FUNERALES
FUNERAL por JOSE MARÍA MARDONES
Presidido el 29 de junio de 2006 por José Gómez Caffarena
Despedida de los compañeros del CSIC
CANTO
Hacia Ti, morada santa, hacia Ti, tierra del Salvador,
peregrinos, caminantes, vamos hacia Ti.
Venimos a tu mesa, sellaremos tu pacto,
comeremos tu carne, tu sangre nos limpiará.
Reinaremos contigo en tu morada santa,
beberemos tu sangre, tu fe nos guiará.
BIENVENIDOS a esta celebración, promovida por los amigos y colegas de CSIC, en memoria de José María Mardones.
Queridos amigos: Con el alma magullada, pero con fe, con la fe de José María, vosotros y yo nos reunimos, de nuevo, en este templo, para brindar un canto a la Vida, a la vida del que fue el amigo entrañable que era José María.
En silencio, le recordamos con cariño ante el Dios de la Vida.
Señor Jesús, Tú que eres fuente de vida y esperanza. Señor, ten piedad.
Cristo Jesús, el primer resucitado de entre los muertos. Cristo, ten piedad.
Señor Jesús, que nos prometes una vida sin término en el regazo del Padre. Señor, ten piedad.
El Señor de la misericordia, que ha acogido a José María, nos da también a nosotros su amor generoso. Por Jesucristo nuestro Señor.
OREMOS: Padre bueno, vuelve tu mirada sobre tu hijo JOSÉ MARÍA, que ha cerrado sus ojos a las realidades de esta vida y abierto a las que son misteriosas y desconocidas para nosotros. En fe te decimos que cuides de él con especial amor de Padre y que nosotros nos sintamos confortados con la seguridad de que Tú le has acogido como a hijo muy querido. Por Jesucristo nuestro Señor.
PABLO a Corintios, 1 15, 35-44
Alguno preguntará: ¿Y cómo resucitan los muertos?, ¿qué clase de cuerpo traerán?
Necio, lo que tú siembras no cobra vida si antes no muere. Y, además, ¿qué siembras? No siembras lo mismo que va a brotar después, siembras un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de alguna otra semilla. Es Dios quien le da la forma que a él le pareció, a cada semilla la suya propia.
Todas las carnes no son lo mismo; una cosa es la carne del hombre, otra la del ganado, otra la carne de las aves y otra la de los peces. Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres, y una cosa es el resplandor de los celestes y otra el de los terrestres.
Hay diferencia entre el resplandor del sol, el de la luna y el de las estrellas; y tampoco las estrellas brillan todas lo mismo.
Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual.
SALMO
Felices las personas que han abierto una puerta
a la esperanza y a la fe en el Dios del amor.
Dichosos los amigos que han compartido con sencillez
su vida y sus afanes y han habitado en casas de puertas abiertas.
Bienaventurados los que abrieron sendas de una vida nueva
derramando en el alma de muchos las semillas de la ilusión y la alegría.
Felices esas personas porque son signos de esperanza.
Pueblos, batid palmas y bendecid al Señor, nuestro Dios.
Amigo José María, alaba al Señor,
pregona sus maravillas de generación en generación.
Entona un cantar nuevo porque tu Nombre
ya ha sido escrito en el Libro de la Vida.
MARCOS 16, 1-8
Transcurrido el día de precepto, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarlo.
El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro ya salido el sol. Se decían unas a otras:
-¿Quién nos correrá la losa de la entrada del sepulcro?
Al levantar la vista observaron que la losa estaba corrida (y era muy grande). Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, envuelto en una vestidura blanca, y se quedaron completamente desconcertadas. Él les dijo:
-No os desconcertéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. Y ahora, marchaos, decid a sus discípulos y, en particular, a Pedro: «Va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os había dicho».
Salieron huyendo del sepulcro, del temblor y el espanto que les entró, y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.
HOMILÍA de Pedro Olalde
Querido José María, presente en espíritu en medio de nosotros: ya han transcurrido seis días desde el atardecer del pasado viernes, el momento de tu adiós definitivo.
Lo que hemos vivido desde entonces, sólo lo sabe cada uno. Muchos nos encontramos con el alma rota, pero confortados con la fe que compartíamos contigo.
Estos días han sido muchos los que se han interesado y venido a acompañarte. Más de uno ha expresado su desconcierto ante tu súbita desaparición.
Las dos celebraciones del sábado y domingo fueron hondas, sentidas, concurridas. Más de uno tuvo que esforzarse por contener su emoción y sus lágrimas. Yo mismo me sentí conmovido al comentar la Palabra. Al lunes siguiente, al revivir los hechos y palpar tu ausencia lloré, yo que nunca lo hago.
Alguien me comentó: ¡Qué días tan tristes! – No, le repliqué: ¡Qué horas tan densas, tan misteriosas!
Tengo la conciencia de que tu partida señala en mi vida dos etapas: Con José María y sin José María.
