POEMAS Y CANCIONES   

                             
                              

 

                             cristianos siglo veintiuno
ÍndicePágina Principal

 

 

 

 

                           CIMIENTO DE LAS HORAS

 

                                                      “Mirad el árbol de la cruz.”

                                                        (Liturgia del Viernes Santo)

                               I

 

El árbol que es la vida y es la muerte,

conforma el espacio de nuestras ascensiones,

que sorprende y bendice los días carenciales.

 

Mirad el origen de los frutos que elevan

y coloran los mejores paisajes.

 

Del morir y el vivir son señales las hojas,

del vivir hacia dentro y también del aliento

que culmina en el salto de subida a las luces.

 

Si el mirar nos enseña a encontrar los caminos,

esta mirada ahora nos acerca a otros límites,

a las cotas más altas, en ascensos de calma.

 

La noche se construye con maromas y besos,

es un rosal cansado de acumular belleza,

para crecer despacio, para tejer guirnaldas.

 

Por dentro van los gestos, las palabras del duelo,

y también van los ríos, plateados suspiros.

Delgada red que sube con nuestros ojos dentro.

 

De las pisadas nacen los días y los sonidos

que construyen la historia apilando miradas,

juntando los desvelos por encima del miedo.

 

                              II

 

Volvemos de un desierto, de un espacio agotado,

y son tus ramas arcos llamando a nuestros ojos.

 

Lugar de toda calma, a donde regresamos

para buscar silencios que habíamos perdido.

 

Todo es cansancio y noche, huracán desatado

que traspasa los sueños de los días mejores.

 

No nos quedan palabras, y el canto sin sonido

regresa a las gargantas para quedarse anclado.

 

Nuestra mirada esquiva se prende de tus brotes,

y todos los silencios vuelven a ser gritos.

 

La palabras gastadas regresan encendidas

y por los pies nos crecen raíces y certezas.

 

Todo viene y se va, menos este cansancio,

germinador y claro como los días pequeños

que ya configuraban todos nuestros senderos.

 

Todo se mueve y gira, como un jinete loco.

Nos queda la mirada y el surco de los dedos

marcando muescas vivas en la espalda del tiempo.

 

Con esta luz andamos, sentimos y volvemos

a torturar los campos, buscando lo que fueron

tesoros de nostalgia, el pan y la almohada.

 

Seguimos en la ruta que fue nuestro cimiento.

                                        

 

                                               EMILIO RODRÍGUEZ

                                                     (Marzo, 2006)