LA ANTORCHA OLÍMPICA
El “Informe 2007" de Amnistía Internacional, sobre el estado
de los derechos humanos en el mundo, al explicar la
situación actual en la República Popular de China, dice lo
siguiente:
“Un número cada vez mayor de profesionales de la abogacía y
de periodistas han sido hostigados, detenidos y
encarcelados. Miles de personas que practicaban su fe al
margen de las iglesias que contaban con autorización oficial
sufrieron hostiga-miento, y muchas de ellas fueron detenidas
y encarceladas. Miles de personas fueron condenadas a muerte
o ejecutadas. Se han negado los derechos básicos a las
personas inmigrantes que procedían de zonas rurales. Ha
continuado la dura represión contra los uigures de la Región
Autónoma Uigur del Sin-kiang, y las libertades de expresión
y religión siguieron sometidas a severas restricciones en
Tibet y entre las personas tibetanas que viven en otras
zonas”.
(p. 125)
El “Informe” relata con crudeza las torturas generalizadas y
los malos tratos que sufre mucha gente: patadas, golpes,
aplicación de descargas eléctricas, personas colgadas por
los brazos o mantenidas con grilletes en posturas dolorosas,
quemadas con cigarrillos o a quienes se les impide dormir y
comer (p. 127).
En noviembre, “un alto funcionario admitió que cada año se
dictan en China no menos de 30 condenas injustas a
consecuencia del uso de la tortura, pero el número real ha
sido probablemente superior” (p. 127).
Más aún, “en mayo de 2006, las autoridades de la ciudad de
Pekín anunciaron su intención de ampliar el uso que hacían
de la reeducación por el trabajo como forma de controlar el
“comportamiento ofensivo” y de limpiar la imagen de la
ciudad antes de los Juegos Olímpicos” (p. 127).
Es falso, por lo tanto, que las protestas que estos días se
están produciendo, en diversas ciudades de Europa y América,
ante el desfile ostentoso de la Antorcha Olímpica, se deban
solamente a la represión que las autoridades chinas ejercen
en el Tibet (p. 128). Esta represión es cierta. Pero no es
la única ni quizá la más grave.
Baste pensar en la frecuente y fuerte violencia que se
ejerce en China contra las mujeres (p. 126) o contra las
personas refugiadas de Corea del Norte (p. 128).
Como es lógico, quienes se manifiestan contra la Antorcha
que anuncia los próximos Juegos Olímpicos, expresan de esa
manera su protesta por las violaciones contra los derechos
humanos que se están cometiendo en China. Pero, si somos
razonables, tendremos que convenir en que no basta con
protestar contra China.
Además de eso, hay que poner el grito en el cielo también
por la responsabilidad de los gobiernos y de las empresas
multinacionales, que saben lo que está ocurriendo en China y
se callan. Más aún, ocultan los atropellos que allí se están
cometiendo. Por la sencilla razón de que hay en juego un
mercado potencial de mucho más de mil millones de
compradores de los productos que los países ricos de Europa
y América les podemos vender (y les estamos vendiendo) a los
chinos.
Se trata, como es bien sabido, de negocios tan asombrosos,
que los flujos de mercancías y capitales están
desestabilizando y amenazando toda la economía mundial.
El Nobel de economía, Joseph Stiglitz, nos ha informado de
que “a pesar de los controles de capitales, en 2004, además
de la inversión directa del extranjero, hubo una entrada de
unos 100.000 millones de dólares en China” (“Cómo hacer que
funcione la globalización”, Madrid, Taurus, 2006, p. 325).
Es más, “China tiene un enorme superávit comercial con
Estados Unidos pero, comprando cientos de miles de millones
de dólares en bonos, permite que los norteamericanos puedan
mantener su déficit presupuestario. Una y otra nación están
al tanto de su mutua dependencia, por eso sus
enfrentamientos rara vez pasan del terreno de la retórica”
(o. c., p. 326-327).
Y no hay que ser un lince para sospechar (al menos
sospechar) que lo que ocurre entre Estados Unidos y China,
ocurre poco más o menos igual en el caso de los países de la
Unión Europea.
En cualquier caso, y sea de esto lo que sea, el hecho es que
el mundo entero ve que China será pronto el gran coloso de
la economía capitalista. China manda cada día más y más en
todos nosotros.
Por eso, no seamos ingenuos, el poder de Pekín ha sido
gratificado con el regalo y la enorme publicidad de celebrar
allí, en un país de tantas torturas y atropellos, los fastos
de los Juegos Olímpicos.
Y es que, ante el poder del capital, toda rodilla se dobla
en el cielo que nos interesa, en la tierra que estamos
destruyendo a fuerza de tanto disfrutarla, y en el infierno
que tienen que soportar los encarcelados, los torturados,
los miserables, los nuevos y viejos esclavos de siempre y,
por supuesto, los miles de familias que se ven con el agua
al cuello para llegar hasta fin de mes porque el precio de
los carburantes y de las materias primas se ha disparado
precisamente por el tirón económico de China.
La cosa está clara, ante la disyuntiva de capital para los
poderosos o supresión de derechos para los débiles, nuestra
decisión es clara y firme. Vamos a seguir tirando del
bienestar los que podemos tirar de él. Y los demás, que se
apañen como puedan.
¿No podríamos hacer algo más para que no siga adelante esta
barbarie? ¿No podríamos expresar, al menos expresar, nuestro
desacuerdo con más eficacia de lo que venimos haciendo hasta
ahora?
José M. Castillo