LA NUCA DEL MALHECHOR
ORACIÓN ANTE EL CRISTO
DE LA AGONÍA REDENTORA
“En ti he dejado mis ojos”
(Mercedes Marcos)
Señor
que fuiste de la luz, Dios mío,
qué
cúmulo de sombras en la sombra,
qué
plumaje clavado, qué horizonte
de
lobos negros por las venas rotas.
¿Qué
Trinidad es esta? ¿Un Dios desnudo
con
dos ladrones que le dan escolta?
Y
alrededor, como un fuego rabioso,
voces
de alambre, salivazos, mofas.
Un
odio turbio bajo un cielo turbio
pone
turbias las almas de las cosas.
Sólo
hay cristal en esas tres mujeres
que a
tus pies sufren, callan y perdonan.
(Viernes. Hora de tercia. Sapos. Sapos
que
arrastrarán sus panzas por la historia.
Jesús
se llama el reo. Amó. Fue limpio
como
el canto más limpio de la alondra;
vinieron a él enfermos: sucedía
nieve
a la lepra y al infierno, gloria
y al
desamor, amor y a la dureza,
un
pecho todo de misericordia.
Comió
panes y peces. Subió a barcas
viejas, estremecidas por las olas,
y
amasó corazones hasta hacerlos
corazones abiertos a la aurora).
Ya te
adormeces, ya dices palabras
que
el eco lleva de una boca a otra:
“Padre, perdónalos porque no saben
que
yo muero por ellos: este ahora
será
también mañana, será siempre
sin
acabarme de morir: esponja
que
empapa sangre, sangre, sangre mía
y
vuestra, hasta que el cáliz se nos rompa”.
Dios
mío, el siglo veintiuno. Yo.
Millones y millones de personas.
Ellos y yo. Mis venas y sus venas
en
tus venas caudales desembocan.
Pero
Tú sólo el justo, el inocente,
en
lo más alto de la cruz: paloma
que
no queremos ver porque nos quema
ojos
de hielo, corazón de roca
y
lengua de metal que, invicta, aclama
aquello que se vende y que se compra.
Señor, que te miremos. Que esta tarde
vuelva la tarde aquella tan remota
y
deshagamos lo que hicimos: éste
saque este clavo, aquel limpie esa boca,
aquel, aquella, aquellos lleguen, quiten
-aullido, abismo, aullido- la corona.
Aquí
venimos a morir contigo.
Ellos y yo. Nosotros. Todos. Ahora.
PERDONA A TU PUEBLO, SEÑOR
“Este texto es un páramo;
pero la evocación del siglo XX,
¿merecería una sola metáfora?”
(Nota del autor)
Señor, perdona al siglo XXI
por
ser hijo del XX:
deicidios, genocidios, parricidios,
infanticidios, más infanticidios.
He
aquí la cruz: el uso
tan
abusivo que hemos hecho de ella
en
estos fieros últimos cien años
(nadie, jamás, en ningún cosmos, nadie,
nadie
crucificó tanto a sus dioses)
le ha
deslucido el maderamen, plasta
de
cuajarones superpuestos,
le ha
desgastado zonas (aquella, especialmente,
donde
reposa el malhechor la nuca)
y la
ha hecho sucumbir
al
diabólico impulso:
de
los treinta y seis mil que diera el siglo
ni un
solo día no fue viernes santo.
En
vista de ello, el Eje Tecnológico,
reunido al desayuno, aconsejaba
(pese a cuantiosas pérdidas
que
abajo se consignan)
paliar el deterioro abiertamente:
sería
deshonra para nuestro tiempo
(bravo doblegador de la barbarie)
seguir mostrando ante las multitudes
el
deplorable estado de la máquina.
Es
preferible, en consecuencia,
resignarse a parar algunas horas
y que
el ingenio ronde por talleres
el
lapso indispensable
para
aceitar, lacar, pasar cepillo:
total, según sesudas
estimaciones recibidas,
se
perderán cien mil crucifixiones
que
serán compensadas
matando con el odio a toda vela
los
tres próximos meses.
Señor, perdona al siglo XXI
porque ya se le ven los derroteros:
está
poniendo a punto el mecanismo
para
aumentar (si no fuera imposible)
la
plantación de cruces:
deicidios, parricidios, genocidios,
infanticidios, más infanticidios.
Justamente por eso,
Señor
Jesús de Nazaret, mañana
no
será viernes (ya estará informado)
y
debe deponer
(ha
oído bien: de-po-ner),
sin
alterar el orden,
su
milenaria exhibición de mártir,
hasta
un próximo anuncio.
Se le
prohíbe, mientras tanto, amar
y sus
colaterales ejercicios:
curar
hemorroísas y leprosos,
resucitar a muertos,
clonar (es importante) comestibles
sean
del tipo que sean
(por
ejemplo, los panes y los peces),
echarle vino al agua,
acercarse a los niños
(su
ilegal transparencia contamina),
improvisar discursos
(con
excepción de los macroeconómicos),
expulsar mercaderes del corazón del hombre
o
intimar con los lirios y los pájaros.
Aténgase al perfil que se le ordena:
mantener en buen uso cada cánula
que
se le va a implantar y, sobre todo,
nunca
saltarse el régimen:
nada
de grasas ni oraciones, ya
tendrá buen tiempo, amigo,
de
encomendar espíritus al Padre.
Lo
dicho: desaloje
y
espere en situación de disponible.
Que
pasado mañana
empezará otra vez el martilleo.
TRES LECCIONES DE LA MUERTE PARA LA VIDA
¿Ver a mi Dios morirse y no morirme yo?
o el
amor ya no mata o esto mío no es amor.
I
En un cofre recamado
quiero guardar este aliento
y, como un gran avariento,
quedar con él encerrado.
Dios no se nos ha acabado,
pero se ha hecho Dios inerte
y, entre fríos, nos advierte,
serena ya su agonía,
que hay alguien que todavía
ama con toda la muerte.
II
Ahí veis a Aquel que viviera
en el corazón de un filo,
dando a la inocencia asilo
y
sol a la primavera.
Ahí veis a un Cristo de cera
que debe ser encendido
dentro de cada latido
para que su muerte sea
el principio de una tea
que incendie al mundo aterido.
III
Trémulamente a tus pies
pongo lo mejor que he hecho:
aquel no estar satisfecho
a
derechas o al revés.
Es casi nada, pero es
la flor de mis maravillas:
ni charco sin tus orillas;
contigo, océanos de luz.
Lo firmo bajo la cruz
y
lo firmo de rodillas.
Antonio Sánchez Zamarreño
Título de la obra completa:
LA NUCA DEL MALHECHOR
(enero de 2009)