PARACAÍDAS EN EL CIELO DE LA EXISTENCIA
La mente, ha dicho alguien, es como un paracaídas:
sólo funciona cuando se abre.
Una ilustrativa historia la de Monsieur Harpagon,
protagonista insigne del Avaro de Molière, que a pesar
de su enfermiza avaricia o quizás por ella, acepta la
aguda sugerencia de su cocinero de que “on ne vit pas
pour manger, on mange pour vivre”, y la manda estampar
astutamente sobre el frontal de la chimenea de su
comedor de invitados.
Lo que me recuerda el caso de Juan Salvador Gaviota.
Tenía una mente abierta que le llevó a romper con los
presupuestos elementales y meramente instintivos de vida
de la bandada: volar para comer.
Juan Salvador opta por vivir para volar. Un vuelo el
suyo en libertad, quebrantador de fronteras que en lugar
de defender aprisionan, abierto siempre a nuevos tiempos
y espacios, y a cuanto de vida hay en ellos.
Ken Wilber, primer espada hoy de la denominada
Psicología Transpersonal, analiza en una de sus últimas
obras -“Integral Spirituality” (2007)- los estadios de
desarrollo de todo individuo, grupo, sociedad… etc.
Estadios o niveles que marcan hitos reales de lo que
cabría ser considerado destino ineludible de la
existencia: el crecimiento y desarrollo de cuantas
potencialidades han sido depositadas en ella.
El camino imprescindible, interactuar con el medio. La
observación de la vida lo evidencia: todo ser vivo –y el
humano lo es por excelencia- que no se mantiene en un
constante intercambio de información, materia y energía
con los demás seres, está condenado a la muerte. Lo cual
exige otro gran presupuesto: tener una mente abierta al
aprendizaje. Ch. Handy lo dejó claramente sentenciado:
“Quien ama el aprendizaje, ama la vida”.
En las últimas décadas hemos asistido a un hecho
histórico sin precedentes: la globalización, es decir,
la posibilidad de acceder a todas las culturas conocidas
en el planeta. Y la Historia demuestra –o al menos eso
afirman los aplicados en estos menesteres- que los
pueblos, y con mayor razón las personas y los grupos,
que se amurallan en su pretendido paraíso (¡¡…!!), están
expuestos, hoy más que nunca, a una mendicidad
intelectual, emocional y espiritual vitalmente
peligrosa.
No abrirse por sistema a los demás y a nuevas
experiencias, es entrar en automático en el viaje de la
existencia. Y los comportamientos rutinarios son
considerados por los neurocientíficos como una de las
mayores amenazas para la subsistencia. Nuestro cerebro
crece, se desarrolla y mantiene vivo gracias al
aprendizaje. Nuestro Premio Nobel Ramón y Cajal lo
intuyó en una memorable frase que hoy preside la entrada
del Hospital que lleva su nombre en Madrid: “Todo ser
humano es arquitecto de su cerebro”.
Todos los estudios realizados desde Maslow para acá –y
hoy realizados desde una visión integral de todas las
ciencias- demuestran que cuanto más elevado es el nivel
de desarrollo de las personas, mayor es la apertura a
una conciencia universal.
Un nivel inferior situado en el egocentrismo gira
por completo en torno al “yo”, reduciendo su vida
a comportamientos ligados a las necesidades, impulsos,
emociones, ideas, etc., más elementales de la
existencia. Mientras que un nivel superior situado en el
mundicentrismo gira en el “todos nosotros”,
que incluye cuantos seres humanos existen en el
universo.
Y dado que todos nacemos en el primer nivel y nuestro
destino es avanzar hacia otros más elevados, la voluntad
de desarrollo –y en consecuencia la voluntad de
apertura- es crucial para alcanzarlos. Pero lo más
lamentable, constatan los estudiosos del tema, es que el
70% de la población mundial aún no ha conseguido
estabilizar los niveles medio y alto. Cabría situarla
todo lo más en el estadio etnocéntrico. Es decir,
unos vínculos y compromisos emocionales de “yo y los
míos”, propios del pensamiento único, y que estos
autores acaban tachando de fundamentalistas y nazis.
Pero lo que parece muchísimo más grave todavía es que
las grandes religiones del mundo –incluida la cristiana-
son los úteros donde se gestan las ideas y creencias
suscritas por dicho 70%.
Como broche de oro, las palabras de Rumi, un sufí y
místico árabe, hoy citado en el mundo de la mística
universal a nivel de San Juan de la Cruz. Escribe en
El Albergue:
“Este ser humano es una casa de huéspedes.
Cada mañana, un nuevo visitante:
una alegría, una depresión, una maldad…
Acogedles y mimadles a todos.
Tratad a cada huésped con honor.
Pudiera suceder que él abra paso a nuevos
placeres…
Recíbeles en la puerta sonriente e invítales
a entrar”.
Vicente Martínez