Lunes de la 25ª semana (Lc 8,16-18)

Dijo Jesús a la gente: nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.

La luz o se apaga o ilumina

El ejemplo es iluminador. La luz, sea cual sea, ilumina siempre. Una lámpara si está apagada no es lámpara; si está encendida comunica la luz por su propia naturaleza.

Todo empeño por ocultar la luz será siempre inútil. Por eso digo tantas veces que lo importante es estar ardiendo y encendido. El resto surge con naturalidad.

Con demasiada frecuencia nos empeñamos en alumbrar a otros estando nosotros mismos apagados. Esta es una situación demencial que terminará enloqueciéndonos.

El secreto está en que una lámpara, para que arda, debe consumir el aceite o la cera. Este hecho complica de tal manera la autenticidad de una persona que todo intento de alumbrar a otros sin desgastarse es ridículo.

En esta materia tampoco sirve de nada la simulación. Si una persona no es auténtica, antes o después se descubrirá su falsedad y en vez de iluminar, oscurecerá.

La última frase no se refiere a tener estáticamente sino a los resultados de las acciones. Al que está produciendo, el hecho de ser fértil le hará producir más y al que es estéril, le provocará mayor esterilidad.

En resumen. Para poder ser provechosos a los demás hay que empezar por ser plenamente uno mismo.

 

Fray Marcos