Martes de la 1ª semana de adviento (Lc 10,21-24)
Jesús se llenó del Espíritu Santo y dijo: Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños. Así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revela. ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Muchos quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
Hay un abismo entre conocimiento y sabiduría
Este relato encierra una lección de verdadera sabiduría. La ciencia que se aprende racionalmente desde fuera sirve para muy poco. La verdadera revelación es lo que se aprende desde dentro por intuición y es la que te puede llevar a vivir tu humanidad con autenticidad.
Todos seguimos preocupados por conocer más y mejor. Seguimos creyendo que el conocimiento nos va a abrir las puertas de la felicidad. Nada más engañoso. Los conocimientos racionales son imprescindibles para desenvolverse en la vida material, pero son de muy poca ayuda para desplegar la Vida del espíritu.
Dios se revela siempre y a todos, pero solo el que está abierto a lo nuevo, que ya tiene, encontrará la Verdad. Para descubrir a Dios en lo hondo de mi ser es preciso estar despierto y con todo el ser en alerta máxima.
La auténtica acción de gracias no debe ser un hecho puntual que responde a un don recibido. Surgirá cuando descubramos lo que de verdad somos y que todo lo que somos nos llega regalado y sin poder merecerlo nunca.
Los sabios y entendidos se quedan vacíos porque están llenos de sí mismos y de aquello que les apega a lo terreno. De ese modo no queda espacio para lo nuevo. Si no sabes vaciarte no te llenarás de Vida.
Fray Marcos