UNIVERSIDAD, RELIGIÓN Y HONORES
El viernes 13 de Mayo, la Universidad de Granada ha
celebrado un acto de investidura en el que concedió el
doctorado ‘honoris causa’ al profesor José María
Castillo. Se trata del primer doctorado que una
universidad estatal concede a un teólogo español, aunque
el 27 de enero pasado la Universidad Nacional a
Distancia también lo concedió a Hans Küng.
Tras siglo y medio de ausencia de la teología y del
estudio académico de la religión en la Universidad
española, vuelve a reanudarse el diálogo con ambas en
forma de cursos, máster, seminarios, cátedras e
invitaciones a teólogos y especialistas en las ciencias
religiosas.
Se buscan alternativas para que España no sea diferente
al resto de Europa, que sigue contando con facultades de
teología y centros académicos sobre las religiones en
Centroeuropa, países nórdicos y anglosajones, a
diferencia de los latinos, con la paradójica excepción
de Francia que tiene espacios académicos para el estudio
de la religión.
La investidura ‘honoris causa’ a un teólogo conocido por
su postura crítica respecto de la jerarquía y por su
cercanía a corrientes “sospechosas”, como la teología de
la liberación, ha despertado resquemores en el sector
más tradicional de la sociedad y de la iglesia española.
Se critica a la Universidad por distinguir a personas
disidentes de las posturas oficiales y se reclaman esos
reconocimientos para teólogos afines a los
pronunciamientos del magisterio jerárquico. Esta actitud
revela el desconocimiento de lo que es el foro
universitario y sus prerrogativas.
La Universidad no premia adhesiones o disidencias
ideológicas, tampoco las teológicas, sino la excelencia
académica y valía intelectual de los autores, que se
acredita con publicaciones, múltiples ediciones de
libros, traducciones a otros idiomas, y reconocimiento
nacional e internacional, que se concreta en
invitaciones en otras universidades, participaciones en
congresos e influencia de su pensamiento. La Universidad
de Granada publica en su web los currículos académicos
de los premiados, para que todos puedan constatar la
indudable valía académica de estos, también el del
profesor Castillo.
Se violaría el foro universitario si las distinciones se
dieran en función de las preferencias ideológicas y no
por su aportación a la propia disciplina, que es lo que
revaloriza a esta y redunda en el prestigio de la
teología española.
Pero es que además se olvida que en la historia del
cristianismo siempre ha habido dos corrientes
teológicas, la de los innovadores, que buscaban nuevos
caminos, y los que insistían en conservar la tradición
dominante. Es evidente que la jerarquía prefiere a los
segundos y los protege, mientras que desconfía del que
busca cambios, mucho más si critica lo existente.
La historia entera evidencia esta tesis, desde Tomás de
Aquino, denunciado y condenado por el obispo y la
universidad de París, ¡nada menos que 219 de sus tesis!,
y hoy patrón de los teólogos católicos.
Pero no hay que remontarse tan lejos, ya que un gran
número de teólogos criticados, condenados y destituidos
en los cincuenta (Teilhard de Chardin, K. Rahner,
Jungmann, Danielou, de Lubac, Congar, Chenu,
Schillebeeckx, etc.) se convirtieron, décadas después,
en los más famosos y prestigiados, con el reconocimiento
de la misma jerarquía y el papa, a pesar de que antes se
les había rechazado.
Buscar nuevos caminos es arriesgado y lógicamente, hay
aciertos y equivocaciones, pero sólo así avanza el
pensamiento. Los integristas siempre los rechazan,
porque tienden a doctrinas estáticas e inmutables, a
costa de la historia y de la evolución.
La tradición es válida, porque si no, se pierde la
identidad, pero no puede bloquear el progreso y el
avance de las ciencias, tampoco la teología. El tiempo
dirá si, al menos, algunos de los hoy criticados no
tenían razón en algunas de sus posturas, y si enfoques
sobre la teología, la moral, la pastoral y el gobierno
de la Iglesia, que hoy son criticados por la jerarquía,
no serán asumidos con naturalidad en el futuro.
Entonces, la Iglesia del tiempo tendrá una deuda moral
con los antes denunciados, como ocurrió en el Vaticano
II.
Esto le cuesta aceptar al conservadurismo intransigente,
que, por otra parte, tiende a canonizar solo a quienes
defienden su propia ideología. Por eso, los
tradicionalistas valoran mucho a Juan Pablo II y a
Benedicto XVI, pero no vacilaron en criticar a Pablo VI
y Juan XXIII, cuando defendían puntos de vista que no
coincidían con los suyos.
J. Antonio Estrada
Granada,
mayo 2011