Lunes de la 11ª semana (Mt 5,38-42)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: habéis oído que se dijo: ojo por ojo, diente por diente. Yo, en cambio, os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

El amor está más allá de la justicia

El ‘ojo por ojo’ era una clausula antiquísima. Hoy nos parece brutal, pero en su tiempo intentaba frenar el ansia de venganza que se esconde en el corazón humano.

Si te rompen un diente, solo tienes derecho a romper al agresor un diente, no toda la dentadura. Era un gran avance sobre el instinto de machacar al otro.

Esa actitud es consecuencia de considerar malo a todo aquel que hace algo malo. Desde esa visión es normal que el deseo de eliminar el mal lleve a eliminar al malo.

Hoy seguimos en la dinámica de hacer el mayor daño posible a aquel que me ha ofendido en algo. Eso sí, buscando la mayor ‘justificación’ posible. Ni en uno de cada mil casos acudimos a la justicia para ser justos.

No responder a los agravios es otra asignatura pendiente de nuestro cristianismo. No aguantamos, no ya que nos abofeteen o que nos roben, sino el más mínimo rasguño.

Todas nuestras relaciones están condicionadas por la salvaguarda de nuestros egoísmos. Si hago algo por los demás, será asegurándome contra todo posible perjuicio.

La verdad es que ni siquiera cumplimos lo que se dijo a los antiguos. Hemos asumido que el amor y la injusticia no están reñidos. El evangelio nos dice todo lo contrario.

 

Fray Marcos