UNA VELA QUEBRADA
Hacía mucho que no la
encendía. No me convenció demasiado desde el primer
momento, con ese aspecto de fragilidad, de poca
sustancia… Igualmente, me dispuse a un rato de oración
con aroma a vainilla (que tampoco es de mis preferidos…)
Cuando me acomodo me doy
cuenta de que me falta la birome, el bolígrafo,
indispensable. Vuelta al piso, mensaje de texto, a ver
por las dudas si es mi primera entrevista de la mañana
que se cancela. Vuelvo a sentarme y me da calor, este
verano insiste en Buenos Aires. Prendo el ventilador, se
apaga la vela. Por supuesto los fósforos están en la
cocina…
Pasa el tiempo, el
fastidio crece, no es tanto el rato disponible… La
vuelvo a encender absolutamente resuelta a que si se
apaga, al cuerno la vela y el clima especial, y volvamos
al Sudoku que por “muy difícil” parece más sencillo en
esta mañana de llovizna.
El fósforo queda como
clavado, no lo puedo sacar y ahí lo dejo, es obvio que
el destino de la vela es la basura apenas en un rato…
Intento buscar tu
presencia. Pedirte que me contagies esa certeza profunda
de que el Padre está siempre acá, presente,
sosteniéndonos, apostando con nosotros a este parto de
la nueva humanidad. La vela empieza a chorrear por una
grieta del costado, a agitarse. Mantener esta luz
encendida, la de la confianza en la creación de una
historia nueva, resulta a veces tan difícil; tal vez sea
cuestión de cambiar de posición, de remontar el viento
por otro lado (el turbo le da justo en la grieta…). La
giro. Y ahí nomás se cae una de las paredes tan
debilitada, y el fosforito clavado, vaya a saber cómo,
se suma a la causa. Tal vez haya que dejar caer lo
caduco, esas paredes que se supone protegen al fuego, e
intentar alternativas desconocidas, que lo “im-probable”
se vuelva prueba, ensayo, al menos error del cual seguir
aprendiendo.
Buscar, intentar,
renovar. El fuego es inextinguible, sigue ardiendo,
parece que sin vela, sin estructura alrededor… sigue
encontrando sustento para la combustión, aunque no se
vea de dónde… será seguir adelante con menos
estructuras, confiando en la capacidad del fuego para
incendiar, calentar, forjar, dar solidez… Él,
garantizando que la llama conserve intacta su potencia,
y sólo basta un soplo de viento en la dirección precisa
para re-crear su potencia insaciable, su pasión
aclaradora que deja en pie lo genuino y barre con los
decorados y con lo que ya no sirve. La ex vela sigue
ardiendo aún, regalo insólito para esta rumia que me
alienta.
5.000 años que nos
pronunciaste tu sueño de justicia y liberación, y la
llama sigue ardiendo… en medio de las estructuras
quebradas, el fuego entusiasma a unos cuantos y sigue
contagiándose. Se lleva de un clan al otro, como en los
tiempos anteriores al homo sapiens sapiens, cuando
todavía no lo podíamos conseguir por nuestros propios
medios y era regalo de los rayos, o solo algunos
hechiceros conocían las piedras mágicas que lo hacían
nacer. Y entonces los grupos nómadas lo transportaban
como su tesoro más preciado para la fundación de
comunidades nuevas, de nuevos “hogares” a su alrededor;
para sostener la esperanza del invierno, esa de cuando
la vida se hace invisible y parece desaparecida.
Fue necesario que
terminara de abrirse la grieta, que se quebrara del todo
la estructura ya inútil de mi vela, para que el fuego se
adueñara decididamente de ella. Media hora después sigue
ardiendo en “los restos”, en los restos de este nuevo
Israel, de esta humanidad herida y quebrada pero viva,
con la pasión intacta apenas nos juntamos… Todos
guardamos ese tizón en el sitio más cuidado de nosotros
mismos, centro de nuestro tesoro, para transportar
adonde sea, para transmitirlo a otras generaciones. Será
cuestión de dejar caer, o de quebrar, las estructuras
que lo ocultan, que lo sofocan.
Estando atentos, la vida
nos sorprende, encuentra el modo de manifestarse,
porfiada, provocadora. Sigue ardiendo aún, puro pabilo,
aparentemente sin cera, sacando su energía de
profundidades invisibles, de lo hondo de un pozo que no
alcanzo a reconocer, más hondura de la que parece,
misterio insondable que nos alimenta, nos cachetea a
veces para despertarnos. Tan hondo y tan a mano. Y no se
apaga, ¿eh?, no se apaga, sigue ahí, nutriendo mi
certeza, vos estás… Y el gracias se me hace llanto…
Sandra Hojman