BAUTISMO DEL SEÑOR (B)

(Primer domingo después de Epifanía)

(Mc 1, 6-11)

Llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar sobre él como una paloma. Se oyó una voz del Cielo: Tú eres mi hijo amado, mi predilecto.

Jesús nace del agua y del Espíritu

Celebramos hoy una de las tres manifestaciones de Jesús que estuvieron integradas durante los primeros siglos del cristianismo en una misma fiesta, ‘Epifanía’.

No podemos dudar de la historicidad del hecho. Lo narran los tres sinópticos y Jn lo da por supuesto y habla de él con toda naturalidad, lo cual le da más verosimilitud.

No fue un acto de humildad ni una comedia para la galería sino una demostración de su actitud de búsqueda de su identidad. Es la experiencia que mejor resume toda su vida y nos obliga a verle como hombre.

Desde su humanidad tuvo que descubrir lo divino. En él lo divino y lo humano ni se mezclan ni se excluyen. La plenitud de humanidad hace presente la total divinidad.

Jesús tuvo que desarrollarse hasta encontrar la plenitud en él. Desde esta perspectiva podemos valorar lo que sería para él encontrarse con una figura como Juan.

El Espíritu es la clave para entenderlo. Los evangelistas tienen que utilizar una realidad sensible como símbolo. No quiere decir que vieran una paloma bajar del cielo.

El Espíritu transformó interiormente a Jesús. Nacer del Espíritu es más importante que nacer de la carne. Por eso lo que estamos celebrando hoy es más importante que lo que hemos celebrado el día de Navidad.

 

Fray Marcos