POEMAS Y CANCIONES   

                             
                              

 

                             cristianos siglo veintiuno
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ORACION A MI MISMO

 

 

Que yo me permita

mirar, escuchar, y soñar más.

Hablar menos.

Llorar menos.

 

Ver en los ojos de quienes me miran,

la admiración que me tienen...

y no la envidia que

prepotentemente pienso que sienten.

 

Escuchar con mis oídos atentos

y mi boca estática,

las palabras que se hacen gestos

y los gestos que se hacen palabras.

 

Permitir siempre escuchar aquello

que yo no tengo permitido escuchar.

 

Saber realizar

los sueños que nacen en mi y por mi,

y conmigo mueren, por yo no saber que son sueños.

 

Entonces,

que yo pueda vivir los sueños posibles

y los imposibles;

aquellos que mueren y resucitan

a cada nuevo fruto,

a cada nueva flor,

a cada nuevo calor,

a cada nuevo rocío,

a cada nuevo día.

 

Que yo pueda soñar el aire,

soñar el mar,

soñar el amar.

 

Que yo me permita el silencio de las formas,

de los movimientos,

de lo imposible,

de la inmensidad de toda profundidad.

 

Que yo pueda sustituir mis palabras

por el toque,

por el sentir,

por el comprender,

por el secreto de las cosas más raras.

 

Que yo sepa dimensionar el calor,

experimentar la forma,

vislumbrar las curvas,

diseñar las rectas

y aprender el sabor de la exuberancia que se muestra

en las pequeñas manifestaciones de la vida.

 

Que yo sepa reproducir en el alma,

la imagen que entra por mis ojos

haciéndome parte suprema de la naturaleza,

creándome y recreándome a cada instante.

 

Que yo pueda llorar menos de tristeza

y más de alegrias.

 

Que mi llanto no sea en vano,

que en vano no sean mis dudas.

 

Que yo sepa perder mis caminos,

pero que sepa recuperar mis destinos

con dignidad.

 

Que yo no tenga miedo de nada,

principalmente de mí mismo,

¡que yo no tenga miedo de mis miedos!

 

Que me quede dormido

cada vez que vaya a derramar lágrimas inútiles,

y despierte con el corazón lleno de esperanzas.

 

Que yo haga de mí, un hombre sereno

dentro de mi propia turbulencia,

sabio dentro de mis límites

pequeños e inexactos,

humilde delante de mis grandezas

gafas e ingenuas

(que yo me dé cuenta cuán pequeñas son mis grandezas,

y cuán valiosa es mi pequeñez).

 

Que yo me permita ser madre,

ser padre, y, si fuere necesario,

ser huérfano.

 

Permítame yo enseñar lo poco que sé

y aprender lo mucho que no sé,

traducir lo que los maestros enseñaron

y comprender  la alegría

con que los simples traducen sus experiencias;

 

Respetar incondicionalmente el ser;

el ser por si solo,

por más nada que pueda tener más allá de su esencia.

 

Auxiliar la soledad de quien llegó,

rendirme al motivo de quien partió,

y aceptar la alegría de quien quedó.

 

Que yo pueda amar y ser amado.

Que yo pueda amar aún sin ser amado,

hacer gentilezas cuando recibo cariños;

hacer cariños aunque no reciba gentilezas.

 

Que yo jamás quede solo,

aún cuando yo me quiera solo.

 

Amén.

  

 

Oswaldo Antonio Begiato