DECLARACION DE
LA PARROQUIA DE S. CARLOS BORROMEO
Este es el documento que la parroquia de San Carlos
Borromeo entregó el pasado lunes, día 9 de julio, al
Obispo Auxiliar de Madrid, don Fidel Herráez.
Ante la situación de desconcierto creada en estos meses y
como seguimos sin entender la necesidad de cerrar
nuestra parroquia, ofrecemos a la Iglesia y a
cuantos nos habéis apoyado durante este tiempo, una
visión de lo que hemos experimentado y estamos
viviendo y el camino que vamos a seguir recorriendo,
en comunión y diálogo con la Iglesia, cuya riqueza
nace de la unidad en la diversidad, ya que el
mensaje del Evangelio es una oferta para todos los
seres humanos sin distinción de razas, credos,
culturas o sexo.
A comienzos de los años ochenta comenzaron a llegar
chavales a algunas parroquias de nuestros barrios,
solicitando ayuda por sus problemas de drogadicción,
fundamentalmente, aunque traían otras cargas detrás,
muchos estaban en la calle y cometían delitos más o
menos importantes. Surgieron miedos en algunas
feligresías y curas, por lo que se suscitó un debate
sobre si se podía atender o no en la parroquia a
jóvenes con ese tipo de problemas.
En estas circunstancias se inició la experiencia en San
Carlos Borromeo en 1981 con el apoyo del Obispo
Alberto Iniesta, siendo el Cardenal de Madrid
Enrique Tarancón, dedicándose la parroquia
preferentemente a la marginación, dejando en 1986 de
ser territorial, por iniciativa del Obispo García
Gasco, estando en Madrid el Cardenal Angel Suquia.
Los chicos y las madres
Desde el principio acudían a la parroquia muchos jóvenes y
sus familias a pedir ayuda para salir de su
situación. Las madres no comprendían qué estaba
ocurriendo con sus hijos, hablaban de las malas
compañías y se sentían estigmatizadas por parientes
y vecinos. Tampoco sabían responder al problema de
sus hijos.
Comenzamos a tener reuniones con ellas y algún padre.
Pronto empezaron a vivir la muerte de sus vástagos,
las entradas violentas de la policía en sus casas,
las torturas de sus chicos en comisarías y cárceles,
incluida alguna muerte en estos centros.
La parroquia se convertía en un lugar de dolor del que
participaban los feligreses que acudían a las
distintas actividades parroquiales. En pocos años
decidieron que su vida no tenía sentido sin la lucha
por sus hijos y comenzaron a acudir en grupos a
comisarías, juzgados, cárceles, denunciando todo lo
que estaban conociendo, entre otras cosas, las
estafas por parte de ciertos abogados y oficiales
judiciales, las amenazas y la corrupción y
connivencia policial en el tema del narcotráfico.
Además de ello atendían a los hijos de otras madres
y animaban a éstas.
Los chavales han acudido de todas partes con sus carencias
afectivas, al principio eran los hijos de las
familias más pobres y más desatendidas social y
humanamente. La mayoría ha sufrido el abandono y el
fracaso escolar, la calle ha sido su espacio vital,
han pasado por centros o cárceles de menores,
conocen los malos tratos y las torturas, su
estigmatización como malos y sin solución, con sus
miedos e inseguridad. Nuestras casas se han abierto
a ellos, hemos buscado trabajo y generado
autoempleo.
Eran tabla rasa en cuanto a lo ético y religioso porque no
conocían el afecto. A través de la acogida, el apoyo
incondicional y su defensa en tantas cosas, nació el
cariño y con él su seguridad, su capacidad de
autoestima y, finalmente, el sentido ético, el deseo
de no hacer daño y de responder a lo que se hacía
con ellos.
Recorrido de la fe
Lógicamente fueron los funerales de tantos chavales los que
hacían acudir a “los colegas” y amigos a una
celebración en torno a la mesa de Jesús y a su buena
noticia. Su primer contacto era descubrirla como la
mesa de los excluidos, de los rechazados, de los
pobres. Jesús les invitaba, nos invitaba a descubrir
la buena noticia, el reino del amor y de la
justicia.
