ORACIÓN DEL DISCÍPULO
Aquí
estoy, Señor,
tal como Tú me has
hecho,
dispuesto a vivir
interdependiente y
libre
sin buscar fuera lo
que llevo dentro,
y descubriendo en el
día a día
el sentido que tu
voluntad
ha impreso a mi vida.
En
ese caminar propio,
me sobreañades
gratuitamente,
la vida de Jesús -el
hombre nuevo-,
que me ayuda ,
marcando mojones en
el camino:
soy uno entre los
demás,
hermano universal de
todos,
igual que todos,
servidor de todos,
superservidor de los
más pobres.
Mi
ser es amor, prolongación del tuyo,
verificable en mi
relación con el prójimo,
vicario tuyo.
Sirenas
falaces nos aturdieron
robándonos fe
en nosotros y en
nuestra dignidad.
Sé
que estás en todos, creyentes o no,
y que cuentas con
todos,
para ese mundo
esperadamente nuevo,
que Tú has
proyectado.
No
me queda sino trabajar,
acreditándote
pacífica y
amorosamente,
en todo lugar,
pues tu Reino allí
está y crece,
donde está y crece
la vida de cualquier
persona.
Tu
Palabra ha llegado,
y llega a cada alma
humana,
como sólo Tú sabes.
Anuncio
tu Evangelio
cuando soy yo, lo que
Tú me hiciste,
interconectado en
todos y con todo,
pues en la totalidad
creada
fermenta y crece la
realidad de tu Reino.
Estaré
a la escucha,
activamente,
en respeto y
comprensión,
sin estorbar,
sin discriminar,
sin imponer,
sin lamentarme,
sin enfatuarme,
atisbando el
reverbero de tu amor,
que de todos sale y a
todos vuelve.
Seré
feliz, cuando en todos me vea feliz,
en esa familia tuya
universal,
sustentadora
de todo amor,
justicia, libertad y paz.
Voy
a seguirte con María,
campesina de Nazaret,
y madre universal
que nos hermana
en la talla del hijo
y hermano mayor.
Soy
feliz porque palpo tu ausencia
en la entrañable casa
de la Tierra
trasunto de la
colmadora Casa
-nuestra Casa-
del cielo.
Benjamín Forcano