Lunes de la 1ª semana de adviento (Mt 8,5-11)

Un centurión se acercó a Jesús rogando: Señor, tengo un criado que está en cama paralítico y sufre mucho. Le contestó: voy yo a curarlo. Pero el centurión le replicó: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo: en verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.

Un pagano confía en Jesús más que los judíos

El relato del Centurión y la Cananea indican hasta qué punto Jesús permaneció abierto a la verdad aunque viniera de personas que no pertenecía a su religión. A veces da la impresión que hizo más caso a extraños que a judíos.

Los cananeos eran paganos. Los romanos, los opresores. Imposible que pudieran tomarlos en consideración desde el punto de vista religioso. La relación producía impureza.

Jesús aprende de ellos la humildad que manifiestan al pedir algo a un judío y la confianza que tenían en él, que sobrepasa lo que se podía esperar de un judío. Jesús se ve obligado a alabar la fe que viene de los no judíos.

Podemos descubrir en los relatos el embrión de una apertura, todavía difusa, a los gentiles. No fue fácil dar ese paso. Tuvieron que pasar muchas cosas antes de darlo. Si Jesús lo hubiera dejado claro, no habría costado tanto.

Lo que hoy parece normal fue una toma de conciencia muy lenta. Los judíos tenían una conciencia de casta superior que mantenían a toda costa. Las enseñanzas de Jesús permitieron superar esa barrera infranqueable.

El cambio de actitud del Centurión y la Cananea le asegura a Jesús que están curados el criado y la hija. La enfermedad estaba causada por una mala relación. Colocados a la misma altura, queda superado el mal.

 

Fray Marcos