Más cosos sin sangre
Vamos ya camino del reencuentro con el animal tras los
vítores a tanta sangre. Vamos de nuevo a la vera de
estos seres que siempre hemos tenido a nuestra custodia
y que nos correspondía acompañar, acariciar y querer,
por supuesto respetar su vida también sagrada. Menguará
hasta desaparecer totalmente el anacronismo de los cosos
ensangrentados. Se agotarán los trofeos de rabos y
orejas, las espadas y banderillas aclamadas. La crueldad
para con los animales, en cualquiera de sus formas, ya
no puede tener recorrido en el futuro.
El sufrimiento no debería ser espectáculo y si lo es,
dice poco de esa sociedad y su entretenimiento. El nivel
evolutivo de una civilización se puede bien medir por
el trato que inflige a los animales. La “fiesta
nacional” no debería ser un escenario de tortura. La
crueldad para con los animales, máxime si ésta es
gratuita, es uno de los más evidentes lastres
evolutivos.
La decisión del Parlamento de Cataluña es un triunfo de
toda la ciudadanía de corazón compasivo. Avanzamos en el
camino de retorno, de reencuentro con quien muge, nada,
repta, salta, aletea…, y que en cualquiera de sus formas
nos honra con su compañía siempre bendita. Mañana las
nuevas generaciones se pasmarán cuando comprueben que el
ocio nuestro estaba basado en la tortura y muerte del
animal.
Queremos más Parlamentos autonómicos, al igual que el
canario y el catalán, alzando brazos valientes en
contra del error taurino, de la prehistoria de obviar
el sufrimiento del animal, de ese tan singular, como
lacerante “arte” que genera incomprensible deleite.
Ojalá otros parlamentos digan que no a la poco clemente
estocada. Ojalá otras asambleas comunitarias digan que
no al sufrimiento gratuito de nuestros hermanos los
animales, a ese alarde de “heroicidad” ante el toro
acorralado. Ojalá a la histórica votación del 28 de
Julio en el Parlament, sigan otras victorias en pro de
la vida animal. Caminemos ya junto a ellos. Desandemos
ya la historia. Nunca jamás baños de sangre en medio de
una plaza regocijada.
La tradición no puede tener un valor absoluto, pues
hipotecaría nuestra evolución. Si no que levanten
cadalsos donde se ajusticie al “infiel”, que se renueven
inquisiciones, cruzadas, esclavitudes y todo género de
tradicionales barbaridades. La libertad concluye en el
instante en que se manifiesta la sangre. Quienes invocan
estos días a la libertad para intentar justificar “la
fiesta” taurina, deberían de empezar a dibujar los
límites a su ejercicio en el comienzo del dolor ajeno.
Ajeno es también el animal. Su carne no es menos
sensible al desgarro del metal. Nadie dude de sus
sentimientos, por mucho que calle su dolor.
El valor de la tradición es siempre relativo. Hay
costumbres que urgen ser revisadas, ya que no se ajustan
al valor superior y cada vez más universal de respeto a
toda suerte de vida. Este principio es sostenido por
cada vez más amplios sectores de la ciudadanía que nos
hallamos comprometidos con la defensa de todo ser en el
que palpita un corazón, en el que pulsa un aliento…
No hay tradición, no hay ocio que pueda seguir
soslayando el gratuito dolor infligido a los animales.
Si las corridas de toros constituyen una de nuestras más
acusadas señas de identidad, preferimos hablar de crisis
identitaria, antes que de materia intocable.
No
libramos batalla contra la “fiesta nacional”, sino a
favor de la vida y el respeto al animal. Se trata de
elevar nuestros días, nuestras fiestas y costumbres;
de poner en entredicho un ocio que ya no se ubica en
nuestro presente. No debiera perdurar ese
entretenimiento basado en el goteo incesante de sangre
sobre la arena. Está de más esa plaza enrojecida. Sobra
esa encerrona mortal, ese duelo trampeado, ese jaleo
público de la agonía…
Reciclemos los recintos taurinos. Corramos ocios que no
desemboquen en agonía del rumiante, salgamos al paso
del animal que fuimos con el pecho desnudo, sin filo
bajo el manto, sin filo al viento… Llegan veranos sin
sangre de toro, veranos de arenas brillantes, de cosos
no mancillados. Llega otra casta de héroes sin medallas
de orejas y rabos. Callan los aplausos al toro
asaeteado. Inauguremos veranos y fiestas en que los
animales vuelven a ser hermanos.
Koldo Aldai
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