Miércoles de la 23ª semana (Lc 6,20-26)

Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que tenéis hambre. Dichosos los que ahora lloráis. Dichosos, cuando os odien, os excluyan, os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame. Alegraos y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande. ¡Ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis consuelo. ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís!, porque lloraréis. ¡Ay si todos hablan bien de vosotros!

Ha puesto tan alto el listón que pasamos por debajo

La redacción de Lc es mucho más escueta y sin matices. No solo porque reduce el número sino porque habla de pobres sin adjetivos y de los que pasan hambre sin más.

Estos detalles no las hace más fáciles de entender. Al contrario, esta radicalidad nos obliga a hilar más fino a la hora de explicarlas. Mejor dicho, impiden toda explicación.

¿Podemos llamar a uno dichoso por el hecho de ser pobre? ¿Podemos maldecir al rico por el hecho de ser rico? Con teorías racionales nunca podremos aclararnos.

El mensaje de las bienaventuranzas no va dirigido a la inteligencia sino al corazón. Solo podrá entenderlo quien se implique en la dinámica del Reino y descubra una escala de valores muy diferente a la del mundo.

La misma formulación implica una trampa. El que pasa hambre no es dichoso porque dejará de pasarlo sino porque, a pesar del hambre, ha descubierto otra Vida.

No es la espera en la recompensa lo que hace plausible la pobreza, sino el descubrimiento de la verdadera riqueza de la que ya puede disfrutar aquí y ahora.

La persecución será la consecuencia de la fidelidad al mensaje, porque el mundo no puede soportarlo.

 

Fray Marcos