Martes de la 2ª semana de adviento (Mt 18,12-14)

En aquel tiempo, dijo Jesús: Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre, que está en el cielo, que se pierda ni uno de estos pequeños.

Dios es el mismo para todos: amor incondicional

Es la parábola que mejor resume el pensamiento de Jesús. En todo el AT Dios castigaba al malo y premiaba al bueno. Este relato desconcierta a los judíos y a nosotros. Estamos incapacitados para entender que Dios hace lo mismo por un pecador que por un santo.

A lo largo de mi vida como sacerdote he tenido muchas experiencias de incomprensión de este mensaje. Cada vez que predico que Dios es amor, alguien se acerca a decirme: pero es también justicia. Lo cual quiere decir: ¿cómo va a amar Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí que cumplo todos sus mandamientos?

Todos participamos de alguna manera de este sentimiento. ¿Acaso no hacemos lo que nos cuesta y dejamos de hacer lo que nos agrada precisamente para que Dios nos premie o por lo menos, no nos castigue?

Hacemos lo que creemos que Dios espera de nosotros precisamente para que esté de nuestra parte, porque seguimos pensando que puede estar en contra. Esta manera de ver a Dios arruina nuestra vida espiritual.

Todas nuestras actitudes espirituales tienen que partir de lo que Dios es en nosotros, no de lo que nosotros somos para Dios. Dios es siempre el mismo. Nosotros estamos cambiando siempre. Confiando más en nosotros que en Él nos arruinamos, porque nunca podremos confiar.

 

Fray Marcos