EL REINO DE DIOS     

                             
                              

 

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La gran evasión

 

 

Se han vuelto a poner encima de la mesa los objetivos del milenio con parecidos resultados que en las reuniones precedentes: no se cumplen ni por asomo. Una reunión tras otra de los países que controlan la distribución de la renta en el mundo, sirven para constatar que sus políticas y los incumplimientos de lo que acuerdan una y otra vez, dan como resultado casi mil millones de personas que bordean la muerte por falta de alimentos.

 

La ONU, por hacer algo, ha propuesto esta vez un plan de cinco años cifrado en treinta mil millones de dólares para salvar a 16 millones de personas de una muerte segura por inanición. Es el enésimo plan, cuando todos sabemos que un 0,05% en forma de impuesto sobre los capitales, recaudaría quinientos mil millones de dólares, con los que muchas lacras y pandemias desaparecían. Pero siempre se ha votado en contra, los países en vías de desarrollo por unas razones, y los más desarrollados por otras.

 

Los Objetivos del Milenio que fijó la ONU para 2015, ésos que tampoco se cumplirán, costarían 150.000 millones de dólares al año, durante los próximos cinco años. Algo más de un tercio de lo que costó el rescate de las instituciones financieras por la crisis que seguimos padeciendo los sufridores de la economía real.

 

En la clausura de la Cumbre sobre la Pobreza, Obama defendió un cambio de actitud en la lucha contra la pobreza, pero negándose a suscribir el 0,7%, sin sentir el menor rubor porque su país sea, comparativamente, uno de los menos solidarios con el tercer mundo, al destinar sólo 20 centavos por cada 100 dólares de presupuesto. Y bastaría con que cada país cumpliera el compromiso de donar el 0,7% de sus presupuestos para que las muertes por inanición fueran evitables, como ha señalado Ariane Arpa, directora general de Intermón Oxman, en un mundo en el que cuentas hasta tres y se muere un niño por el egoísmo del mundo desarrollado. Estremece que nadie nos sintamos responsables.

 

Dinero hay de sobra, alimentos también. Hemos visto lo rápido que aflora el capital para emergencias como la crisis financiera y para la cruzada de Irak. Existen medios suficientes para paliar en poco tiempo la pandemia del hambre y otras, en forma de enfermedades ya erradicadas en el Primer Mundo. Quizá la solución nos parezca inalcanzable, porque no dedicamos ni un segundo a exigir a los poderes públicos, a las instituciones y organismos el cumplimiento de sus promesas.

 

Menudo revuelo se ha levantado con las propuestas de implantar el impuesto sobre los beneficios bancarios y el impuesto a las transacciones financieras internacionales (la Tasa Tobín), como impuesto finalista para el Tercer Mundo, dando por perdido el dinero empleado en ayudar al Sistema.

 

Pero el exceso de codicia continúa ganando el pulso a la justicia. A la vista de que esta realidad no la niegan ni quienes incumplen sistemáticamente sus compromisos para el desarrollo del Cuarto Mundo, la conclusión parece clara: no hay voluntad política ni económica a pesar de sus consecuencias colaterales, como la inmigración, cuya cifra crece sin parar hacia los lugares del Planeta que tienen el control de los recursos y la economía.

 

Y yo me pregunto si esta falta de voluntad ante la catástrofe humanitaria, no tendrá que ver con el día después: una vez arreglado el problema del hambre en forma de alimentos y medicinas básicas, no habría razón ni fuerza suficiente que evitase un clamor mundial por un cambio drástico en las estructuras económicas actuales, que son las que permiten la perpetuación de este enorme Auschwitz silencioso y cronificado. Porque vivimos semejante injusticia mundial como algo natural, en la ilusión de creernos que nuestro sistema es el mejor de los posibles, como nos intentan vender machaconamente.

 

Y así, puede que nos sintamos los menos malos, seguramente porque nos comparamos con los peores de la Historia. Pero esta falta de valor y de voluntad para hacer la prueba de dar un paso hacia adelante, poniendo en el empeño los verdaderos valores que ha propiciado la civilización occidental al servicio de las personas y su dignidad, nos impide un desarrollo sostenible y una convivencia más respetuosa. La consecuencia es perpetuar el servilismo a un Mercado que fomenta al genocida de cuello blanco.

 

Ante el último informe de la FAO sobre el número de famélicos crónicos del mundo, su director general ha denunciado que “el hambre sigue siendo la mayor tragedia y el mayor escándalo del mundo”. La indiferencia consiguiente constata lo secas que tenemos las entrañas de los países desarrollados, obsesionados con el dios del dinero.

 

Y hablando de Dios… ¿Cómo estamos reaccionando la iglesia de a pie y la iglesia oficial? Habrá que responder si en el Primer Mundo somos la iglesia de la denuncia profética y del anuncio del Reino, la que actúa con presencia, con amor, con hechos. O si estamos lastrados por un Estado Vaticano anacrónico, que le pesa más el poder mundano que la cruz de Cristo.

 

Ante la realidad tan desgarradora del hambre y la codicia, ¿qué haría Jesús en nuestro lugar?

 

 

Gabriel Mª Otalora