TIEMPOS CRÉDULOS
Chesterton, genial escritor inglés del s. XX, el
“maestro de la paradoja”, escribió: “Cuando se deja
de creer en Dios, se cree en cualquier cosa”. Es más
que una ocurrencia ingeniosa. Es un diagnóstico certero
de la época que nos ha tocado vivir.
Nuestro tiempo ha dejado de creer en Dios, lo cual no
tiene de por sí nada de malo: todo depende de lo que
signifique ese “Dios” en el que se ha dejado de creer.
Pero nuestro tiempo sigue creyendo, lo cual tampoco es
de por sí necesariamente bueno: todo depende de en qué
crea, de cómo crea y para qué. Pues bien, a menudo me
invade la impresión de que muchos hoy creen –o vuelven a
creer– en cualquier cosa, y de cualquier manera.
Hace unos días recibí un mail de una buena amiga,
cristiana, felizmente enamorada de Jesús, de su
presencia consoladora y de su mensaje subversivo. Está
preocupada porque su hijo, alejado del cristianismo –no
diré de Jesús–, se halla más o menos enganchado a Matías
Di Stéfano.
Di Stéfano no es un futbolista, ni un cantante, ni una
estrella de cine. Ni siguiera un gurú. Es un joven
argentino, uno de esos “niños índigo”, así llamados
porque algunos les ven –o creen verles, pero ¿dónde está
la diferencia?– un aura de color índigo, entre azul y
violeta.
Matías es un chaval normal, sensible, culto, inteligente
y muy elocuente. Ha elaborado una síntesis personal
entre la física cuántica y la filosofía de Hegel, entre
el yoga hindú y el chamanismo sudamericano, entre la
Antigua y la Nueva Era. Y arrastra.
Asegura Matías que hace miles de años vivió en la
Atlántida, aquella isla, ubicada no se sabe dónde, entre
el Mediterráneo y América, poblada de seres humanos
superiores venidos de otros planetas, que luego se
hundió, aunque nadie ha encontrado todavía huella
alguna, aunque no faltará quien diga que sí.
Matías Di Stéfano se siente investido de una gran
misión: comunicar en nuestro tiempo la información que
recibió en la Atlántida y que se halla recogida en los
registros akáshicos –una especie de memoria cósmica o de
Internet divino– y a la que podemos acceder todos a
través de la meditación.
“Memoria cósmica”: esta metáfora me resulta familiar… Yo
mismo la utilizo para expresar el Fondo, el Misterio, el
Corazón, la Entraña en la que vivimos, nos movemos y
somos. La Fuente que mana y corre aunque es de noche, y
nosotros manamos de esa Fuente que mana en nosotros,
¡Dios mío!, más allá de todo cuanto sabemos, creemos y
decimos, más adentro.
Lo malo es cuando las metáforas dejan de serlo y se
convierten en información objetiva. Ahí empieza la
credulidad. Las metáforas nos permiten navegar sin rumbo
exacto, nos conducen a otra orilla, y luego a otra. Las
creencias, cuando se fijan, nos anclan allí donde
estamos y nos impiden surcar océanos desconocidos y
descubrir islas inexistentes.
En contra de lo que se pudiera pensar, en este nuestro
tiempo querido, las creencias no han desaparecido.
Muchas creencias sobre un Dios con psicología humana
enfermiza, sobre nacimientos virginales y juicios del
más allá o jerarquías del más acá, esas creencias sí
están desapareciendo y tarde o temprano desaparecerán
todas.
¿Cómo concebir que podamos seguir siendo hijos y amantes
de la Vida o del Mar sin levar cada día las anclas de
esas creencias? Pues bien, las creencias vuelven hoy,
bajo otra forma. Tal vez sean un apoyo necesario para
nuestra condición insegura, un soporte problemático para
nuestra finitud indigente.
Lo cierto es que la credulidad persiste. De los OVNIS ya
no se habla, pero sí de los habitantes de las pléyades,
nuestros “hermanos mayores”, dotados de un espíritu
desarrollado (¡y buena falta que nos hace, vaya que
sí!). No faltan quienes, con todo derecho, reviven y
reavivan cultos precristianos: la Wica o el druidismo
celta, la Romuva báltica, el tengrismo húngaro, la
jentiltasuna vasca, el mitraísmo helénico, el
kemetismo egipcio.