Querido José María: En este atardecer de jueves, estamos en esta iglesia del Espíritu Santo, recordándote, queriéndote, sintiéndonos muy unidos a ti, más con el corazón que con la mente.
Muchos de tus amigos del Instituto, después de haber tomado parte en las dos celebraciones del sábado y domingo, hoy han vuelto a estar junto a ti, para celebrar tu vida.
Algunos, que no se enteraron o no pudieron, esta tarde están aquí, porque te quieren y reviven con admiración y gratitud al amigo bueno y cercano y al maestro sabio y profundo que eras.
Un día, recuerdo que te conté el diálogo filosófico teológico de los DOS GEMELOS. En este momento te lo dedico, en presencia de tus amigos:
“Dos gemelos fueron concebidos en un seno. Pasaron las semanas, y los gemelos fueron creciendo. A medida que iban tomando conciencia, su alegría rebosaba. “Dime, ¿no es increíble que vivamos? ¿No es maravilloso estar aquí?”.
Los gemelos comenzaron a descubrir su mundo. Cuando encontraron el cordón que les unía a su madre, y a través del cual les llegaba el alimento, exclamaron llenos de gozo: “¡Tanto nos ama nuestra madre que comparte su vida con nosotros!”.
Pasaron las semanas y los meses. De repente, se dieron cuenta de cuánto habían cambiado. “¿Qué significará esto?”, preguntó uno. – “Esto significa (respondió el otro) que pronto no cabremos aquí dentro”…”No podemos quedarnos aquí dentro. Vamos a nacer”. Pero el primero objetó: “No quiero verme fuera de aquí en ningún caso. Quiero quedarme aquí para siempre”.
Su hermano le dijo: “Reflexiona: no tenemos otra salida. Acaso haya otra vida después del nacimiento”… A lo que el primero respondió con energía: “¿Cómo puede ser eso? Sin el cordón de la vida no es posible vivir. Además, otros antes de nosotros han abandonado el seno materno y ninguno de ellos ha vuelto a decirnos que hay una vida tras el nacimiento. No. Al salir se acaba todo. Esto es el final”.
“Si la concepción acaba con el nacimiento, ¿qué sentido tiene esta vida aquí? No tiene ningún sentido. A lo mejor, resulta que ni existe una madre, como siempre hemos creído”. – ¡Debe existir!, protestaba el primero, de lo contrario, ya no nos queda nada”. A lo que el otro preguntó: ¿Has visto alguna vez a nuestra madre? A lo mejor, nos la hemos imaginado. Nos la hemos forjado para podernos explicar mejor nuestra vida aquí”.
Así, entre dudas y preguntas, sumidos en profunda angustia, transcurrieron los últimos días de los dos hermanos en el seno materno. Por fin, llegó el momento del nacimiento. Cuando los gemelos dejaron su mundo, abrieron los ojos y lanzaron un grito. Lo que vieron superó sus más atrevidos sueños”.
Querido José María. Un día me decías: “No me quedo satisfecho con nada, sino con Dios”.
Al hilo de esta convicción profunda, te dedico estas últimas ideas, a modo de despedida:
Quiero decir que el Universo y la Vida tienen sentido, por más que a muchos no se lo parezca o no lo encuentren, y que ni la más breve brizna de sonrisa o esfuerzo que hacemos andará perdido, porque hay como un cuenco infinito donde se recoge amorosamente todo el amor y el cuidado, todo el desvelo y la alegría, todas las lágrimas y esfuerzos de la vida del último de este mundo, y es apreciado todo ello y hecho valer amplia y misteriosamente como el tesoro que han destilado los corazones al vivir. A este cuenco lo llamamos Dios.
Tú, José María, has dejado en el mundo una obra admirable, espiritual, intelectual, social y moral. Todo lo que has sembrado está ya floreciendo y florecerá aun más. Y nosotros ya lo estamos viendo.
Cada recuerdo nuestro, cada latir de nuestra vida deseamos sea una oración, una elevación de la mente, que te acompañará siempre.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Te damos gracias, Señor Dios, por nuestro amigo José María,
que nos fue tan cercano en tantos momentos de su vida
y que de repente y de forma fulminante ha sido arrancado de este mundo,
por el que tanto luchó, en su intento de cambiarlo.
Te damos gracias por la amistad que nos regaló,
por la paz y la solidaridad que derramó a su alrededor.
Te damos gracias porque su lucha, a favor de la justicia,
por los más desfavorecidos, tuvo frutos abundantes,
convirtiéndose en un hombre de bien,
digno de ser considerado un testigo del amor de Dios.
Te rogamos que nada de su vida se pierda,
que todos los que le conocimos seamos continuadores
de sus luchas, esperanzas y anhelos.
Que sus buenas obras y su estilo de vida cristiana, nos sirvan de ejemplo.
Queremos que continúe viviendo en todos y cada uno de nosotros,
en nuestros corazones, en nuestras ganas de vivir,
en nuestras ideas y en nuestra conciencia.
Que todos los que estuvimos unidos a él cuando estaba vivo,
estemos aún más unidos ahora que ya no está entre nosotros.
