Dios. Esa “ausencia de Dios” es como una grieta por la que se cuela Dios. El que “cumplió todos los mandamientos” puede que no sienta la necesidad de Dios. El satisfecho no tiene hambre.

 

 

 

 

Dios no hace al hombre

 

 

El ser humano no nace terminado de las manos de Dios, ni sale terminado del vientre de su madre. No nace hecho. Tiene que hacerse. Nace im-perfecto. Un bebé es una incógnita, un proyecto. O mejor, una aventura peligrosa, pero bellísima. Sólo al Dios Amor se le ha podido ocurrir semejante disparate: poner en circulación una criatura inteligente y libre, cuyo final dependerá también de ella misma.

 

De ahí que, enseguida, cuando caiga en la cuenta de que no está terminado, sentirá pánico. Nadie sabe cuál será el final de su historia. Ni él mismo. Ese niño crecerá al elegir. Llegará a ser individuo cuando ejercite la inquietante riqueza de su libertad. Ese niño trae consigo una maravillosa posibilidad: ser humano en plenitud. Y hasta podrá parecerse a Dios Padre.

 

También podrá romperse, o quedarse a medio camino. Perder las coordenadas de su grandeza y de su pequeñez. Creerse lo que no es. No aceptar lo que es. Sumarse a la masa de ególatras que nunca encontraron su razonable plenitud humana, por el único camino posible: la fraternidad.

 

Ese niño, recién nacido, al que besa su madre, guarda la posibilidad de acabar como un hermano de los hombres o como un animal carroñero y solitario. Podrá llegar a ser una persona: pobre, rico, listo, simple, pero humano. O quedarse en el camino como espiga tronchada.

 

Bien merece que la comunidad le respete, lo cuide y le ayude. Ese pequeño necesitará toda la ayuda de la sociedad, todo el aliento. Lo que nunca necesitará será el sermón moralizante y amenazador, la cantinela barata que acreciente su miedo y su grieta de insatisfacción. Sentimientos de miedo y “culpa” que podrían convertirse en el mejor sistema para hundirlo.

 

Cuando ese niño comience a ser adulto, tendrá que decidir si aceptar a Dios o rechazar a Dios. Tendrá que incorporarse a los demás, o idolatrarse a sí mismo.

 

Ese es el bautismo. Y su decisión tendrá que ser pública, en sociedad, como hombre integrante de la comunidad humana. Una comunidad en la que intervendrá para aumentar la amargura, o sembrar estrellas y sueños.

 

El niño, como todo lo que es vida, viene de la Fuente de la Vida. Pero Dios no lo hace humano. Ha de hacerse humano entre los humanos. No queráis hacerlo cristiano antes de que sea humano.


 

subir