Lunes de la 15ª semana (Mt 10,34-42)

No he venido a sembrar paz, sino espada. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que la pierda la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado; quien dé a beber un vaso de agua a uno, porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.

La paz que trae Jesús no es la del mundo

En los relatos de la vida y en los de resurrección, se dice por activa y por pasiva que Jesús aporta paz. Pero esa paz no coincide con la ausencia de conflictos serios.

La implantación del Reino provoca la oposición frontal de una parte importante de la población. La necesidad de optar por la aceptación o el rechazo, provoca guerras.

El hecho de que unos acepten sinceramente las propuestas de Jesús y otros las rechacen, provocará la división dentro de las mismas familias, rompiendo la fuerza de atracción de los instintos más básicos.

Si los lazos que unen al discípulo con Jesús y su mensaje no son superiores a los de familia o amistad, quiere decir que no son lo suficientemente sólidos. Los lazos instintivos son necesarios pero no son suficientes.

El auténtico seguimiento exige disponibilidad total, hasta más allá de la muerte. Por grande que sea el obstáculo, el discípulo tiene que estar dispuesto a superarlo.

La Vida verdadera vale más que mil vidas biológicas. No debe importar perder esta vida para tener la otra. Si nos empeñamos en mantener la terrena perderemos las dos. La paga del que recibe a Jesús es la plenitud de Vida.

 

 

Fray Marcos