ADVIENTO  Y NAVIDAD   

                             
                              

 

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NAVIDAD Y REALIDAD
 

 


Envueltos en la hojarasca de estas fiestas, cargadas -a pesar de la crisis- de brillantes fulgores institucionales y comerciales, nos cuesta ser conscientes de la cuestión de fondo que subyace a la celebración navideña y al verdadero sentido de la "fiesta", religiosa o profana, como lugar de encuentro de la humanidad. Una fiesta para vivir la solidaridad, la alegría y las ganas de vivir juntos en un mundo digno de compartir.


Aunque nos hallamos en un espacio cultural donde el Cristianismo mantiene una influencia predominante, sabemos que todos los pueblos han celebrado el solsticio de invierno con un sentido festivo y aglutinante en las diferentes etapas históricas de la humanidad. Por eso, la perspectiva ética de estas fiestas no se ciñe al fenómeno religioso, sin negar que este encierra una potencia indudable y, según creo, muy atractiva para todos los seres humanos de buena voluntad.

 

Es evidente que todos tenemos una voluntad clara en estos días de disfrutar de valores más profundos que la pura diversión festiva (y no necesariamente negativa), como ingrediente añadido a la enjundia de la fiesta. El amor a la familia, el espíritu de fraternidad y de conciliación, los buenos deseos hacia amigos, compañeros o vecinos son elementos saludables de convivencia que las fiestas incitan de forma positiva, y que una sociedad tan competitiva y asfixiante nunca debe despreciar. Con solo eso ya la Navidad cumple un rol paliativo interesante y útil sociológicamente.
 

No obstante, la orientación egocéntrica que el sistema económico reinante  nos ofrece, tiene en cualquier caso más fuerza de atracción que la vivencia ética o religiosa que nos inspira. Y ahí está el cariz frívolo y deshumanizante de la realidad de estas celebraciones. El calado hondo igualitario que comporta el sentido último de las fiestas navideñas incide muy poco en su expresión individual y popular. No es fácil que sea de otro modo pues es el sistema capitalista quien determina nuestras conductas personales y sociales.


Porque tampoco basta con realizar gestos ocasionales de caridad o de asistencia propiciados por el ambiente buenista que circunda estos momentos de eclosión humanista.


La Navidad encierra, en todo caso, un compromiso de generosidad totalizante, basado en un concepto de justicia y de igualdad: no hay Navidad sin autenticidad y sin desprendimiento del yo exclusivo y separador de los otros.


La Navidad en este tiempo de crisis, pero siempre, debiera ser un redoble de conciencia radical, es muy sencillo apuntarse a la emotividad de las fechas y no digamos al placer de las celebraciones, en cambio, qué difícil nos resulta hacer frente al abismo de la desigualdad, de la pobreza y del desamparo humano y social de tantos conciudadanos nuestros y de tantas  poblaciones del planeta tierra.


La respuesta no puede ser gestual o inmediata en las noches de paz y hermandad. Es un compromiso objetivo y subjetivo de cambio de óptica y de praxis cotidianas. Sin ellas, hemos de saber que nuestra navidad es inconsecuente, ficticia y superflua.


Gozaremos de la bonanza de estas conmemoraciones gratificantes, lo pasaremos bien en nuestras fiestas lúdicas o pantagruélicas, pero nuestra opción vital de la Navidad será insignificante y vacía de efectividad transformadora.

La Navidad surgió para "cambiar el mundo de base". Valga la síntesis liberadora de Cristo y de Marx a la vez. Pero por encima de creencias o ideologías acuñadas, la Navidad es la propuesta de ser una comunidad humana de iguales donde no haya que hacer por caridad lo que corresponde por justicia.


¡Felices y solidarias fiestas para toda la gente de bien!



Ricardo Gayol