Viernes de la 32ª semana (Lc 17,26-37)

Como sucedió en los días de Noé, así será en aquel día. Comían, bebían y se casaban, llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: llovió fuego y azufre y acabó con todos. Aquel día, si uno está en la azotea no entre por sus cosas; si uno está en el campo, que no vuelva. Aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo: a una se la llevarán y a la otra la dejarán. Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo.

La apariencia de normalidad puede engañarnos

Es muy probable que haga alusión a la destrucción de Jerusalén. Los judíos estaban esperando más que nunca la liberación de la nación, pero llegó el desastre.

El diluvio y la destrucción de Sodoma y Gomorra por el fuego eran casos paradigmáticos de castigos de Dios. Al mencionarlos aquí está aludiendo al designio de Dios. A pesar de las apariencias, todo sigue controlado por Él.

Se hace hincapié en que el destino no será global para todo el pueblo, como esperaban todos, sino que dependerá de las actitudes de cada uno. Ni siquiera la compañía en la misma cama o trabajo será decisiva.

Se ha dado un cambio total en la percepción de la responsabilidad. La suerte de cada uno depende solo de su postura ante la novedad del mensaje de Jesús.

La enigmática referencia a los buitres puede significar la ciudad de Jerusalén convertida en carroña por sus dirigentes, donde se reunirán los ejércitos destructores.

Que el rechazo de Jesús no haya tenido repercusión aparente en la marcha de la vida de la ciudad, no quiere decir que no tendrá consecuencias desastrosas para ellos: la destrucción material, símbolo de la espiritual.

 

Fray Marcos