La Revelación no es la Palabra de Dios “caída del cielo”. La revelación
es el descubrimiento humano progresivo (evolución del dogma)
–expresado por comunidades o personas espirituales en el
lenguaje de su propia cultura- de lo que Dios nos está
diciendo a todos en nuestro interior.
¿Por qué no lo ha dado o comunicado antes? Por la
resistencia de lo contingente –de lo finito, lo limitado, lo
creado- ya sea la naturaleza de las cosas o nuestro yo
autista, que quiere defenderse del Infinito.
¿Pasividad, conformismo? ¿Esperar a que Dios nos dé lo que
necesitamos? No; nuestra actitud no debe ser pasiva. Debemos
vencer las resistencias de la naturaleza o de nuestro yo.
Somos creadores junto con Dios. En el siglo XVII se propuso
la canalización del Tajo. Algunos teólogos dijeron que si
Dios lo hubiera querido canalizado ya lo hubiera hecho así.
Falso; Dios quiere que nosotros cooperemos con Él para
completar la creación.
Tampoco cuando estamos enfermos vale decir “que sea lo que
Dios quiera”. Tenemos que poner los medios para que la vida
–que Dios desea, que nos está dando Dios- venza las
resistencias de nuestro organismo enfermo.
Ya lo hacemos. Construimos pantanos y acudimos a las
medicinas o a las intervenciones quirúrgicas, pero después
la mayoría ruega para que llueva o para que se cure el
familiar enfermo. El pueblo dice “A Dios rogando y con el
mazo dando”.
Parece que, si no seguimos rogando, vamos a caer en una
pasividad que, en realidad, oculta una cierta desconfianza.
No es así. Podemos seguir cooperando con el Dios de la vida
si intensificamos nuestro deseo de vivir, aquí y ahora, la
vida que Dios quiere difundir en este mundo.
Y el deseo de vivir es la mejor cooperación con Dios para
recrear la vida. Bien lo sabía Sancho cuando le dice a su
señor que “no se deje morir sin más ni más”; y bien saben
los médicos cuánto influye en la curación la voluntad del
paciente. Tanto la psicología como la parapsicología siguen
descubriendo el efecto de la mente en el mundo físico. A
este efecto podemos atribuir los milagros: la confianza
expresada en la oración –como un deseo intenso- es la que
actúa sobre el organismo físico.
Lo que no podemos es evitar la muerte. La vida que quiere
darnos Dios cede ante la inexorable muerte. ¿Es la muerte un
fracaso de la vida, un fracaso de Dios? La muerte es un
tránsito. “La vida son los ríos que van a dar a la mar, que
es el morir”; pero, como muy bien intuyó Antonio Machado, la
mar es el infinito.
Y
cuando llegue el día del último viaje,
y esté
al partir la nave que nunca ha de tornar,
me
encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi
desnudo, como los hijos de la mar.
La muerte de la flor abre el camino del fruto. Para san
Pablo la resurrección es el fruto del cuerpo que muere
enterrado como la semilla: “se siembra corruptible, resucita
incorruptible”.
Dios nos está dando la plenitud de la vida; sólo tenemos
que abrir las compuertas para dejar que nos inunde. Como en
una exclusa, tenemos que abrir las compuertas para que entre
el agua y nuestra nave suba de nivel, y vaya ascendiendo de
exclusa en exclusa, hasta alcanzar la altura del mar
infinito.
¡Abramos las compuertas a Dios!
Gonzalo Haya
Prats