TENED PACIENCIA, HIJOS
Tened paciencia, hijos.
Cuando llegue el día en que hablando me repita.
Cuando mi memoria sólo sea un puente sobre el vacío;
cuando mi oído se quede atrás;
cuando confunda los tallos de rosa con las ramas de
olivos.
Tened paciencia, hijos.
Cuando mis pasos torpes demoren el avance del
camino;
cuando mi rostro ausente indique que mi mente ha
enmudecido.
Si me notáis asustada, temblona, silenciosa;
si me veis buscando algo en el aire oscurecido.
Tened paciencia, hijos.
Si veis que entre la gente la soledad me abisma;
si mi salud rebasa el embate de dolencias;
si voy lenta al vestirme, al dibujar mis labios, mis
ojos,
el borde marchitado de mis cejas.
Tened paciencia, hijos.
Cuando a veces os parezca atrevida, inoportuna o
indiscreta;
cuando quiera saltarme la mesura y gritar a los
cuatro vientos:
¡Ya no me importa el tumulto de esta vida!
Estoy curtida en la batalla.
¡Libre en las nubes legendarias de mi tiempo!
Tened paciencia, hijos.
Entenderme, mirarme comprensivos.
No quisiera ser nunca una carga en vuestra vida
ni convertirme en un guiñapo triste ni en una vida
mortecina.
Quisiera poder seguir cantando, riendo con el alma;
quisiera poner luz en cada noche compacta y abatida.
Tened paciencia, hijos.
Respetad mi deseo cuando anhele un tranquilo
descanso,
sin reproches, sin angustia, sin llanto…
Que aunque en el silencio azul de mi retiro
mis labios no alcancen a besaros y mi cerebro tardo
ya no acierte,
este corazón mío os seguirá amando aún después de la
muerte.
Maite
García Romero