El Semanal Digital
Domingo, 11 de marzo 2007
Por resaltar la humanidad de Cristo
Obispo confirma la sanción a Sobrino
El arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, confirmó hoy que el Vaticano ha sancionado al jesuita Jon Sobrino, de la Universidad Centroamericana (UCA), por resaltar en sus escritos la humanidad de Cristo y no su divinidad.
Informó de que la Congregación de la Doctrina de la Fe ha notificado a Sobrino la prohibición de que imparta clases en cualquier centro católico 'mientras no revise sus conclusiones, es un punto fundamental de nuestra fe la divinidad de Jesucristo, que verdaderamente es hijo de Dios hecho hombre'.
Sáenz Lacalle dijo, en rueda de prensa celebrada tras la misa dominical en la Catedral Metropolitana, que en el Vaticano 'desde hace tiempo se estudian sus escritos y ya se le hicieron hace años advertencias'.
Explicó que 'lo que dice la Santa Sede es que las conclusiones de los estudios teológicos sobre Cristo que el padre Sobrino ha publicado no son concordes con la doctrina de la Iglesia y no podrá enseñar teología en ningún centro católico mientras no revisa sus conclusiones'.
El arzobispo manifestó: 'yo le pido al señor por el padre Jon Sobrino para que sea dócil a las enseñanzas de la Iglesia y que revise sus conclusiones'.
Al insistir un periodista a Sáenz Lacalle si Sobrino ha puesto en tela de juicio la divinidad de Jesucristo, respondió: 'si, esas son sus conclusiones teológicas, es consciente de su humanidad, pero no de su divinidad, entonces no es católica'.
EL CASO JON SOBRINO:
OTRO ABUSO ECLESIÁSTICO DE PODER
F. Javier Vitoria Cormenzana
Teólogo
Desde hace un par de meses, el círculo más intimo de
familiares, amigos y compañeros de Jon Sobrino
esperábamos la noticia. El viernes pasado la anunció un
medio de comunicación español. El domingo Mons. Fernando
Sáenz Lacalle, arzobispo de San Salvador y miembro del
Opus Dei, la confirmó, prediciendo además que Jon
Sobrino había sido sancionado con la prohibición de dar
clases en cualquier centro católico mientras no revise
las conclusiones de su Cristología.
La temida sanción, si se confirma, es una novedad que
casi nadie conocía el viernes por la tarde. Ni siquiera
el propio jesuita bilbaino/salvadoreño. Por lo visto la
orden vaticana de embargo hasta el 14 de marzo que
recaía sobre el documento de la Congregación de la
Doctrina de la Fe, e imagino que sobre el dato de la
sanción, no obliga al arzobispo navarro, Sáenz Lacalle.
Rotas la reglas de juego por tan alta jerarquía
eclesiástica, me siento liberado de mi compromiso de
guardar silencio en este asunto y legitimado para
comparecer ante la opinión pública con objeto de ofrecer
mi opinión, basada en informaciones fidedignas.
Escribo como conocedor del tema. Hace más de veinte años
tuve la oportunidad de realizar un estudio sobre la
primera Cristología de Sobrino que acredité académica-mente
y más tarde publiqué en una editorial vasca. Llevo
alrededor de veinte años impartiendo la asignatura de
Cristología en la Facultad de Teología de la Universidad
de Deusto. Y en la actualidad estoy dirigiendo un curso
de licenciatura sobre los dos volúmenes, Jesucristo
Liberador y La fe en Jesucristo, objeto del
examen de la Congregación de la Fe.
Desde la condición de un modesto profesor de teología
quiero afirmar que me parece muy improbable que se
puedan encontrar atisbos de herejía en el pensamiento de
Sobrino. Y me consta además que teólogos de primera fila
como B. Sesboué, M. Maier, M. Gesteira., C. Palacio, por
citar solamente cuatro teólogos libres de toda sospecha,
no han encontrado ningún error doctrinal
en su obra.
Aún añadiré algo más. Su segunda Cristología, la que
examina la Congregación, es en su conjunto mucho más
matizada y católica que la primera. Sobrino se ha
desembarazado de la “influencia protestante” en el
tratamiento de algún tema central como la cruz de Jesús
y responde de manera sistemática, y no esquemática, a
cuestiones centrales de la cristología como son la
resurrección y la dogmática cristológica.
El documento de la Sagrada Congregación de la Fe, si no
se ha corregido para su publicación definitiva, es fruto
de un método indagatorio que privilegia exagerada y
deliberadamente la sospecha. Hasta el punto de que la
presunción de inocencia no tiene ninguna cabida en él.
Siguiendo su sistema, seguramente podríamos encontrar
herejías en las mismas encíclicas papales.
