Miércoles 2º semana de Pascua (Jn 3,16-21)

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todos tengan vida definitiva. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para salvarle. El que cree no será juzgado; el que no cree ya está juzgado. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra el mal detesta la luz, para no verse acusado por sus obras. El que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vean sus obras.

Jesús no vino a condenar sino a salvar

Estamos ante otra de las claves del evangelio. El AT plantea una doble perspectiva: salvación – condenación. Jesús propone la salvación. La otra no es cosa suya.

Dios es solo amor y en Él no hay sitio para la condena o la represión. Es Vida y solo puede dar Vida, no muerte. La muerte llega por la opción personal del hombre que rechaza la Vida y así permanece en la muerte.

El hombre que opte por la luz-Vida-amor, desplegará esa Vida; el que la rechaza se quedará en la muerte. La oferta es la misma para todos. Pero el grado de salvación de cada uno dependerá de su elección.

De su actitud se seguirá la calidad de sus obras. Las obras buenas o malas dependen de la opción de uno. La Vida no es consecuencia de sus obras sino al revés.

El que prefiere las tinieblas y se aleja de la luz, es porque tiene algo que ocultar. El que es auténtico y no tiene dobleces prefiere la luz sin miedo a ser acusado.

Nacer de nuevo es escapar a la tradición que no estaba fundada en el amor sino en el cumplimiento de una Ley. Una humanidad sin Vida-Amor será una sociedad injusta.

 

Fray Marcos