CIMIENTO DE LAS HORAS
“Mirad el
árbol de la cruz.”
(Liturgia del Viernes Santo)
I
El árbol que es la vida y es la muerte,
conforma el espacio de nuestras ascensiones,
que sorprende y bendice los días carenciales.
Mirad el origen de los frutos que elevan
y coloran los mejores paisajes.
Del morir y el vivir son señales las hojas,
del vivir hacia dentro y también del aliento
que culmina en el salto de subida a las luces.
Si el mirar nos enseña a encontrar los caminos,
esta mirada ahora nos acerca a otros límites,
a las cotas más altas, en ascensos de calma.
La noche se construye con maromas y besos,
es un rosal cansado de acumular belleza,
para crecer despacio, para tejer guirnaldas.
Por dentro van los gestos, las palabras del duelo,
y también van los ríos, plateados suspiros.
Delgada red que sube con nuestros ojos dentro.
De las pisadas nacen los días y los sonidos
que construyen la historia apilando miradas,
juntando los desvelos por encima del miedo.
II
Volvemos de un desierto, de un espacio agotado,
y son tus ramas arcos llamando a nuestros ojos.
Lugar de toda calma, a donde regresamos
para buscar silencios que habíamos perdido.
Todo es cansancio y noche, huracán desatado
que traspasa los sueños de los días mejores.
No nos quedan palabras, y el canto sin sonido
regresa a las gargantas para quedarse anclado.
Nuestra mirada esquiva se prende de tus brotes,
y todos los silencios vuelven a ser gritos.
La palabras gastadas regresan encendidas
y por los pies nos crecen raíces y certezas.
Todo viene y se va, menos este cansancio,
germinador y claro como los días pequeños
que ya configuraban todos nuestros senderos.
Todo se mueve y gira, como un jinete loco.
Nos queda la mirada y el surco de los dedos
marcando muescas vivas en la espalda del tiempo.
Con esta luz andamos, sentimos y volvemos
a torturar los campos, buscando lo que fueron
tesoros de nostalgia, el pan y la almohada.
Seguimos en la ruta que fue nuestro cimiento.
EMILIO
RODRÍGUEZ
(Marzo, 2006)