Solamente haré una cata en un texto del magisterio, que
aparece citado por el documento de la Congregación a
propósito de la autoconciencia de Jesucristo, que es uno
de los temas en litigio. En la encíclica Mystici
Corporis, el papa Pío XII escribió los siguiente:
“Aquel amorosísimo conoci-miento
que desde el primer momento de su encarnación tuvo de
nosotros el Redentor divino, está por encima de
todo el alcance escrutador de la mente humana; toda vez
que, en virtud de aquella visión beatífica de que gozó
apenas acogido en el seno de la madre divina, tiene
siempre y continuamente presentes a todos los miembros
del Cuerpo místico”.
Sometido este texto papal a la mirada llena de
prejuicios de la Congregación, tendría serias
dificultades para salvarse de la acusación de ser, para
decirlo con términos teológicas técnicos, o doceta o
monofisita. Es decir, explicado en términos más
inteligibles, la condición embrionaria del Redentor en
el momento de ser concebido sería una mera apariencia y
no algo real y sustancial o la condición verdadera de la
naturaleza humana de Jesús se niega, ya que su
naturaleza divina la absorbe hasta el punto de afirmar
la consciencia humana de un embrión.
Obviamente a nadie en su sano juicio se le ocurriría
acusar de herejía a Pío XII o al padre Tromp (autor
material de la encíclica). Ambos no firmarían hoy ese
texto. Entonces, el año 1943, fueron deudores de los
planteamientos doctrinales cristológicos hegemónicos que
algunos de los cuales, en opinión del gran teólogo K.
Rahner, podían ser tachados claramente de criptoherejías.
Todo este disparate eclesiástico, que tanto sufrimiento
produce y tanto escándalo provoca a la gente sencilla
dentro y fuera de la Iglesia, no es más que el desenlace
de una estrategia vaticana que dura más de treinta años:
se buscaba condenar y silenciar a Sobrino.
Desde el año 1976 el teólogo jesuita ha respondido con
honradez, fidelidad y humildad a repetidas advertencias
y acusaciones doctrinales provenientes del Vaticano.
Algunas de sus repuestas las hizo públicas en su libro
Jesús en América Latina (1982).
Pero hay que añadir que desde sus primeros escritos se
creó a priori un ambiente en el Vaticano, en
varias curias diocesanas y entre varios obispos en
contra de su teología, y en general contra la teología
de la liberación. El cardenal Alfonso López Trujillo ha
sido el impulsor principal de esta historia de caza y
captura. Seguramente ahora también, como el arzobispo
Lacalle, orará al Señor para que el padre Sobrino sea
dócil a las enseñanzas de la Iglesia. En realidad sus
prejuicios le ciegan para poder ver que su modo de
proceder no tiene el aire de Jesús, pues así no se trata
a los hermanos.
Lamentablemente Jon Sobrino viene a engrosar una larga
lista de perseguidos en la Iglesia por la curia
vaticana. H. de Lubac e Y. Congar son algunos de los
nombres que están en la mente de todos. A ambos se les
prohibió enseñar en centros católicos y se les obligó a
guardar silencio. La impresionante carta que Congar
escribió a su madre en aquellas circunstancias y que
recogen sus memorias debiera haber sido suficientemente
elocuente como para que la curia no cometiera más
atropellos.
El caso que nos ocupa me parece especialmente cruel.
Jon Sobrino es (de hecho y porque tuvo la suerte de
estar fuera de El Salvador cuando le hubiese tocado
morir en la hora en que fueron asesinados I. Ellacuría y
compañeros), testigo de miles de víctimas de la
violencia establecida en América Latina, muchas de ellas
merecedoras del título de mártires porque murieron por
el odio
que su fe suscitaba y que su caridad heroica ponía en
evidencia.
Su condena afecta a sus compañeros mártires. Su voz es
la de ellos. Silenciándole vuelven a acallar a las
víctimas de la barbarie asesina. Pero los curiales son ciegos justamente porque creen que
ven. Cuando dentro de cien años se quiera acreditar el
comportamiento de la Iglesia católica de finales del
siglo XX y principios del XXI, estoy seguro de que los
apologetas eclesiásticos recurrirán a Jon Sobrino y
silenciarán vergonzantemente los nombres de López
Trujillo, Sáenz Lacalle y Levada, cardenal prefecto de
la Congregación.
La teología de Jon Sobrino puede gustar o no, ser más o
menos significativa para la fe de los creyentes
cristianos y la vida de los increyentes, pero en ningún
caso es irrelevante desde el punto de vista del anuncio
de la fe cristiana en nuestro mundo bárbaro y cruel.
Su lectura a nadie deja indiferente Aquí es donde radica
el gran problema de su teología. Su reflexión nos
plantea cuestionamientos radicales a quienes vivimos
adormecidos en las sociedades ricas y resignados en esta
Iglesia gobernada por funcionarios incapaces de percibir
las señales del Dios de los pobres.
Sus textos sobre Jesucristo nos pueden parecer
peligrosos, justamente porque ponen en entredicho
nuestros privilegios y nuestra indiferencia. Pero
precisamente en ese peligro se encierra la oferta salvífica
de Dios y de Jesús de Nazaret, su Hijo, el de la misma
naturaleza que el Padre, que se expresa en este axioma:
“fuera de los pobres no hay salvación”.
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