Martes de la 25ª semana (Lc 8,19-21)
En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte. Él les contestó: mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.
Es reveladora esta actitud de Jesús ante su familia
El mensaje va mucho más allá de comunicarnos los sentimientos de Jesús para con su familia de sangre. Nos habla de su actitud para con su propio pueblo.
En aquella época si uno no pertenecía a una familia no era nadie socialmente hablando. La familia permitía a sus miembros unas relaciones sociales dignas. Pero también era un corsé en el que quedabas atrapado.
Para ser fiel al Dios que había experimentado, Jesús tuvo que salir del corsé de su propia familia y abrirse a todos los demás, rompiendo los lazos limitadores de la familia.
Esta es la razón por la que Jesús no podía ser hijo de José. Si era hijo de José tenía que salir a su padre y actuar como actuaba su padre. Pero como actuaba como hijo de Dios, su padre era el mismo Dios y no el terreno.
Esta perspectiva abre un horizonte completamente nuevo a la comunidad. Más allá de toda limitación por razón de sangre o raza está la pertenencia espiritual.
No basta oír. No basta escuchar. Hay que cumplir. Este detalle muchas veces se nos olvida. La familia de Dios exige vivir como vive el mismo Dios y alejarse de todo egoísmo e individualismo empobrecedor y raquítico.
La familia de Jesús se había quedado fuera de este ámbito. Era símbolo del Israel caduco y trasnochado.
Fray Marcos