Viernes de la 8º semana (Mc 11,11-26)
Llegando a Jerusalén, se acercó a una higuera. No encontró más que hojas (no era tiempo de higos) y dijo: nunca más coma nadie de ti. Entró en el templo y se puso a volcar las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas y dijo: mi casa será casa de oración para todos los pueblos, pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos. Por la mañana vieron la higuera seca de raíz. Os aseguro que si uno dice con fe a este monte: quítate de ahí y tírate al mar, sucederá lo que dice.
Se mezclan dos asuntos: la higuera y el templo
El evangelio de Mc es tan escueto que a veces nos deja sin elementos de juicio para entenderlo. La expulsión de los vendedores del templo y la maldición de la higuera, son dos relatos explosivos, de muy difícil interpretación.
La escena del templo entre la maldición de la higuera y su cumplimiento, nos invita a relacionarlos fatalmente. Como la higuera, la institución del templo no había producido ningún fruto. Jesús la declara abolida para siempre.
Hemos entendido este signo como abuso comercial. No se trata de denunciar la compraventa de animales ni el cambio de monedas. Las dos cosas eran imprescindibles para el normal funcionamiento del culto en el templo.
La denuncia es mucho más profunda y hace referencia a las actitudes de los que van al templo a ofrecer culto. El culto, sin una actitud sincera ante Dios y los demás, se convierte en trapicheo de bandidos y explotadores.
Mientras se explota y margina a los demás, no puede haber una adecuada relación con Dios. Utilizar el culto como justificación de la injusticia no puede agradar a Dios. La injusticia solo se puede superar con auténtica justicia.
Fray Marcos