IES, INTELIGENCIA ESPIRITUAL
Para aquellos que tenemos experiencia de Dios, los que
la intuyen e incluso para quienes creen que todo eso no
son más que engaños de la mente, es oportuno recordar el
lado científico de lo que se ha venido en llamar
Inteligencia Espiritual (IES), pues el ser inteligente y
buena persona, a lo mejor es lo mismo.
El psicólogo Howard Gardner fue uno de los principales
gurús de la factoría Hardvard famoso por sus teorías y
prácticas sobre las inteligencias múltiples. Él fue el
principal precursor de que no existe una inteligencia
única, y mucho menos que sea algo medible, como el
coeficiente intelectual (CI). Para Gardner, al menos
interconectamos siete tipos de inteligencias con
diferente intensidad según la persona:
-
la lingüística (escribir, leer…),
-
la interpersonal e intrapersonal (que conforman la
inteligencia emocional),
-
la corporal y cinética (deportistas, bailarines…),
-
la lógico matemática, etc.
Desde hace algunos años, investigadores de
distintas universidades del mundo, de
procedencias ideológicas y campos disciplinares muy
diferentes, sostienen que el cuadro de las inteligencias
no es completo si no se incluye en él la Inteligencia
Espiritual. El mismo H. Gardner no negó tal hipótesis.
Más bien dejó entreabierta la posibilidad de identificar
una nueva forma de inteligencia.
El aval de la existencia de la IES reside en la biología
de las neuronas y en investigaciones científicas
recientes sobre las capacidades del cerebro, que afirman
la existencia de este tipo de inteligencia centrada en
percepciones más que en captar datos e ideas, que nos
hacen echar mano de recursos espirituales en problemas
prácticos.
‘Espiritual’ proviene del latín y significa “aquello que
proporciona vitalidad”.
Y en el caso de la inteligencia espiritual, se
caracteriza por una capacidad no solo en relación con el
sentido de la trascendencia sino en comportamientos tan
importantes como la gratitud, el perdón, la humildad o
la compasión (en el sentido mejor del término), o sea,
compartir solidariamente el dolor con el prójimo.
La IES apunta al desarrollo de la capacidad de asombro y
admiración, del silencio, de cierta profundidad
existencial. Como todas las inteligencias, puede
perfeccionarse por lo que tiene de imprescindible para
vivir más humanamente.
Este “aporte de vitalidad” que apunta a la plenitud
humana, pasa necesariamente por una disponibilidad hacia
los demás en forma de justicia, sensibilidad o
misericordia; de entender y ser más comprensivos con las
actitudes propias y de los demás. No son sensaciones
abstractas sino actitudes concretas como corresponde a
una forma de inteligencia.
Una vitalidad que nos ayuda a encarar algunos de los
grandes problemas psicosociales, como el anhelo de
sentirnos realizados como personas, la falta de sentido
de la vida o el vacío existencial.
Por tanto, no sería ninguna bobada plantearnos la
educación para desarrollar nuestra inteligencia
espiritual con el objetivo de ser más persona, para
identificar, explorar y elegir valores, para cooperar en
equipo y sentirnos mejor con nosotros mismos y con los
demás. Casi nada.
Seguro que algunos de los que están leyendo estas líneas
se acuerdan de la crisis económica y de tantos
desajustes que nos hacen la vida más parecida a un campo
de batalla que a una experiencia edificante. Les diría
que detrás de tantos comportamientos inhumanos anidan
verdaderos ignorantes en IES; personas que, a su vez,
causan dolor y angustia a otras personas, directa e
indirectamente, porque no se han ejercitado en esta
forma de inteligencia.
Ya pasó algo parecido con la Inteligencia Emocional
popularizada por otro gurú de Harvard, David Goleman. Y
lo que parecía un bonito cuento de hadas, se transformó
rápidamente en una herramienta de mejora personal,
familiar y empresarial, revolucionando muchos
comportamientos.
Aprendiendo inglés seguro que podremos negociar con los
chinos. Pero no será suficiente para formularnos
preguntas fundamentales que logren una óptima conexión
entre cada uno y el mundo que nos rodea. No es algo que
parezca importante a este mundo posmoderno, pero gracias
a esta ignorancia, los psiquiatras y los fabricantes de
ansiolíticos y somníferos no dan abasto.
Como conclusión, bien haríamos en ahuecar espacios para
ocuparnos de nuestra IES, antes de que acaben de
convencernos de que el actual materialismo falto de
valores y amor por nuestros semejantes es cosa de
inteligentes.
Gabriel Mª Otalora