¿Yo puedo comulgar?, preguntaba uno. El cura dice que Jesús nos invita,
le contestaba otro.
El tema central era la resurrección: Ningún poder puede
destruirnos si vivimos la buena noticia de Jesús, el
amor y la solidaridad o comunión. Se proclamaba,
y adaptábamos el lenguaje y la liturgia a su
capacidad de comprensión. Un día preguntaba un
chaval a uno de los curas sobre la resurrección. El
cura intentaba explicarle y el chaval respondió:
No lo entiendo, pero cuando te mueras, me cojo de tu
mano y, a donde vayas, voy. Poco después
recordábamos, en una eucaristía, la petición
de Dimas a
Jesús en la cruz: Acuérdate de mí cuando estés en tu
reino.
Juntos hemos ido descubriendo la fe como el motor de
nuestras vidas. Los chicos y chicas y las madres han
comprendido pronto los gestos liberadores de Jesús
de curación y de expulsión de demonios: tu fe te
ha curado.
Entendemos que nuestra fe consigue hacernos salir de
situaciones de impotencia y nos hace superar miedos:
¿por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?
Inicialmente hemos intentado bucear en el Jesús histórico
para descubrir en quién creemos. Se han ido
identificando, así, con el Jesús que da la buena
noticia a los pobres y, poco a poco, han recuperado
la capacidad de autoestima y la ayuda a los otros.
Incluso han llegado a intuir la resurrección no de una
manera conceptual, sino como el grito de que ningún
poder puede destruir nuestra vida humana y
espiritual. La vida personal y la fe se han ido
integrando de una manera progresiva, en un recorrido
paulatino.
Los otros
Desde los comienzos ha acudido gente de todas partes,
además de la propia del barrio, profesionales de
distintas áreas en un intento de colaboración,
abogados, jueces, fiscales, empresarios, estudiantes
de educación y trabajo social, psicólogos, médicos,
etc. La expresión ha sido habitual: venimos a
ayudar y son los chicos y las madres los que están
dando sentido a nuestras vidas.
De ahí que algunos se hayan quedado a vivir entre nosotros
o se lleven a chavales a vivir a sus casas, hasta un
magistrado que, en lugar de juzgar a un chico, se lo
llevó con su familia.
También vinieron en su momento los insumisos y sus madres,
que se organizaron como las de los chavales de la
calle, más adelante los “okupas”, que hasta nos
pidieron que sus padres pudieran venir a la
eucaristía.
Los gitanos venían más individualmente, pero acogimos a
cuarenta y dos miembros de cuatro familias que
habían echado a la calle y estuvieron dos meses y
medio alojados en la parroquia a finales de 1998
hasta que, por la lucha de todos, conseguimos que
les dieran casa en un poblado gitano. Desde ese
momento muchos de ellos se han incorporado a la
convivencia parroquial.
A comienzos de 2001 acudieron setenta emigrantes que
estuvieron cerca de siete meses en la parroquia,
durmiendo en colchones en el suelo. Reivindicaban
sus papeles, pero no tenían sitio donde ir. En ese
tiempo buscamos viviendas y trabajo, quedando muchos
en nuestras casas, sobre todo los marroquíes.
Comparten nuestras celebraciones, rezan con nosotros
y, cuando hay muchos, los musulmanes leen el Corán,
que traducimos, uniéndonos también a su oración,
sintiéndonos hijos del mismo Padre.
En consecuencia nos reunimos, desde hace años, gente de
toda condición social, desde las clases más altas a
las más bajas, frecuentamos las casas unos de otros,
el compartir se ha hecho una realidad y de ahí ha
surgido también la fiesta común en la parroquia que
hace superar tanto sufrimiento.
