Consumir sin conocimiento
Acabo de
regresar de vacaciones de Inglaterra y, como siempre, me lo
he pasado bien, aunque cada vez me corroa más el consumismo
extremo, frívolo e insensible que se vive y se practica
allí. Se va de compras aunque se tiene ya todo lo que se
necesita: zapatos, ropa, bolsas, maquillaje, paraguas... no
importa tener cuatro o cinco paraguas si hay dinero para
comprar éstos y más. Tener veinte jerséis, decenas de pares
de vaqueros, quince vestidos e incontables pares de zapatos
es... ¿normal?
No es
solamente el consumismo ciego de ropa y accesorios lo que
asusta. Las compras de alimentos son igualmente llamativas.
Sin pasar por alto la enorme cuantía de dulces y snacks que
se consumen, da qué pensar el coste y modelo de su
suministro.
Cuando se
importa una lechuga «iceberg» de los EEUU a Inglaterra, por
cada caloría de lechuga se emplean 127 en su transporte. La
relación es de 97 calorías de energía por caloría de
espárrago importada de Chile y de 66 calorías por caloría de
zanahoria importada de África del Sur.
Y choca
lo ridículo que es -máxime viendo los planes de «consumo
sustentable» que ha redactado el Gobierno inglés, entre
otros- ver cómo se importan más de 100 millones de litros de
leche cada año a Inglaterra a la vez que dicho país exporta
cada año más de 250 millones de litros.
Muchos de
los alimentos importados, como las cebollas de Méjico o
Nueva Zelanda, las patatas de Sicilia... se pueden producir
-de hecho se producían- de forma local. Producirlas de nueva
en Inglaterra -y de forma sustentable- supondría reducir en
más de 600 veces los gases de efecto invernadero generados
por el actual sistema de distribución y transporte.
Luego
están los coches. No fui a Londres, donde realmente se nota,
pero aún así hay una altísima concentración de coches 4x4,
coches de alta gama y deportivos. Igual o más asusta ver
cómo se usa un 4x4 para ir unos cientos de metros a comprar
un periódico o para recoger la descendencia del colegio. No
hay nada como consumir energía sin pensar en las
consecuencias.
Está
claro que esta enfermedad no es exclusiva de Inglaterra. Lo
que pasa es que Inglaterra llama la atención por el grado de
consumismo que hay, aún mayor que el de aquí. Menos mal que
no fui a Estados Unidos, ya que es más de lo mismo pero aún
más a lo bruto.
Para
producir alimentos en los Estados Unidos se usa un promedio
de 33 veces más de energía comercial que en la producción
tradicional de Méjico.
Aquí
tampoco nos salvamos. Yo, de momento, cómo aquellas personas
que fueron conmigo, acabo de consumir cuantiosas cantidades
de energía al ir de vacaciones en avión. Casi no importa lo
que hagamos en cuanto a ahorro energético -lo típico, como
apagar luces en casa, lavar la ropa en agua fría o bajar a
trabajar en bici en vez de en coche- ya que nuestro viaje de
ida y vuelta a Inglaterra en avión quedará grabado como
ejemplo de consumismo extremo y contará en contra nuestra
durante unos cuantos años.
Consumir
sin conocimiento
Helen Groome