Unos anuncian el fin del mundo o de este eón para este
2012 y nos urgen a adoptar al calendario maya. Unos se
presentan como “guerreros” o “hermanos de la luz”.
Otros ofrecen ejercicios diarios para protegernos con
las “cúpulas de energía”. O sesiones lunares de
transmutación kármica, ritos de sanación tántrica y de
apertura crística, o ceremoniales del Maithuna.
Cursos de fractales, de armónicas y cromáticas y células
del tiempo. Cursos para conocer al ángel de la guarda
(bendito ángel, bendita presencia, con y sin cursos).
Superposición del cuerpo físico con el cuerpo de Etreté.
El mandato galáctico, el llamado mítico, el Kin del
destino, los sellos solares, la onda encantada.
Alineamiento climático del cuerpo terrestre y del sol
físico con el centro de la galaxia y con el núcleo
universal de la creación, el gran Sol Central.
Algunas de las terapias sirven por igual para todo: el
reumatismo, la artritis, el cáncer, el Sida, la
esclerosis múltiple, la fibromialgia, la diabetes, la
hepatitis, le leucemia, la pancreatitis, la
hipertensión, la epilepsia, la psoriasis, el herpes, el
Alzheimer, el lupus, la glaucoma, las alergias, las
cardiopatías, toda clase de enfermedades virales, o
incluso la calvicie. Y terapias alternativas no te
faltarán: acupuntura, electroacupuntura, digitopuntura,
auriculopuntura. Reflexoterapia, magnetoterapia,
electromagnetoterapia, aromaterapia, yesoterapia,
cromoterapia (con todos los colores del arcoíris, el
índigo incluido), orinoterapia, aromaterapia,
hidroterapia, helioterapia, musicoterapia (con el
didgeridoo australiano, el sarangi hindú o el cuenco
tibetano).
Y la fitoterapia, es decir, con simples y maravillosas
hierbas que crecen abundantes por todas partes en el
campo; el campo es una inmensa farmacia (eso yo también
me lo creo), y todas las terapias florales (las prímulas
o flores de San José ya están floreciendo, y las flores
de Bach supongo que también)… Y el biomagnetismo, la
bienergética, la medicina vibracional, y la anatheóresis
o visión del propio pasado.
Y, naturalmente, la homeopatía. Y también la
quiropraxis. Y el método de transformación de patrones
de resonancias (TPR). Sesiones de Qigong o de Chikung,
chequeo de la energía, lectura de la rosa, del aura y de
los chakras. Liberación de energía constricta. Reiki,
Shiatsu, Ajurveda… Y más, mucho más todavía.
Los tiempos de incredulidad pasaron. Pero ello no
significa que vivamos tiempos de fe. Tampoco significa
de ningún modo que solo haya una fe verdadera, y cuánto
menos una única religión verdadera. Las religiones
anduvieron siempre sobradas de credulidad. No fue la fe,
sino la credulidad, la que fabricó las imágenes de Dios,
todas ellas. También creer en Dios puede ser creer en
cualquier cosa.
El “Dios” en el que crees o dejas de creer en tus
creencias, eso no es Dios. Escucha a la malviz que canta
en la punta del aliso, junto al riachuelo Narrondo: ¿qué
necesitas creer? Suelta las amarras, leva las anclas.
Deja de creer, y lánzate al Fondo. El miércoles próximo,
recibiré sobre mi cabeza un poco de ceniza, ceniza de
tierra y de hoja de laurel, y escucharé: “Eres tierra
humilde y amada, preciosa ceniza que guarda la memoria
del dolor y de todas las esperanzas. No importan tus
creencias. Entrega tu mente y tu vida a la buena
noticia. Y basta”.
José Arregi
(Publicado en el Diario DEIA)
Para orar. “Entonces, ¿qué hacemos?”
¿Qué hacemos con los pies de barro,
con los sueños rotos,
con las noches de vigila
y las puertas cerradas?
¿Qué hacemos con la asediada,
el amor negado,
los golpes injustos
y el desaliento?
¿Qué hacemos con la pobreza,
con el fracaso, con el hambre,
con la guerra,
con la tristeza
que campa a sus anchas
por tantas vidas?
No rendir la esperanza
ni blindarnos contra la tormenta.
no renuncia a los sueños.
Seguir buscando la llave
que abra la vida,
que libere la alegría,
que desencadene
la paz,
la abundancia,
la justicia.
Y seguir confianza,
Que con nuestro barro
haces tú milagros.
(José María Olaizola, SJ)