La celebración de la Fe
Es la consecuencia de lo que vamos viviendo juntos, de la
conjunción entre nuestra vida, nuestra lucha y
nuestra fe, compartiendo casa, trabajo, comida,
situaciones difíciles y la multiplicación de lo que
recibimos gratis. Celebramos las Cenas del Señor de
la manera más sencilla que sabemos para que la
liturgia sea inteligible para todos, recordando la
frase de San Agustín: fortiter in re, suaviter in
modo. Aplicada a la liturgia, para que el
contenido penetre, sé muy sencillo en la forma.
Con la fe y la resurrección celebramos el perdón y esto
también es paulatino. El perdón entre chavales,
algunos muy violentos, nuestro perdón a ellos, que
nos han hecho muchas faenas, el perdón de ellos a
nosotros por nuestras recriminaciones y tantas
faltas de paciencia y comprensión. El perdón a
policías, enemigos naturales, sobre todo a los que
han torturado y matado a algún chaval, el perdón a
funcionarios de prisiones o a determinados jueces,
ha resultado muy difícil.
Pero hoy entienden y entendemos, gracias a la cercanía de
muchos de ellos, la diferencia que existe entre el
estamento al que se pertenece y la persona. Hemos
comprendido que acogernos y ayudarnos es lo que nos
posibilita cambiar de conducta a unos y a otros.
Conclusiones
El recorrido de nuestra parroquia ha consolidado una
asamblea, una comunidad, encarnada en el mundo de la
exclusión como lugar social, no geográfico.
Cualquier recorrido que deba hacer esta parroquia en
el futuro tiene necesariamente que respetar la
esencia de esta comunidad parroquial, de relaciones
humanas fraternas, solidarias y justas.
a. Somos parroquia que vive y celebra la fe. Hemos
encontrado en la comunidad parroquial la oportunidad
de vivir nuestra vinculación como creyentes abiertos
a la situación presente y acogidos por la realidad
de la marginación.
b. Descubrimos cómo el lugar social de la exclusión
es el espacio vital de los preferidos de Jesús. El
mundo de la exclusión social, que nos llama y
convoca, acoge nuestro compromiso vital para darnos
la oportunidad de hacer realidad lo anunciado por
Jesús en el Juicio Final: Porque tuve hambre y me
disteis de comer, sediento y me disteis de beber…
(Mateo 25, 31-46).
c. Descubrir la fe de la mano de los pobres nos ha
hecho entender que el anuncio de la Buena Nueva es
una Palabra ofrecida a todas las personas, desde el
lugar de los últimos, que se ha de encarnar en “anunciar
la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto
van a ver, poner en libertad a los oprimidos y
anunciar la amnistía de parte de Dios” (Lucas 4,
16-21)
d. Es tarea primordial, desde la comunión eclesial,
cuidar de los miembros más débiles, por lo que es
importante recordarnos que Jesús supeditó la ley al
ser humano y a la fe.
e. El lugar social de aquéllos que viven en la
pobreza: toxicómanos, inmigrantes, presos,
enfermos de Sida, prostitutas, familias sin
recursos, mujeres maltratadas, homosexuales,
menores, familias separadas… nos ha llevado a
celebrar la fe desde expresiones inteligibles y
significantes, que nos ayuden a reconocernos en la
comunión de quienes se sienten discípulos del Dios
de Jesús.
f. Vivir la fe en la Iglesia, desde esa pasión
esperanzada que nos provoca el evangelio de Jesús,
nos ha vinculado a personas de todo tipo y
condición. Compartir la mesa de Jesús ha sido
sentarnos, en torno ella, creyentes y no creyentes;
ateos y escépticos; ricos y pobres… todos aquéllos
con quienes, aún no compartiendo inicialmente la fe
en el Dios de Jesús, sí compartimos la fe en el ser
humano desnudo, vivida al estilo de Jesús (Marcos 7,
24-30).
g. Es necesario no sustraer al mundo de los
pobres una parroquia que, ya de hecho, viven como
referente y casa donde morar. Los excluidos tienen
derecho a tener su parroquia. Mantener la comunidad
parroquial, que es referente imprescindible para
muchos de sus miembros en la vida diaria y de fe, no
puede en modo alguno ser sustituida.
Entrevías,
Julio de 2007
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