Jueves de la 23ª semana (Lc 6,27-38)
Amad a vuestros enemigos. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis solo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¡No! Amad a vuestros enemigos; así seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados. Sed compasivos como vuestro Padre; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, remecida... La medida que uséis, la usarán con vosotros.
Son las propuestas de toda auténtica religiosidad
En el siglo pasado Gandhi nos dio un magnífico ejemplo de evangelio. La lucha contra la injusticia con la no violencia es uno de los caminos más esperanzadores.
El único amor que tiene la garantía de evangelio es el amor al enemigo. Podríamos dar un paso más y decir que lo que debemos descubrir es que no hay enemigo.
Poner como ejemplo a Dios no nos dice mucho, porque Dios no ama como los hombres. Dios no tiene nada ni nadie a quien amar porque no hay nada fuera de Él.
Para descubrir lo que los demás esperan de nosotros tenemos que aprender a ponernos en su lugar. Lo que yo necesito de los demás es lo que necesitan de mí. El colmo de la deshumanización es exigir todo sin dar nada.
Lo de la medida remecida es una manera de hablar. Tomado al pie de la letra nos despista. Dios no me puede tratar como yo trato a los demás porque se me ha dado totalmente desde antes de que yo existiera.
Hay que darse a los demás porque todo lo que tengo y lo que soy me lo han dado. No se trata de obedecer a Dios cumpliendo un mandamiento, sino de aproximarnos lo más posible a lo que Él es, imitándole.
Fray Marcos