Y que esta unión con él nos ayude a continuar caminando
en este mundo nuestro tan necesitado
de hombres y mujeres como José María.
Gracias, Jesús, por el privilegio que ha supuesto
para muchos de nosotros el haber compartido nuestra vida
con el amigo entrañable que fue José María.
(Oosterhuis, H - Retocada por Fernando Perezagua)
OFERTORIO:
Traemos, Señor, a tu altar este pan y este vino,
juntamente con nuestras vidas
y, de modo especial, la de nuestro amigo José María.
Que todo, de algún modo, se transforme
en ofrenda agradable a tus ojos,
en unión a la ofrenda que de su vida hizo tu Hijo Jesucristo.
Bendito seas por siempre, Señor.
ANÁFORA:
Es justo y necesario, Señor, aclamar tu nombre y bendecirte
en este día en que celebramos en fe la vida nueva de José María.
Aunque todavía vivimos en la penumbra de la fe,
vislumbramos, como María Magdalena,
que ha sido removida la losa que pesaba sobre nuestras esperanzas.
Hemos oído el anuncio gozoso del ángel:
“Tú has resucitado a tu Hijo de entre los muertos”.
Y has querido que esta nueva creación
irrumpa dentro de nuestra vieja tierra,
para que los hombres y mujeres podamos percibir
ese nuevo comienzo que has establecido en nuestra historia.
Ahora también queremos percibir
bajo el velo de los signos sacramentales,
la voz de Jesús, que nos dice: “Soy yo; no temáis;
tocad mi cuerpo; sacad pan y vino;
celebremos la fiesta de la nueva vida”.
Ante esta revelación, sentimos el pasmo y el temor,
pero también el gozo y la alegría.
Por eso, rompemos a cantar este himno de alabanza:
(Santo).
Santo eres, Dios Padre nuestro,
porque la resurrección de Jesús se apoya en Ti
y no en la invención de tus discípulos.
Ellos no la inventan;
sólo transmiten su noticia de generación en generación.
Nosotros tenemos fe en Cristo viviente ahora.
Envía tu Espíritu sobre este pan y este vino
de manera que sean para nosotros
CUERPO y SANGRE de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro.
Él mismo, la víspera de su Pasión,
mientras estaba a la mesa con sus discípulos,
tomó pan / te dio gracias / lo partió / y se lo dio, diciendo:
Tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo,
que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, tomó el cáliz lleno de vino,
te dio gracias con la plegaria de bendición
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:
Tomad y bebed todos de él porque éste es el cáliz de mi sangre,
sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada por vosotros y por todos los hombres
para el perdón de los pecados.
haced esto, en memoria mía.
Te alabamos, Padre, porque en Cristo, surgido de entre los muertos,
has desvelado el poder de su amor oculto en la cruz,
el poder de su amor a la humanidad.
Ahí nos has revelado tu propio poder y fuerza.
Envía tu Espíritu para que consume la obra iniciada por tu Hijo.
Te ofrecemos, Padre de los vivientes,
la memoria de Cristo, junto con nuestra vida humana,
la del Papa Benedicto, nuestro Obispo Antonio María,
la comunidad de los que creen en ti y de aquellos que no te conocen.
Hoy, Padre, te encomendamos la persona de José María.
Te damos gracias porque sabemos que eres fiel
y vuelves a dar la vida a los que amas.
Gracias por la resurrección de tu Hijo Jesús
y por la promesa de nuestra futura resurrección.
Por Cristo, con él y en él, a Ti, Dios Padre Omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos. amén.
(Casiano Floristán y Luis Maldonado:
“Oraciones de Acción de Gracias”, pág. 52-53)
PADRE NUESTRO
Somos hijos. Somos hermanos. Nuestra solidaridad con los hermanos más rotos tiene, al menos para los creyentes, su fundamentación más sólida en esta fraternidad que proclamamos en el Padrenuestro, la oración que tantas veces José María rezó. Unidos en espíritu a él la volvemos a recitar, dirigiéndonos a nuestro Padre Dios.
LA PAZ
Deseamos vivir construyendo la paz, la justicia y la solidaridad para hacer un mundo más igual. Queremos también que nuestro corazón se inunde de la paz del Resucitado. (Oramos en silencio).
Tú, Señor, dijiste un día a tus apóstoles: “Os dejo la paz. Os doy mi paz”.
Nos presentamos con nuestras debilidades,
confortados con la fe de la Comunidad cristiana.
Esta fe nos impulsa a desear, vivir y difundir la paz.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
ANTES DE COMULGAR
Este es el Cuerpo de Jesús Resucitado, prenda de nuestra futura resurrección. Dichosos los invitados a la mesa del Señor.
ORACIÓN FINAL
Los que hemos comido el pan de tu Cuerpo, Señor, nos sintamos alimentados con la fuerza de tu Espíritu y vivamos siempre sembrando paz y alegría en nuestro derredor. Por Jesucristo nuestro Señor.