PREMIOS NOBEL:
LA RESPONSABILIDAD DE LOS INTELECTUALES
Cuando cada año se conceden los premios Nobel, no sólo se
premia el trabajo de investigación de personas eminentes en
determinados ámbitos del saber, sino que además e
inevitablemente también se presenta un modelo de ciencia, de
conocimientos y de avances tecnológicos que se consideran
los más importantes de cada año.
Nadie va a poner en duda que los 770 premios Nobel, que la
Real Academia Sueca de las Ciencias (y otras conocidas
instituciones de alto prestigio) han concedido desde 1901
hasta 2007, representan la enorme aportación que la ciencia,
la tecnología, la literatura, al igual que las ciencias
económicas y sociales, han hecho en favor de la humanidad.
Los asombrosos avances que, en los últimos cien años, se han
realizado en medicina, en las más diversas tecnologías, en
el progreso de las letras y en el esfuerzo por mejorar las
condiciones de paz entre los pueblos, todo eso, en gran
medida está reflejado en la impresionante lista de hombres y
mujeres que han obtenido el premio Nobel.
Si hoy vivimos mejor que las gentes de hace un siglo, se lo
debemos a quienes han obtenido el galardón del Nobel y a
tantos otros hombres y mujeres que con su paciente y callado
trabajo han hecho posible el bienestar y otras ventajas de
las que hoy podemos disfrutar.
Todo esto es verdad. Y nunca lo elogiaremos bastante, para
fomentar la pasión por el estudio, el trabajo intelectual y
la investigación científica. De todo esto depende el futuro
de la humanidad. Pero en esto, como en todo, tendríamos que
ser más lúcidos de lo que hemos sido hasta ahora.
Porque, si es verdad que los premios Nobel de cada año
representan, en gran medida, los avances de la ciencia y el
saber que han hecho posible el progreso y el bienestar, no
es menos cierto que la ciencia y los saberes, que se han
premiado en los Nobel, nos han acarreado demasiados
sufrimientos y enormes desgracias, hasta abocarnos a un
mundo amenazado de destrucción y de posible exterminio.
Sin duda alguna, la ciencia y la tecnología, que hoy
tenemos, merecen un premio. Pero, si somos honestos y
sinceros, hay que reconocer que merecen también un juicio
severo y, en asuntos muy determinantes, un justificado
castigo.
No debe ser mera casualidad el hecho de que, de los 770
premios Nobel que se habían concedido hasta 2007, la gran
mayoría (531) se han dado a ciudadanos de Estados Unidos
(276), Reino Unido (96), Alemania (76), Francia (50), Rusia
(22), Japón (11).
Es decir, los países que más premios Nobel han acumulado han
sido precisamente los países que más guerras, más violencia
y más muerte han causado o permitido en el último siglo. De
la misma manera que son los países que más armamentos
bélicos han inventado, han fabricado y han vendido, para
hacer posibles, no sólo sus propias guerras, sino también
las guerras de los demás.
Y ya, puestos a hablar de este patético asunto, no olvidemos
la lista de los Nobel de economía que, desde 1969, se vienen
concediendo. De los 61 premios que se han dado en esta
especialidad, el 65 % han sido para economistas de Estados
Unidos y el 15 % para los del Reino Unido.
Descaradamente se ha privilegiado la economía neoclásica,
especialmente la Escuela de Chicago, es decir el modelo
económico que nos ha metido en el espantoso desequilibrio
económico mundial en que vivimos. El modelo económico que ha
entrado en crisis y que, premiando con la impunidad e
incluso con enormes cantidades de dinero a los causantes del
desastre, ahora todos queremos reconstruir para seguir
viviendo, disfrutando y padeciendo, del modelo de “economía
canalla” que nos han impuesto los más autorizados Nobel de
economía de los últimos cuarenta años.
Y a todo esto, hay que sumar el silencio y la complicidad de
tantos hombres de ciencia y de tantos intelectuales que
trabajan, más para satisfacer los intereses económicos de
las multinacionales, que las necesidades de la gente, sobre
todo si se trata de las pobres gentes de los países pobres.
Por poner un ejemplo, como es bien sabido, los turbios
manejos de determinadas empresas químicas y farmacéuticas
constituyen auténticos crímenes que claman al cielo.
El problema que todo esto nos plantea es más grave de lo que
mucha gente se imagina. Porque estos hechos nos vienen a
decir que, en este momento, la ciencia no es neutral.
Decididamente, la ciencia ha tomado partido, en favor de
quien la costea. Es decir, la ciencia se ha puesto de parte
de los intereses de los Estados más poderosos y de las
empresas multinacionales que, como sabemos, no tienen como
finalidad aliviar el sufrimiento de la gente, sino acumular
riqueza y poder.
Y llegando más al fondo de las cosas, todo esto nos lleva a
pensar que, en el estado actual de la sociedad tecnocrática,
no es posible separar la “naturaleza” de la ciencia de los
“fines” concretos para los que se utiliza la ciencia. Decir
que una cosa es la ciencia “en sí”, y otra cosa es la
“utilización” que se hace de la ciencia, es el intento
desesperado que hacen no pocos científicos (bien pagados por
las empresas para las que trabajan) para tranquilizar sus
conciencias.
Al decir esto, me parece acertado recordar lo que J.
Habermas argumentó contra K. R. Popper, en la conocida
“disputa del positivismo en la sociología alemana”: cuando
las esferas del “ser” (lo que es la ciencia) y del “deber
ser” (para qué se utiliza la ciencia) quedan separadas, se
produce el divorcio entre el “conocimiento” y los “valores”.
Una ciencia, así entendida, se presta a las manipulaciones
más peligrosas y nos puede conducir a los horrores del
totalitarismo, ya sea político, ya sea ideológico.
José M. Castillo