Martes de la 10ª semana (Mt 5,13-16)
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo.
Lo que ha sido Jesús, deben ser sus discípulos
La sal, que impide el deterioro de los alimentos, es signo de permanencia. Como condimento aporta un elemento indispensable e insustituible para los seres vivos.
La luz es también un elemento sin el cual la vida biológica que conocemos es inviable. También para la Vida sobre- natural es indispensable otra clase de Luz.
Seguir a Jesús es dejar que esa luz nos ilumine y nos haga partícipes de descubrir a Dios. No podrá quedar encerrada. Por su naturaleza brillará para que los demás encuentren la manera de participar también de ella.
Las dos metáforas han sido muy empleadas en el orden espiritual en todos los tiempos. La manera de actuar de Dios es discreta como la sal e inapreciable como la luz.
La luz está siempre ahí y pocas veces nos paramos a pensar que sin ella la energía que necesitamos no sería posible. Sin la luz, la vida se extinguiría en poco tiempo.
Ni la luz se puede ocultar ni la sal puede perder su capacidad de sazonar. La advertencia sin embargo es muy oportuna, porque podemos caer en la trampa de creernos salados e iluminados y sin embargo estar a años luz de una Vida espiritual viva y comunicativa.
Fray Marcos