Lunes de la 10ª semana (Mt 5,1-12)
Bienaventurados los pobres de espíritu. Bienaventurados los mansos. Bienaventurados los que lloran. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia. Dichosos los misericordiosos. Bienaventurados los limpios de corazón. Bienaventurados los que trabajan por la paz. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
Desde la razón, son un contrasentido
Por mucho que nos rompamos la cabeza intentando explicarlas, las bienaventuranzas serán siempre un sarcasmo. Están más allá de nuestra capacidad racional.
Jesús las proclama desde el monte, lugar de la presencia de Dios, desde un ámbito que no es humano sino divino. Solo desde esa esfera podremos entender el sentido.
Los pobres, en sentido bíblico, son los que no tienen otro valedor que Dios. A pesar de su aparente abandono y marginación, encuentran en Él otra riqueza que no falla.
Serán dichosos no por ser pobres sino porque no son causa de la pobreza de otros. No solo cuando eligen serlo sino cuando, sin elección, descubren que el valor supremo está más allá de las seguridades materiales.
Fallamos cuando interpretamos el segundo término de cada bienaventuranza como una promesa de futuro. En realidad son una promesa de plenitud para el presente.
Las propuestas hacen posible una nueva relación humana que desembocará en armonía y paz para toda la comunidad. Las dificultades materiales y psicológicas, asumidas y superadas voluntariamente, nos divinizan.
Fray Marcos