NAVIDAD: TIEMPO DE ABRAZOS
En el “Libro de los abrazos” Eduardo Galeano dice que hay
abrazos que se guardan toda la vida, abrazos
inolvidables, sentidos y también de los otros, fríos,
metálicos, abrazos que no debieron ser.
Nunca olvidaremos el abrazo de una persona amiga, abrazo
fuerte y contenido, un abrazo de despedida. Abrazos de
pareja, de amistad, de despedidas, de reencuentros, de
cariño, de protocolo. Abrazo cortos, largos, apretados,
tímidos.
Un abrazo es una forma de compartir alegrías, consuelo en
el dolor. Un buen abrazo permite refugiamos en los
brazos de otro, aunque en ocasiones sintamos el vacío de
no poder completar un abrazo, de no poder terminarlo, de
dejarlo inconcluso en la memoria. Otros abrazos,
fingidos, te envuelven de engaño escondiendo cuchillos.
¿Quién no necesita en algún momento de su vida guarecerse
entre unos brazos llenos de ternura? Un proverbio dice
que necesitamos cuatro abrazos diarios para sobrevivir,
ocho para mantenernos y doce para crecer.
Y
ahora resulta que una ONG catalana “vende” unas cajas
sencillas, vacías, cuyos precintos dicen: 365 abrazos,
1.039 caricias, 1 kg de te quiero, etc. Con ello
pretende dos cosas: decir que lo importante del regalo
es el amor y que con esa “compra” se puede ayudar a
niños enfermos (lo organiza el hospital S. Juan de
Dios).
Recuerdo aquel estribillo de una canción del grupo The
Streets, que dice así: “Llegué al mundo sin nada. Me iré
del mundo sin nada. Excepto amor. Todo lo demás es
prestado.”
Volver sobre el tema de los abrazos es volver sobre el
tema del amor. Puede que alguien se lo tome en plan
blandengue. Pero los abrazos, sobre todo los abrazos que
cuestan, no tienen nada de blandengue: tienen mucho de
humano y aun de difícil.
Navidad es un tiempo propicio para los abrazos.
I. TIEMPO DE ABRAZAR
1. El abrazo de María
Abrazo de mujer alegre y apurada, de mujer ilusionada y
perpleja ante lo que ocurre, de creyente y de corazón
que confía en un Dios que le ha llevado hasta esto.
¿Cómo prepararía sus brazos para acoger a lo que venía?
¿Cómo sus brazos serían la prolongación de su corazón
cálido? Los brazos de María. Por qué no considerarlos,
contemplarlos, amarlos. Ninguno como ellos acarició a
Jesús. Ninguno con tanto amor. “Algo de Dios en ti
había”, solemos cantar en Misa…Y así era.
Los
suyos eran los brazos del mismo Dios. El calor de Dios
pasaba al cuerpo de Jesús a través de ellos. Brazos de
mujer humilde hechos para abrazar. Brazos que el mismo
José abrazaría sabiendo bien lo que abrazaba.
Nunca
Jesús olvidaría sus abrazos. Cómo los echaría en falta
en los momentos duros. Cuánto hubiera dado por sentirlos
en la hora de la prueba. Abrazos de mujer creyente y
buena, de madre que acompaña y alienta, de mujer que
comparte, de vecina que consuela y alienta.
2. Los abrazos de Jesús
Fue
generoso con los abrazos. Muchos los experimentaron.
Abrazó a niños, a mujeres, a viudas, a enfermos, a
muertos incluso. Se prodigó en abrazos. Abrazó porque en
aquel signo común se trasmitía a la persona el oculto
abrazo del Padre. Cuando la gente era abrazada por Jesús
sentía que algo de Dios pasaba a ellos. Por eso, cuando
habló del Padre que persona siempre, habló de uno que
acogió al pródigo con abrazos, besos y lágrimas.
Nunca
se avergonzó de sus abrazos. Más aún, cuando habló de la
gran fiesta del cielo la entendió como una boda donde
abundan los besos, abrazos y caricias. Y cuando habló
del abrazo que Dios da a los pobres lo hizo abrazando a
un chiquillo.
Sin
sus abrazos, su mensaje habría sido poco más que una
doctrina y sus sueños poco más que una utopía
inalcanzable. Pero sus brazos envolvieron todo ello de
honda humanidad y por eso impactaba e impacta aún su
propuesta.
3. Los abrazos de los pobres
Con
frecuencia no son abrazos agradables. Oprimen demasiado,
huelen dudosamente, son ásperos, los rehuimos. Pero
quizá sean abrazos verdaderos porque vienen del miedo,
de la necesidad, del hambre. Alguna vez incluso pueden
ser abrazos tramposos que ocultan su verdadera razón,
que les demos algo. Pero raramente vienen de la
violencia y del deseo de hacer daño sin más.
También los abrazos de los débiles son abrazos amables,
con mucho cariño, con desapego. No tienen nada que dar,
más que amor. Y a veces lo dan con una generosidad de la
que nosotros no somos capaces. Son abrazos, los de
algunos pobres, que nos devuelven a la santidad
original, a la bondad primera, a la sencillez elemental.
No los despreciemos porque no vengan acompañados de un
don económico valioso.
