Lo que espera de los cristianos
un “no creyente”
Leyendo el
artículo de Manolo González, “La última cena, ¿una Eucaristía
laica?”, me ha venido a la memoria otro que leí hace poco,
escrito por Ray McGovern con motivo del viaje de Benedicto XVI a
Washington, en el cual el autor recuerda unas palabras de Albert
Camus en su visita al monasterio dominicano de Latour-Maubourg
en 1948.
La evocación
me ha venido posiblemente por contraste, pues en tanto que
McGovern señala que los dominicanos querían saber lo que un no
creyente pensaba sobre los cristianos a la luz de su conducta
durante los años treinta y cuarenta (una plausible actitud que
en mi opinión debiera tomar como ejemplo el mundo católico
actual en el sentido de tratar de verse con los ojos del otro),
en el artículo de González observo un muy loable afán de darle
un significado humano a la Eucaristía pero sin salirse de madre
en ningún momento.
El discurso
de Manolo González, con todo y verlo lleno de excelente
intención y buenos deseos, me ha recordado aquel canto que en
las celebraciones eucarísticas en lengua catalana entonan a
veces los fieles antes de darse la paz: Ai, quin gran goig,
quina joia, quan els germans s’estimen! (¡Ay, que gozo, que
alegría, cuando los hermanos se aman!).
Y me ha hecho
pensar que tal vez desde una óptica eclesial sea muy conveniente
pedir que haya paz entre los fieles católicos, pero visto desde
fuera, como yo lo veo, mejor sería que esa multitud de fieles
que compone la Iglesia Católica tuviesen un poco menos de
beatífica fidelidad corporativa y un poco más de humano sentido
de rebeldía; de esa rebeldía que Camús expresa con estas
palabras:
“Lo que el mundo espera de los cristianos es que los cristianos
deberían pronunciarse, fuerte y claro, y que deberían
expresar su condena de tal manera que nunca pudiera aparecer
una duda, ni la más ligera duda, en el corazón del hombre
más simple.
Lo que sé y a veces crea en mí un profundo anhelo es que si los
cristianos se decidieran a hacerlo, millones de voces,
millones digo, en todo el mundo se sumarían al llamado de un
puñado de individuos aislados, quienes, sin ningún tipo de
afiliación, interceden actualmente casi por doquier e
incesantemente por niños y otra gente.”
No sé si esto
sería ahora tal cual él dice, pues los tiempos han cambiado
mucho de entonces acá y la pasividad de las gentes es hoy
escandalosa, pero veo que coincide bastante con lo que escribió
Pagola y publicó “ecleSALia” en noviembre del 2006:
«La
Iglesia atraerá a la gente cuando vean que nuestro rostro se
parece al de Jesús, y que nuestra vida recuerda la suya».
Desde donde
yo me encuentro, un lugar al cual los complicados malabarismos
mentales de la teología no alcanzan pero sí la sabiduría popular
que expresa el viejo refrán «quien calla, otorga», la
pasividad de la feligresía católica frente a la conducta de sus
jerarcas no puede ser vista sino como complicidad. Una
complicidad culpable por omisión, según señalaba entre otros
Martin Luter King cuando decía:
«La
historia tendrá que registrar que la mayor tragedia de esta
época de transición social no es el estridente clamor de los
malos, sino el asombroso silencio de los buenos».
De los buenos
católicos, se me ocurre añadir.
Pepcastelló
http://lahoradelgrillo.blogspot.com/