A
CONTRA-ESPERANZA
Una
anciana sin domicilio fijo murió de frió a principios de
esta semana en la plaza de la Concordia de Paris. Lo que
hubiera sido hace algunos años una noticia destacada de la
prensa escrita se ha reducido ahora por obra de la
banalización de la miseria a apenas 30 segundos en el
noticiero radiofónico. Y la miseria avanza discreta e
implacablemente hacia nuevas cimas.
En
Francia cerca de 7,5 millones de personas, es decir, el 12%
de la población, y entre ellos dos millones de niños, viven
por debajo del umbral de la pobreza. Cada día los pobres son
más pobres, pero afortunadamente para las estadísticas
globales de la riqueza, los ricos son más ricos y una cosa
compensa la otra.
Al
dinero como único patrón corresponde el hipercrecimiento de
las multinacionales:
·
Exxon,
cuya riqueza es superior a la de 182 países miembros de
Naciones Unidas;
·
más de
un tercio del PIB mundial lo poseen las 100 primeras
empresas del mundo;
·
los
ricos que entre 1936 y 1975 representaban el 1% de la
población norteamericana y poseían el 5% del PIB de EE UU
han vuelto a elevar su participación a más del 20% en los
últimos 30 años.
Riquezas amasadas en una legalidad de fachada, tras de la
que se esconden las bolsas de valores manipuladas y sus
amañadas cotizaciones, las contabilidades trucadas, los PDGs
truhanes, los Estados cómplices con sus asilos protectores
del crimen -seis paraísos fiscales en la sola Unión
Europea-, el escabroso, indomeñable imperio del gangsterismo
económico, todo fundado, legitimado por los vendedores del
capitalismo de mercado que se autocalifican de filósofos y
que hacen del darwinismo social la doctrina que todo lo
explica: los más fuertes duran y prosperan, los otros
desaparecen.
Las
cosas son así e intentar cambiarlas es peor, pues sólo
produce más caos y desorden. Algunos parches, quizás sí,
pero proponer otros modelos de sociedad, con otros valores y
otras prácticas, buscar alternativas a lo existente y
apostar irresponsablemente a lo improbable es optar por el
terrorismo de las utopías.
El
sueño es un componente esencial de lo humano, pero no el
sueño de los pobres hecho de fuego y revoluciones sino sólo
el de los ricos que viven entre el lujo y la lujuria, para
el disfrute hedonista que nos describe Lipovetski desde su
postmodernidad. Frente a las afirmaciones de los guardianes
del sistema que sostienen que las desigualdades han
permanecido estables y en bastantes casos han disminuido,
los datos más fiables prueban lo contrario.
En los
últimos 8 años, según escribe Louis Maurin, director del
Laboratoire de las desigualdades que se apoya en los datos
del INSEE, la diferencia de renta media en Francia entre más
ricos y los más pobres ha aumentado en 4.682 euros.
Con
todo no es esa cifra lo más inaceptable sino el permanente
recurso a las remuneraciones faraónicas en la despedida de
los ejecutivos patronos (CEO), gracias a los paracaídas
dorados, a las stock-options, a las plusvalías como nos
detalla Patrick Bonanza en su libro Les Goinfres (Los
glotones), Flammarion, 2007.
Entre
sus protagonistas figuran todas las grandes empresas
francesas y entre sus presidentes destacan Antoine
Zacharias, presidente del Grupo Vinci, con sus cerca de 220
millones de euros, y Daniel Bernard, de Carrefour, que se
fue con 209 millones tras haber rechazado un aumento del 2%
a sus empleados, sin olvidar a Jean-Marie Messier, que
obtuvo algo más de 20 millones después de haber dejado a su
empresa Vivendi al borde de la quiebra.
Claro
que los americanos siguen llevándose en todo la palma: Ray
Irani, de Occidental Petroleum, consiguió 322 millones de
dólares y Steve Jobs de Apple se llevó el premio gordo con
647 millones. Claro que tampoco los españoles en nuestra
modestia podemos dejarnos dar lecciones por nadie, los 108
millones de Ángel Corcóstegui con ocasión de su salida del
Banesto y el tan bien remunerado adiós de Francisco Pizarro
a Endesa están ahí para probarlo.
Frente
a tan agresivo obsceno enriquecimiento, más de mil millones
de personas, como nos recuerda Gustave Massiah del Cedetim,
han disminuido desde 1993 dramáticamente sus insuficientes
ingresos y hoy más de 1.600 millones viven, habría que decir
mueren, con menos de un dólar diario. Le hemos oído decir a
Jacques Delors que la misión de nuestro viejo continente no
puede ser la de asumir toda la miseria del mundo.
Este
realismo cómplice e inaceptable nos lleva al igual que las
postulaciones retóricas del Milenio a atrincherarnos, con
nuestra obstinación y desde nuestra insignificancia en la
resistencia crítica.
Aunque
sea a contra-esperanza.
José Vidal-Beneyto
Attac
informativo
28 de
enero de 2004