4. Los abrazos de los creyentes
Quizá
no sean numerosos. Nos abrazamos poco por el hecho de
creer juntos, lo mismo, por celebrar los mismos
acontecimientos de la fe. Nos abrazamos poco, por eso
nuestras celebraciones son, a veces, frías, rituales,
distantes. No hemos metido el abrazo en nuestra
experiencia de Jesús, en nuestras maneras de vivir la
fe. Quizá no lo hemos metido porque intuimos que abrazar
es como dar el corazón. y ése lo tenemos a buen recaudo,
porque no queremos que nadie sea dueño de él. Pero un
corazón con dueño, como el de Jesús, es mucho más
interesante que un corazón que nadie ha abrazado.
En
ningún plan de pastoral estará el fomento de los
abrazos. Pero habría que ver qué resultados daba la
cosa. En pocas parroquias se animará al fomento generoso
de los abrazos, las caricias, los te quiero, pero habría
que ver. No se trata de simplezas o de sentimentalismos
de tres al cuarto. Se tarta de poner a la vista nuestro
mejor valor, nuestro fondo más luminoso, nuestro
trasfondo que nos ennoblece.
5. Los abrazos de la creación
Casi
ni nos los imaginamos, porque no entendemos a la
creación como “madre que nos sustenta y gobierna”, como
decía Francisco. El abuelo de Saramago, analfabeto,
antes de morir quiso que sus hijos lo bajaran al huerto
y él, uno a uno, iba abrazando los árboles que había
plantado para despedirse de ellos. Sería analfabeto,
pero había aprendido algo fundamental: el amor está en
todas partes y en todas las cosas y lo que se ama hay
que abrazarlo.
Dejarse abrazar por la creación, por el aire, el frío,
la lluvia, el mal tiempo de diciembre, la soledad de los
campos, el silencio de los caminos, la luminosidad de
una estrella, el rostro de la luna llena, las humildes
criaturas que son los verdaderos “labradores” de nuestra
tierra, trabajan para nosotros, no es poesía barata,
sino la certeza de una evidente hermandad. Y entre
hermanos, ¿por qué no abrazarse, por qué no mirarse con
los ojos de dentro?
6. El abrazo de la sociedad, del mundo
Es el
abrazo de nuestra única familia. Es cierto que sus
abrazos son, con frecuencia, más que abrazos zarpazos
llenos de saña. Porque aún no sabemos controlar el Caín
que hay dentro de cada uno; porque aún no hemos
aprendido que ser hermano es la mejor garantía de
prosperidad, de amor y de disfrute.
Pero
también proliferan en la tierra muchas personas que no
se cansan de abrazar a los suyos, a los que no son
suyos, a los hermosos y a quienes no lo son tanto, a los
que tienen suerte y a quienes no tienen ninguna suerte.
Son los abrazos de los segundos, sobre todo, los que
desatan la ternura del corazón de Dios. Por ellos
sabemos que estamos llamados a días de disfrute y de
gozo.
II. EN NAVIDAD, ABRAZA
Abraza a Jesús:
No solamente a esa imagencita que damos a venerar después de las Misas
del tiempo de Navidad. Abrázalo en unas celebraciones
sentidas, deseadas, participadas, recogidas. No
trasladar el bullicio navideño comercial a nuestras
celebraciones. Buscar la más adecuada para tu momento de
fe.
Abraza a los pobres: Y ya lo sabes cómo: no te excedas. La austeridad tiene
sentido como dique contra la ofensa a los pobres, además
de que es de necios el insensato despilfarro. No te
canses de repetirte que el techo de la fiesta no es el
mucho y selecto comer y beber, sino en el mucho amor.
Controla ese mundo y el mundo de tus regalos: regala
tiempo, corazón, escucha, acompañamiento, atención,
servicio, generosidad.
Abraza a los creyentes: Vive lo que celebras. Hazlo con gusto. Participa. Estate
dispuesto a colaborar si te lo piden. Mira bien a quien
celebra a tu lado. Ten por una suerte el tener una
comunidad. Felicita la Navidad a los de tu parroquia
como lo haces con tus familiares queridos; deséales buen
año.
Abraza a la creación: No es Navidad tan mal tiempo para darse un pequeño paseo
por un parque o camino, en soledad, disfrutando del
silencio. Disfruta y felicita a la “madre tierra” porque
de ella ha nacido Jesús y nosotros. Ten sentimientos de
humanidad con ella. Eso nos hace más humanos. Toca las
cosas, las criaturas humildes, felicítalas.
Abraza a la sociedad, al mundo: Aunque te parezca que no lo merece, que te ha hecho muchas
jugarretas, que te ha traicionado. Reconcíliate con tu
presente para no amargarte y, si pudieras, con tu pasado
para libertarte de un gran peso. “Abraza” a tus
conciudadanos que pasa por la acera; diles “gracias” en
tu corazón, aunque no sea con palabras.
Abraza a María: Porque por ella podemos estar diciendo todo esto. Felicítale una y mil
veces por su vientre colmado de dicha, por su fe fiel y
por su entrega generosa. Felicita y abraza estas
navidades a las mujeres que te ayudan y te acompañan, no
porque sean mejores, sino porque son del género de María
y les debemos mucho.
Conclusión:
Nada
de lo dicho tendría sentido si se interpretara como un
fervorín sin raíces. Quizás las raíces tengamos que
ponerlas nosotros/as en el silencio, en la oración, en
el vibrar del fondo del corazón. Una mañana de silencio
y de oración puede ser un buen momento para ello.
Fidel Aizpurúa
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