Sábado de la 14ª semana (Mt 10,24-33)

Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo. Nada hay oculto que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día. No temáis a los que matan el cuerpo. Temed al que puede destruir alma y cuerpo. ¿No se venden dos gorriones por unos cuartos? Hasta los cabellos tenéis contados. No temáis; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.

El miedo puede arruinar nuestra vida espiritual

Los primeros cristianos sabían muy bien cuál había sido la suerte del Maestro, por eso no tenían ningún inconveniente en asumir que la suya no iba a ser distinta.

La insistente repetición sobre el miedo indica que las primeras comunidades tuvieron que pasarlo muy mal. Todo lo tenían en contra. En cuanto los fariseos se hicieron con el poder se opusieron violentamente a ellos.

Pero también los romanos los percibieron muy pronto como enemigos y les declararon una guerra a muerte. Pero no por ser religiosos sino por creerles irreligiosos.

Naturalmente los enemigos del primer cristianismo solo podían matar el cuerpo. Pero darse cuenta de que el cuerpo y la vida física no son lo importante no es tan fácil.

Todos estamos en las manos de Dios, pero Él no se va a meter en nuestra vida de cada día para que salgamos victoriosos de todos los peligros. Su seguridad nos llega en otro plano, al que se llega por convicción y fe.

En Dios tenemos asegurado nuestro verdadero ser, pero nuestra contingencia depende de circunstancias en las que Dios no se puede meter. Eso sí, a pesar de las dificultades y de la misma muerte, nuestro ser está en Él.

 

 

Fray Marcos