Oraciones
para la
eucaristía
libertadores
ANÁFORA
Queremos ser conscientes de la trascendencia de
esta oración
que en nombre de nuestra comunidad te estamos
dirigiendo,
a Ti,
Dios Padre, Dios único, que creas y mantienes de
continuo el universo.
Te agradecemos sinceramente todo lo que has
hecho por nosotros.
No quisiéramos reincidir en esas viejas y
equivocadas imágenes de Ti,
que te hacen lejano, controlador, justiciero,
que favoreces a tus elegidos,
pero además también culpable de todos los males
que sufrimos.
Confesamos que eres un Dios bueno, que nos amas
a todos por igual,
y creemos que nos necesitas para erradicar los
males de este mundo.
No debemos pedirte milagros, no eres Dios de
rogativas,
somos nosotros quienes hemos de solucionar los
problemas de la gente.
Bendito sea tu nombre, Señor.
Gracias por la vida, gracias por vivir en todos
los seres humanos.
Nos alegra el alma entonar en tu honor este
himno de alabanza.
Santo, santo…
Gracias, una vez más, Padre, por haberte
manifestado en Jesús de Nazaret,
que pasó por este mundo haciendo el bien y
haciéndolo todo bien.
Es tu humana encarnación, por eso, conociéndole,
te conocemos a Ti,
siguiéndole, hacemos causa común para la
implantación de tu Reino.
Asumimos el fuerte compromiso de imitarle,
aunque nos lo ha puesto difícil.
A Jesús lo vemos siempre liberando de ataduras a
los que se le acercan,
ayudando a los más necesitados, interesándose
por los pobres y oprimidos,
conviviendo con todos, sin acepción de personas,
ricos y pobres,
comprendiendo y valorando el corazón de cuantos
se le acercan,
predicando la supremacía del hombre frente a la
norma y la tradición.
Jesús no se arredró ante las amenazas y siguió
adelante con su misión.
El mismo Jesús, la noche en que iban a
entregarlo, cogió un pan,
te dio gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo en memoria mía».
Después de cenar, hizo igual con la copa,
diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre;
cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía».
Este es el buen testimonio de Jesús, su vida,
muerte y resurrección.
Envíanos tu espíritu, Padre Dios, que nos mueva
a vivir como él.
Hemos llenado este mundo de calamidades, tenemos
que aceptarlo,
nuestro primer deber es abrir los ojos y no
mirar para otro lado.
Hacemos guetos de marginados, cuando no los
expulsamos del país.
Cerca y lejos, en todas partes, muchos hermanos
están pasando hambre.
No podemos contentarnos, Dios y Padre nuestro,
con rezarte cada domingo.
Tenemos que apoyar la paz y el entendimiento
donde haya
conflicto y guerra,
Tenemos que provocar la alegría y sembrar
esperanza,
solucionando los problemas reales de los que
sufren injusticias y pobreza.
Haz que se nos conmueva el alma, que nos salga
de dentro ayudarles.
Te damos gracias, Señor, porque inspiras y
motivas a mucha buena gente
que ya luchan por tu Reino en parroquias,
misiones y ONGs.
Confírmalos, Señor, para que no
se
sientan cansados
y no desfallezcan.
Unidos a la gran comunidad universal que desea y
espera un mundo mejor,
brindamos con la esperanza de hacerlo entre
todos más justo y solidario.
Por Jesús tu hijo y hermano nuestro.
AMÉN.
Rafael Calvo Beca
PRINCIPIO
Aquí estamos, Padre, tus hijos pecadores,
hartos de nuestra mediocridad y nuestros fallos:
venimos a tu mesa porque te necesitamos,
porque sabemos que siempre nos perdonas y nos acoges.
Gracias, Padre, por Jesús, tu Hijo, nuestro Señor.
OFRENDA
Jesús se dio a todos, es nuestro pan y nuestro vino;
nosotros también queremos gastar nuestra vida como él;
para mostrarlo ponemos en tu mesa
nuestro pan y nuestro vino, nuestra vida entera;
conviértela Tú en pan y vino para nuestros hermanos.
Por el mismo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
DESPEDIDA
Gracias Padre por ser como eres,
porque en esta mesa nos acoges, nos perdonas, nos alimentas.
Gracias por Jesús, que nos mostró tu rostro y tu corazón.
Te damos gracias por la Eucaristía y por Jesús, tu mejor regalo.
José Enrique Galarreta
EL PECADO DEL MUNDO
Juzgaste certeramente
las mentiras sociales
y las injusticias del mundo.
Tomaste partido,
empeñaste tu palabra y vida,
y diste un veredicto inapelable
que hirió a los más grandes,
a los ricos de siempre,
a todos los pudientes.
Y a nosotros nos hiciste caer en cuenta
de lo implicados que estamos
en esta situación colectiva de pecado:
todo un entramado social
que no respeta los derechos humanos,
que no hace hijos
ni hermanos
ni ciudadanos,
y es contrario a la voluntad del Padre.
Justificamos nuestro status
porque hemos hecho del lujo necesidad,
y de la abundancia dignidad,
aún a sabiendas
de que no es sostenible nuestro bienestar
sin expolio,
sin desigualdad,
sin defensas,
sin mentiras.
Y nosotros, cómplices
–conscientes o inconscientes–
de este pecado colectivo,
en momentos de lucidez,
nos reconocemos corresponsables.
Con nuestra connivencia y nuestra omisión,
con nuestras normas y murallas
fomentamos y perpetuamos
el pecado del mundo.
Tú, que viniste a quitar el pecado
y te sumergiste hasta el fondo
en nuestra historia,
bautízanos con agua
y, sobre todo, con tu Espíritu,
para que, contigo,
podamos hacernos cargo de la realidad,
cargar humildemente con ella,
y encargarnos de que sea
lo que Dios quiere y sueña,
y no lo que a nosotros nos interesa.
Florentino Ulibarri