Ciudadanos y cristianos
demasiado realistas
Hoy quisiera reflexionar sobre el realismo. Sí, el
realismo, eso que se ha puesto tan de moda en la vida
social. Hay que ser realistas, se dice. Por tanto, no
teman, no voy a hablar de un estilo en las artes, sino del
realismo como actitud en la vida. Y digo que se ha
puesto más de moda que nunca. Hay que ser realistas,
decimos. La realidad le enseñará, oímos. La
realidad siempre se impone, suele escucharse. Durante
muchos años, cuentan nuestros padres que esta fue la máxima
en la vida. Un realismo a prueba de bombas.
Pero vengamos a algo más concreto en eso del realismo.
Un ejemplo es el caso Obama; sí, ese señor supuestamente tan
poderoso. Dicen de él que no está cumpliendo casi nada de lo
que prometió, y, los mismos, ¡ésta es la cuestión!,
los mismos le reprochan que es un demagogo que se ha
hecho con el poder con unas promesas imposibles y que hasta
intenta cumplirlas. Le falta realismo político, dicen.
¿Qué es entonces el realismo en este caso? Pues será
más cosas, pero una es clara. Y es que la vida social tiene
sus grupos de poder que, de verse cuestionados en su
propiedad o poder político, se rebelan en aras de la
realidad.
La realidad es aquello que se puede tocar pero poco,
para que cambiando algo, nada cambie del todo.
Faltaría más. Vivimos en una pirámide y la ley, si es
posible democrática, debe proteger esa estructura. Y si
alguien dice, ¿cómo se logró, cómo se mantiene, qué
oportunidades de vida iguales da? La respuesta es que “a
usted le falta realismo y es un demagogo. ¿Cree usted que
las grandes democracias, los países que hacen historia, se
plantean estas dudas?”
Y concluyen, “la democracia española, -o en otro debate, el
catolicismo social-, es una joven novata que se ahoga
en su mala conciencia. ¡Por Dios, por Dios, no nos perdamos
en retórica adolescente!
O sea, vamos a ser buenos y patriotas, pero cada uno en su
sitio, y si no, me enfado y rompo las reglas del juego. Soy
demasiado grande para caer sin provocaros un desastre, dice
el banco en ruina; he llegado demasiado arriba en la
institución social que sea, para reconocer ahora unos
derechos humanos de todos, de todos, que la
cuestionen.
Otro ejemplo actual como la vida misma. Durante años, cuatro
o cinco millones de emigrantes se han incorporado a
la vida social española. Al llegar la crisis, muchos de los
que antes eran necesarios, ahora dejan de serlo. De momento.
Por unos años, al menos. Hay que plantearse -se dice- el
número de inmigrantes, porque hay que ser realistas,
es decir, equilibrar los que están y entran, con los que se
necesitan. El realismo es aquí que “todos no
cabemos”.
Veamos, como no me dedico a la política profesional, puedo
decirlo claro: no cabemos todos porque muchos ocupan
demasiado espacio, y no quieren compartir su espacio y
cambiar su modo de vida. En España y en otros tantos lugares
de la Tierra más rica. Y es que quienes no dejan vivir a su
lado a los emigrantes, ya eran vecinos insoportables antes
de que ellos aparecieran.
A ver, que sí, que la política tiene que ordenar estos
fenómenos, la emigración, pero que estamos hablando de
personas con derechos y deberes, con dignidad igual a la de
todos, y todo lo demás es subordinado. Es el
realismo político y económico el que tiene que inventar
cómo acoger esa realidad de personas iguales en derechos y
deberes, de aquí o de África.
Por supuesto, el político que no tenga soluciones para este
problema, ya sabe que puede volver a la vida civil y dejar
la política. Si es imposible, ¿por qué no dejan la política
quienes así lo estiman?
Muchos son los ejemplos cotidianos sobre este realismo
que todo lo cura. En la sociedad civil, en la política y en
las Iglesias, es la ley suprema de la supervivencia. En
filosofía y teología se habla de ser honestos con lo real,
en el sentido de conocer algo a fondo y desde quienes más lo
padecen, para transformarlo en línea con una justicia mayor.
Estos del realismo piensan de la realidad exactamente
al revés; es decir, mi realidad es toda la realidad, debemos
imponerla a los demás e impedir que nadie la toque. Es
decir, es lo que me conviene y buscaré mil razones, por las
buenas o las malas, para convertirla en lo que se debe, y,
al final, en lo que se tiene derecho a imponer. ¿Alguien no
está de acuerdo? Puede hablar, ¡le daremos una ración de
realismo!
Termino. ¡Ay, qué cosas hace el miedo al descubrirnos
distintos, cuando no, simplemente, egoístas y
con intereses materiales muy particulares! Seamos
honestos con lo real para ser menos culpablemente
realistas.
José
Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete
Profesor de Moral Social Cristiana - Vitoria-Gasteiz