Sábado de la 29ª semana (Lc 13,1-9)

Contaron a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Contestó: ¿pensáis que esos eran más pecadores que los demás? Os digo que no. Y los 18 que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás? Os digo que no. Uno tenía una higuera en su viña, y fue a buscar fruto y no lo encontró. Dijo al viñador: córtala. Contestó: déjala este año; yo cavaré y le echaré estiércol, para que dé fruto. Si no, la cortarás.

Manifiesta la necesidad de cambiar de mentalidad

En aquella época nadie cuestionaba que cualquier mal que le ocurriera a una persona era castigo de Dios. No nos debe extrañar, porque después de veinte siglos mucha gente muy cristiana sigue pensado lo mismo.

Jesús trata de desmentir esa manera de pensar con toda rotundidad. Dios no toma represalias contra nadie y menos para castigar supuestos pecados personales.

Ni las desgracias naturales ni las atrocidades cometidas por los hombres se deben a una voluntad divina. Las leyes de la naturaleza son inexorables y siguen su curso, y los humanos seguiremos haciendo daño.

Pero hay un matiz muy interesante. Todos tenemos culpa de lo que otros hacen en la medida que no somos justos en nuestras relaciones de cada uno con los demás. Las grandes injusticias comienzan por las pequeñas que yo cometo.

Con frecuencia, los que nos creemos buenos tenemos más culpa de las atrocidades que otro comete que los que las cometen. Mi inhumanidad compromete a todos.

Todos necesitamos cambiar de mente y de actitudes para con los demás. Siempre podemos ser más justos y más humanos de lo que somos con los demás.

 

Fray Marcos